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Cuando la luz se va apagando

Cuando la luz se va apagando


Publicación:16-01-2022
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Espera a que se enciendan otra vez las luces, busca por ahí una copa, sírvete un poco de vino

Ahora puedes refugiarte en mí

Carlos A. Ponzio de León

      Al cruzar la gruesa tela y dar tu primer paso adentro, podrás percibir que estás en un lugar muy grande. Lograrás ver nada, siquiera a medio metro de distancia. La luz que emite la pantalla frontal es la de una estrella gigante de hielo y fuego, reflejando la luz de otro sol, más pequeño que el nuestro. Podrías pensar que te va a dejar ciego si le miras fijamente, con sus setenta metros de largo y cuarenta, de alto; pero no tengas miedo, no pasará nada si lo observas detenidamente. Poco a poco, mirarás con mucha claridad lo que hay en ese lugar. La sala, eso sí, será inmensa, casi tan grande como el universo. Debe uno quedarse quieto un tiempo para alcanzar a observar qué hay delante: un muro de metro y medio que llega hasta tu pecho: ese camino marca el pasillo que atraviesa la sección media del cosmos, adelante hay asientos; pero también atrás podrías sentarte. Al arribar al muro a pasos lentos, tócalo y probarás en las palmas de tu mano que está cubierto por una alfombra, y aunque no la veas, es resplandecientemente roja. Toma tu tiempo recargado ahí. “Mírame, soy viejo, pero soy feliz”. Y escucha bien, hay maneras de conducirse ahí adentro. “No olvides concluir algunas de esas cosas que quisiste completar. Si no es a la primera, vendrán más oportunidades”. No olvides que hasta las sombras pueden caminar. Aleluya.

      Si decides quedarte más tiempo, podrás hacerlo ahí parado. Observarás adelante miles de butacas desiertas. Luego: gira tu vista hacia atrás. Al principio no podrás ver nada, pero igual, no hay casi nadie. La derecha o la izquierda son caminos iguales. Podrías llegar a sentir la presencia de algún fantasma cerca: no temas: nadie hace daño. Otro más podría moverse con confianza en el lugar, sentirás el viento que arrastra con cobija al caminar. Probablemente quieren saludarte, pero ninguno se acercará sin tu permiso. Los sonidos han estado ahí desde que llegaste, pero no los habías notado. Es la alegría del progreso: un baño de agua caliente, el olor de las profundidades del mar provenientes del fondo de un caracol, una rosa con pétalos donde se proyectan las vidas recorridas en la tierra. No te apures, tendrás tiempo para encontrar las cosas perdidas y las que quizás nunca encontraste en este tu mundo. Sobre la pantalla principal verás el futuro. Mágicos eventos, minerales que brotarán en la tierra acorde a lo que plantaste. No te conformes con un solo viaje. Toma tu tiempo y Hare Krishna.

      Verás que, aunque acá, quienes quedamos sonriendo empujados como polen por el viento, el tiempo nos va matando con toda su conciencia. ¿Qué tanto importaba la música?, ¿cuánto el dinero y el amor? Abandonados: de cosas que al final se convierten en basura, intentamos llenarnos. Verás cristalizar lo que nosotros mismos no logramos vislumbrar: ¿Dónde están, dime realmente, nuestros corazones en todo momento? Estaré esperando para escucharte: todo lo que tengas que decir. Te sorprenderá saber que fui leal, tanto como pude ser. Que el miedo desgarra con sarna los huesos. Que a alguno se le han quedado cosas por decir y que a otro se le escapan los secretos; pero que: en la última página: las batallas en soledad son las que más importan. No demores en seguir por tu camino. Nadie sabrá qué se siente ser un hombre triste. Mírame, no estoy tan viejo, ni soy tan feliz. Alabado sea el señor.

      Toma asiento. Atrás verás lo que sucede al frente. Marca con los nudillos, para mí sobre la puerta de caoba: tres golpes cortos y uno largo. Espera y dime: ¿Qué se siente escuchar, por primera vez, una orquesta en una sala de conciertos? ¿qué, la posesión? ¿para qué las leyes? ¿y el juguete infantil que, a esta edad, ya no causa gracia? Encuentra calma en el respaldo del asiento. Mira la belleza de una danza que se acaba. El final de un dolor. El nacimiento aleatorio de un nuevo ritmo, variado al infinito. Las cosas materiales de las que te hiciste y que al final, ya de nada te servían, aquí estarán, bien cuidadas, listas para recordarte dentro de nuestras mentes. No te aferres al asiento. Hay que volver a levantarse. Espera a que se enciendan otra vez las luces, busca por ahí una copa, sírvete un poco de vino. Tal vez algunas cosas, para entonces, por acá ya habrán cambiado. Pero aún podremos alzar el brazo y brindar, y en algún lado encontrarás el camino a recorrer cantando, mientras corres, libre al viento y al vacío. “Hava Nagila Hava”…

¿A dónde irán mis sueños?

Olga de León G.

De noche cuando me acuesto, cuando las estrellas tiemblan en el cielo, cuando las luces de la calle y de la casa se han apagado, sé que tendré algún sueño fantástico o por lo menos diferente al que tuve la noche anterior y la otra y todas las demás que ya han pasado por mi vida.

Pero esta noche, me pregunto, después de haber soñado mucho: a dónde se fueron todos mis sueños que soñé mientras plácidamente dormía: cuando adolescente, cuando joven y cuando fui mujer de mediana edad y de más de cincuenta… A dónde se los habrán llevado los duendes de las madrugadas, quizás se enamoraron de ellos y quisieron repartirlos por el mundo, como quien reparte besos y abrazos a los que sufren, a los que lloran, a los que callan porque no quieren espantar a sus propios sueños y prefieren no soñar con los ojos cerrados, sino abiertos.

¿Quién decirme habría podido, que mi vida tomaría este u otro derrotero? Y quien me hubiese anunciado con años de antelación lo que sufriría, ya siendo vieja, habría sido mofa de mi soberbia y poca prudencia ante el que sabe de lo que habla, por experiencia, como que: “El diablo sabe más por viejo que por diablo”. 

      Acaso, la experiencia se me presentó y anunció como sibila o vidente que, ¿solo dichas y alegrías traería a mi efímera existencia prosaica, la vida? No, nunca. Y, sin embargo, cada noche soñaba como si tal sucediera o sucedería asi, más temprano que tarde, en realidad: …y esperaba esperando cada noche por el sueño único y maravilloso. 

      Por eso, hoy me pregunto: ¿A dónde se fueron mis bellos sueños, los dulces y tiernos, los esperanzadores y los siempre asertivos y reales cual gemas convertidas en notas de piezas musicales intangibles? … Y, no obstante, indudablemente existentes.

      Y sí, fueron sueños de sonoridad real como puente que se traza entre dos almas que se aman, más allá de la muerte, de la enfermedad y el dolor o el enojo y la furia contenida, por no poder vencer al enemigo común; el que mina nuestras fuerzas y mata la pasión: la competencia y soberbia de querer ser mejor que el otro o la otra. ¿Por qué no podemos ser eternamente felices, y amarnos sin aspirar a nada más que la felicidad del otro?

      Fueron los años felices, los tiempos de la juventud, los que marcaron nuestras vidas, uniéndolas con lazos indelebles e infranqueables, al mismo tiempo que suaves y aterciopelados; si bien, más en la una que en el otro. Que este creció con ideas fijas y acartonadas que le imbuyeron las reglas de un siglo y de una educación sin la brújula de la equidad, y sin consideración por la mujer, especialmente la fuerte y educada.

      Curioso que así fuera, pues sé que jamás se habría interesado por otro tipo de mujer, pero le costó, le ha costado y le está costando mucho, demasiado, entender que las mujeres de su casa, no solo las de afuera, son: ¡excepcionales!

      La enfermedad, la fatalidad y el dolor son grandes maestros. Mira por el resquicio de tu ventana al cielo, y verás que la lluvia es una bendición, provenga de las nubes grises, o de tus ojos pardos cuando entienden que de la nada, también nacen las mejores cosas para evitar caer en el sueño eterno de la negación a ser: solo porque no nos sabemos ver en el otro como en nosotros mismos: he aquí uno de los secretos más valiosos de la vida para el humano, al que pareciera que solo la cercanía con la muerte se lo puede mostrar: amar no es un asunto de uno ni es lineal, el tiempo circular es el mejor alambique para cultivar el amor antes de que la cólera o la indiferencia lo maten.

      Te quiero. Me quieres. Y somos uno en el dolor y la enfermedad, aunque uno sea el que sufre y padece en realidad. El otro solo sueña con soñar el nuevo sueño que los transformará y transportará más allá del más allá y más acá de esta vida prosaica, transitoria y efímera que consume nuestros sueños mientras dormimos y soñamos que ya no somos ni la sombra de lo que fuimos, pero somos y estamos: ¡no muchos pueden decir lo mismo! 

      A dónde se fueron nuestros sueños. A dónde irán los míos, mientras esto escribo y te lo dedico: ¡amor de mis amores!

      

      



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