Banner Edicion Impresa

Cultural Más Cultural


Crisis de Divinidades

Crisis de Divinidades


Publicación:21-01-2024
++--

Cuento de hadas y princesas

Olga de León G.

      Mucho antes de que la niña naciera, hadas, duendecillos y seres fantásticos, como salidos de cuentos, se habían reunido con el propósito de lograr acuerdos acerca de la vida que la princesita habría de tener junto a sus padres, abuelitos, tíos y primitos. Sería sin duda una niña afortunada y muy feliz; pero su llegada al mundo haría todavía más feliz a sus papás y abuelos; ya que por años habían anhelado tener un hijito o hijita, los padres, y un nieto o nieta de sus respectivos hijo e hija, los abuelos.

      Cuando la niña nació, una tormenta de rayos de luz cubrió el cielo, y millones de estrellas parpadearon intermitentemente en señal de bienvenida. Como dato curioso, sus papitos no desearon saber el género de su bebé, quisieron esperar hasta que naciera y fuera una sorpresa; aunque no lo fue del todo para el abuelito paterno, al fin Ginecólogo.

Pero, sí lo fue para propios y extraños en el hospital materno, en donde nació la princesa, ya que recibieron a la bebita más hermosa en toda el área de maternidad (a decir de médicos y enfermeras). Los cautivó con su naricita respingona, ojos grandes y muy sonriente, ¡una tapatía regia! Y, con su tupida cabellera: muy lacio, pero dócil y muy negro es su cabello.

El Cónclave de las Hadas madrinas pactado desde antes de que la niñita naciera, contemplaba promisorios advenimientos para velar por la vida y suerte de la bebé.

Este domingo, la princesita cumple un año y cuatro meses. Y las Hadas se aprestan a reunirse dentro de dos meses más, a fin de revisar el horóscopo de quien ahora parece mayorcita, camina solita, come casi de todo y tiene más de doce dientecitos, ocho abajo y cinco arriba. A sus primitos, aunque cuatro y cinco años mayores que ella, los más próximos a su edad, les encanta jugar con la niña y entretenerla con sus juegos para más grandes: columpios, resbaladeros, aros para trepar, carritos mecánicos y muchos juegos con juguetes y sin ellos.

Un día, uno de esos en los que su mamita la lleva a donde viven los abuelos paternos y a la niñita le gusta ir al parque que está frente a la casa, la bebita y su mamá se topan con un niño realmente conflictivo, quizás porque así viven sus padres (siempre peleando), o porque el niño tiene problemas para relacionarse con las niñas y cualquier fémina (de la edad que sea).

Increíble, pero cierto y real, el muchachillo de seis años, pocos meses menos o más, estuvo agrediendo a la niña, ¡una bebé de menos de año y medio!, a quien no golpeó en su cabecita con los pies, porque la mamá se percató de la intención y levantó en vilo a su niña del resbaladero para que tal no sucediera. Y, enfurecido por su maldad fallida, el maldoso golpeó a la madre en una pierna: ¡Qué es esto, Dios mío! ¿En qué mundo vivimos o en qué mundo vive ese niño? 

Ajena a la experiencia que la rodeó, a las siete de la noche, entraron los abuelitos en video chat con la princesita y su mamá. Nada parecía haberla molestado y solo se ocupaba de mostrarnos algunos juguetes y balbucear, no sé qué tanto. Siempre sonriente y en constante movimiento, mandaba besitos con sus manitas, siguiendo las instrucciones de sus papitos ya que ellos sabían que los abuelos se retirarían pronto de la conversación.

... Y, el abuelo, quien adora a su nieta, en son de muestra de su amor por la pequeñita, para despedirse, le dice: mañana iré para allá, güerquillilliya y le pondré unos cuantos $%#?¡%#$/ al papá de ese güerco grosero e irrespetuoso con las niñitas; ya que él y la mamá son los responsables de la conducta de su hijo, a quien no han sabido educar.

Mientras esto sucedía en el planeta Tierra por el teléfono y la Internet, arriba, en el cielo, ya bajando por entre las nubes, las Hadas madrinas de la niña y sus duendes protectores venían a regalarle algunos dones a la hermosa princesa para que, cuando estuviera en una situación parecida, ella solita con sus manitas, pensamiento y mirada, pudiera detectar la maldad humana y los llamara de inmediato para que la ayudaran con quien quisiera hacerle daño.

La princesita tuvo por fracciones de menos de un minuto, una visión que la convirtió en hada, en un ser maravilloso y fantástico, y el hechizo de su Hada Madrina hizo que pudiera volverse invisible ante la maldad o agresividad de otros, así como moverse más rápido que un rayo de luz, para quedar resguardada del daño que cualquiera quisiera hacerle, como el niño que odia a las mujeres, sean bebés o adultas.

Mi primera infidelidad

Carlos A. Ponzio de León

      

      Cada vez que peleábamos deseaba hacerle una chingadera. Si yo había dejado de fumar por ella, volvería a fumar; si le había prometido no volver a llamar a la China, lo haría; si se trataba de no emborracharme, llegaba hasta las trancas a su casa. Pero como adolescente, nunca comprendí que, a quien le hacía daño con esas venganzas por nuestras peleas, ¿era a mí mismo?; me lo pregunté hasta muchos años después. 

      Rocío tenía muy en claro algo: lo reconozco ahora que recuerdo que me contó: cuando su madre descubrió que su padre, en las noches y entre sueños, mencionaba el nombre de otra mujer, decidió seguir el hilo de las conversaciones de él entre sueños y encontró que ya había estado casado. De hecho, seguía casado cuando estaba a la vez casado con ella. Lo estuvo desde que firmó el acta de matrimonio, sin haberse divorciado antes, estando la mujer embarazada con tan solo diecisiete años. El hombre tenía treinta y nueve y no era la primera vez que sería padre.

      De esa historia, mi novia me enseñó una lección que habría de recordar toda la vida. No había manera en que su madre pudiera hacerle daño a su padre, sin provocárselo también a ella misma. "La paz solo viene con el auténtico perdón", me dijo. "Y si uno no perdona, se envenena a sí mismo". Por eso escribo con esta libertad, por haber obtenido algo más grande que el perdón de Rocío. Y sin ello, habría muerto hace años, de sufrimiento.

      Debo aclarar que lo que "yo le hice a Rocío" aquella noche de verano en Matamoros, si acaso le hice algo, no fue resultado de algún enojo. Es más, ni siquiera pensé en ella cuando actué y, treinta años después, el día que se enteró de lo sucedido, le dije en borrachera sagrada de locura que ya habíamos cortado cuando ocurrió. Pero ahora, en estos momentos de recuento escrito de mi vida... ni estoy seguro de ello. Tal vez seguíamos siendo novios y seguiré pensando, para propósitos de este relato, que éramos pareja. Así lo quiere Dios, así le paga El Señor a ella, treinta años después, con este perdón inaudito que me otorga, por haber querido tener un hijo... que no era mío.

      Ocurrió durante aquellos tiempos que a los cincuenta años identificamos como lejanos, durante unas vacaciones a las que nos invitó Ramiro, un vecino de cuadra muy querido. Nos pagó las vacaciones a mí y a otro amigo, Bonifacio.

      Yo nunca traía dinero a los diecisiete años y lo poco que traía se me acabó al comprar los sándwiches para cenar en el autobús. Al arribar a Matamoros por la mañana, hubo necesidad de desayunar y yo ya no traía un quinto. Ramiro pagó todo, de ahí pal real.

      Las noches las pasábamos en bares de la frontera o en la playa y aquella noche tan especial para mí, Ramiro había perdido toda esperanza de lograr un ligue, por lo que nos convocó a los amigos a la Barra del Valor: La barra donde pasaríamos la noche junto a él y en la que beberíamos a su ritmo, según dictara su propia consciencia, su miserable dolor y su gorda billetera.

      Una chica llegó a mi lado y ordenó una cerveza. Comenzamos a platicar. Dijo que su ex se llamaba Carlos, como yo, por lo que yo me convertiría esa noche en su perdición. "No espero poco de ti", me dijo con una sonrisa y se esfumó durante horas.

      Poco antes de que el antro cerrara, reapareció. Era muy atractiva, pero no recuerdo bien su rostro: por ahí anda una fotografía borrosa que Bonifacio tomó mientras bailábamos y nos besábamos en la pista. Se llamaba Martha, se llamaba así. Ramiro pidió que nos retiráramos del antro cuando encendieron las luces. Yo llevé a Martha conmigo. En casa de la tía de Bonifacio había dos cuartos disponibles: el primero, que ocupábamos los tres... y uno más, donde no es necesario decirlo: fue historia entre dos...

      Esa fue mi primera infidelidad, de muchas. Dios dijo: "A nadie le serás fiel, excepto a tu Señor". Él, en verdad castiga la infidelidad de marido y mujer, (puedo testificar por ello), pero también me ha enviado a fundar un futuro. Y aunque las reglas que me rigen son distintas a las que rigen al mundo, en verdad os digo: llegará el día en que los fundamentos de la sociedad cambiarán, "porque cuando resuciten de los muertos, ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles que están en los cielos" (Marcos 12:25; Mateo 22:30).

 



« El Porvenir »