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Bacha Posh

Bacha Posh


Publicación:28-01-2023
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Han pasado muchos años desde entonces, pero la historia se repetía en las comidas familiares que se llevaban a cabo en mi casa, como aún suele suceder en los hogares comunes donde se cuentan siempre las mismas historias.

En apariencia, los integrantes de la familia se conocen tan a fondo que, con el propósito de hacer más amena la estancia en la mesa, recurren a mitos que se han tejido a lo largo del tiempo, como si todos ellos, los miembros de la familia interpretaran un papel dentro de una obra.

Después de mi nacimiento, siendo yo el hijo mayor, mis padres acordaron tener sólo una segunda cría más. El salario de mi padre era minúsculo y habitábamos, por ese entonces, departamentos pequeños que incluso los ratones desdeñaban mudándose a otras viviendas menos estrechas. La cuestión es que mi madre deseaba parir a una hija, obsesión pertinente y normal, que no se había cumplido.

Tuve un primer hermano varón, al que llamaron Orlando y cuya llegada al mundo fue una decepción, como dije, para mi madre. Lo que hizo ella, en aquel entonces, resultaba algo cómico y patético. Cuando mi padre salía a trabajar, su esposa vestía a mi hermano, quien recién daba ya sus primeros pasos en esta tierra, con un vestido que ella guardaba en un rincón del ropero, además de que en cuanto él se marchaba de casa ella se dedicaba a ensortijar el tenue cabello lacio de su hijo hasta formarle caireles o rulos.

Yo, que en aquel entonces, apenas si cumplía cuatro o cinco años, le advertí a mi padre lo que su esposa hacía en su ausencia, quizás porque me apenaba ver a mi hermano convertido en travesti a sus escasos dos años (en esos tiempos todavía no se recluía a los niños en la escuela o prisión preventiva a tan temprana edad). Él, mi padre, entró en cólera, descubrió el vestido y prohibió que tocaran o retorcieran el cabello de su segundo hijo.

Finalmente, el acuerdo se modificó y dio lugar a la llegada de un tercer retoño, esta vez mujer, hecho que llevó la tranquilidad a casa. Me avergüenzo de haber sido un soplón, pero hoy en día me congratulo de haber detenido aquella intransigencia. Uno es lo que es y ninguna imposición temprana y subjetiva cambiará de la noche a la mañana su sexo. Ya el tiempo y la libertad harán lo suyo.

Por otra parte, en mi casa reinaba la concordia y no había motivos para disfrazar a mi querido hermano como sí los había, por ejemplo, en la novela del escritor marroquí-francés, Tahar Ben Jelloun, "El niño de arena", cuya historia es la de una niña que es disfrazada de varón desde su infancia debido a la decepción del padre cuya mujer había dado a luz a siete niñas en un entorno musulmán.

Ahmed lleva su transformación dignamente y se convierte, al pasar el tiempo, en el sucesor de su padre, ocultando su secreto. Las bacha Posh (niñas que en Afganistán, Pakistán y otros países son transformadas a niños o criadas como varones durante su infancia con tal de que, al menos, posean algunos privilegios como salir a la calle o ir a la escuela), son una vergüenza para la ética que se persigue en otras partes del mundo y en donde el agravio es mayúsculo e insoportable.

Al respecto conozco otra novela, más bien melosa debido a su ropaje de cuento de hadas, de la canadiense Deborah Ellis, "El pan de la guerra", que cuenta la historia de Parvana quien, luego de la llegada de los Talibanes al poder, abandona su aspecto femenino con tal de continuar saliendo a la calle y practicando a medias su vida anterior como niña libre y risueña.

He querido engarzar un personal relato familiar con una acción el (la) bacha posh, que va en contra de las aberrantes costumbres de una sociedad masculina y tirana.



« Guillermo Fadanelli »