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No los dejaré huérfanos; volveré a ustedes

No los dejaré huérfanos; volveré a ustedes


Publicación:13-05-2023
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«Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos». ¿Cómo debe entenderse?

El Evangelio de este Domingo VI de Pascua comienza con una afirmación condicional, que Jesús dice a sus discípulos en sus discursos de despedida: «Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos». ¿Cómo debe entenderse?

Este tema adquiere más fuerza, si se considera que el evangelista usa el procedimiento literario semítico de la «inclusión», que consiste en repetir al final de un desarrollo lo que se ha dicho al principio, dejando así incluido lo que interesa destacar. En efecto, Jesús repite al final: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama». En esta conclusión usa otro procedimiento semítico habitual, llamado «chiasmo» («quiasmo»: nombre que toma de la letra griega «chi», que tiene la forma de una X), que consiste en invertir el orden de los conceptos. En la primera instancia el orden es: amar – guardar – mandamientos; en la segunda es: mandamientos – guardar – amar.

Entremos en el contenido de esas afirmaciones. Lo que Jesús quiere es que sus discípulos «guarden sus mandamientos». El lector ya sabe cuáles son: se resumen todos en uno solo: «Les doy un mandamiento nuevo: que ustedes se amen los unos a los otros. Que, como Yo los he amado a ustedes, así se amen también ustedes los unos a los otros» (Jn 13,34). Lo repetirá también más adelante: «Este es el mandamiento mío: que ustedes se amen los unos a los otros como Yo los he amado... Ustedes son mis amigos, si hacen lo que Yo les mando... Lo que les mando es que se amen los unos a los otros» (Jn 15,12.14.17). Observemos que lo que Jesús manda a sus amigos no es que lo amen a Él, sino que se amen los unos a los otros. Pero la condición que hace posible el amor recíproco -guardar sus mandamientos- es el amor a Jesús; y la prueba de que ellos aman verdaderamente a Jesús -ése es el que me ama- es tener y guardar sus mandamientos.

El resorte del amor al prójimo es el amor a Jesús. Jesús da por hecho que sus discípulos quieren amarlo a Él. Lo que les enseña es cómo lograrlo sin engañarse. ¿En qué consiste el amor entre las personas? El amor que tiene una persona a una cosa se llama «concupiscencia» y consiste en querer esa cosa para mi bien. En cambio, el amor que tiene una persona a otra persona se llama «amistad» y consiste en querer el bien de esa otra persona, con mayor o menos grado de negación de uno mismo. Este amor alcanza su grado máximo cuando el bien que se procura para esa otra persona es infinito, Dios mismo, y cuando para procurarselo se entrega la propia vida. Este es al amor con que nos amó Jesús. Por eso, insiste en que su mandamiento es que nosotros nos amemos unos a otros: «Como Yo los he amado».

Jesús es una Persona. Amarlo a Él es procurarle a Él un bien. ¿Qué bien podemos procurarle nosotros a Él, que es el Bien infinito? Responde Él: «Que ustedes se amen unos a otros», es decir, que ustedes procuren el bien unos de otros. Por eso, nos asegura: «Tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me acogieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a verme... En verdad les digo que cuanto hicieron a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicieron» (Mt 25,35-36.40). ¡Podemos, entonces, hacer un bien a Jesús! Se lo hacemos, cuando lo hacemos al prójimo. Amamos a Jesús, cuando amamos al prójimo.

Examinemos la medida del amor que nos manda Jesús: «Como Yo los he amado». Ya hemos dicho que esa medida es el máximo: nos dio a Dios mismo y lo hizo con la entrega de su vida. Pero Él expresa otra medida que, si se puede, es más alta: «Como el Padre me amó, así los he amado Yo a ustedes» (Jn 15,9). ¿Quién puede sondear esta medida? Para responder a esto Jesús agrega: «Permanezcan en mi amor» (Ibid.). Conocen esa medida los santos que se definen como aquellos que han practicado el amor en grado heroico. Ellos han permanecido en el amor de Cristo. Ellos han cumplido el mandamiento de Jesús.

Jesús dice estas cosas a sus discípulos cuando les ha anunciado su partida. Pero, les asegura que, si ellos guardan sus mandamientos -ya sabemos cuáles son-, gozarán de otra presencia, «otro Paráclito»: «Yo pediré al Padre y les dará otro Paráclito, para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad». Es la primera vez que Jesús da a sí mismo y al Espíritu Santo el nombre de Paráclito. Un paráclito es alguien que está junto a otro para ayudarlo, defenderlo y consolarlo en los momentos de dificultad. Jesús asegura que sus discípulos ya conocen a ese Espíritu de la verdad, «porque -dice- mora junto a ustedes». Lo conocen, porque ven su acción en Jesús. Así era hasta ese momento. Pero, falta aún otro paso: «Estará en ustedes». Hay una clara progresión en ese don del Padre: «Mora junto a ustedes... esté con ustedes... estará en ustedes». En esta última etapa hará lo que Jesús repite: «Tomará de lo mío y lo anunciará a ustedes» (Jn 16,14.15), sobre todo, nos concederá la comunión con Jesús, cumpliendo su promesa: «No los dejaré huérfanos; volveré a ustedes». Más aún: «Aquel día ustedes conocerán que Yo estoy en mi Padre y ustedes en mí y Yo en ustedes».

«Aquel día» es el tiempo nuestro, que se prolongará hasta el fin de los tiempos, porque hasta el fin de los tiempos y todos los días se nos da como alimento el Cuerpo de Cristo y se verifica lo que Él declara: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él» (Jn 6,56). El mundo necesita hoy más que nunca de esa permanencia recíproca de los seres humanos con Jesús. Dar a conocer a un hermano este don es «amarlo como Jesús nos ha amado».



« Felipe Bacarreza Rodríguez »