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Opinión Columna


La Navidad y el guante de beisbol


Publicación:22-12-2018
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Será una Navidad diferente, un día antes los regiomontanos además de posadas y compras saldremos a votar, a elegir a nuestro alcalde

Sólo tenía nueve años de edad cuando mamá nos llamó a los “hermanos mayores” unos días antes de Navidad, ahí estaba junto con Martha de 12 y Beto de 11 formaba parte del grupo de “los grandes”; mi madre nos dijo que esa Navidad no habría regalos para nosotros pues no había dinero, así que sólo les compraría a los hermanos más pequeños: David, de meses, Pavis de 8 años de edad y Gabriel, que acababa de cumplir cinco.

Mis ojos querían estallar al escuchar a mi madre, cuando terminó de contar su planes de Navidad, en los que desmitificaba a Santa Claus, corrí a mi cuarto a llorar, no como un niño, sino como un bebé que sentía que le faltaba algo; yo sí creía en Santa Claus, pero mi madre sin saber me mataba esa ilusión; aunque tal vez en el fondo lloraba también porque sería la primer Navidad que pasaríamos sin papá.

Mi padre había muerto ese año, recuerdo que la última vez que lo vi fue un día antes de mi cumpleaños, el 1 de junio; en esa ocasión me dijo que saliendo del hospital me regalaría un guante de beisbol, pero ya nunca salió, unos días después murió.

Quizás por eso no me gusta mucho la Navidad, tan sólo a mis nueve años empecé a perder parte de mi inocencia al tener que enfrentarme a la muerte; el deceso de mi padre es una ausencia que hasta el día de hoy sigo cargando, que se hace más fría y pesada cuando llega el invierno y con él la época navideña.

Si bien es cierto que en las navidades aflora un sentimiento de bondad, de dar, del perdón, de felicidad, también están los fantasmas del pasado; los muertos salen de nuestros cuerpos en forma de lágrimas, que en ocasiones se congelan y pesan, se convierten en pequeños cristales que reabren las cicatrices que se creían sanadas.

A pesar de eso, desde hace algunos años a la fecha he ido encontrando de nuevo un espíritu festivo en esta época, mismo que me han logrado transmitir mis hijos Iker de 8 años y Gabrielo de 6; por ellos me he atrevido a entrar en la odisea que representa las compras de regalos, a zambullirme en el caos que vive la ciudad en estos días; la emoción de poner el pino de Navidad y ayudarles a escribir sus cartitas a Santa Claus me hacen recobrar un poco de inocencia e ilusión, mismas que se ven reflejadas a través de sus ojos, que se pierden mirando el pino y las luces; de su sonrisa, que se refleja en las esferas.

Será una Navidad diferente, un día antes los regiomontanos además de posadas y compras saldremos a votar, a elegir a nuestro alcalde; quizás sea momento otra vez de volver a hacer mi carta a Santa Claus, en la cual las peticiones son que se respete el voto ciudadano, que al nuevo Presidente le vaya bien para que todos los mexicanos estemos mejor y por qué no, pedirle mi guante de beisbol que papá ya no me pudo regalar.



« Redacción »