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Opinión Columna


Falta de representación


Publicación:23-10-2018
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Todos los ambiciosos de alma baja delataban a cualquiera, culpable o no

La administración de Enrique Peña Nieto concluye jubilosamente con la negociación de un nuevo acuerdo comercial que sustituye al tratado de libre comercio de Norteamérica celebrado antes por Estados Unidos, México y Canadá, a consecuencia del arribo de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, y de que éste estuvo marcado por el trasfondo de la propuesta electoral de librar guerras comerciales en un mundo globalizado que inevitablemente conduciría al desastre económico, siguiendo luego la decisión plebiscitaria asumida por Inglaterra de separarse y salir de los acuerdos de la unión europea.


El acuerdo comercial aun cuando le falta la formalización legislativa de ser aprobado por las legislaturas de los tres países, hasta hoy ha seguido el curso de que los inmigrantes mexicanos son violadores y narcotraficantes, por lo que dijo no dudaría de dar por terminado unilateralmente el tratado de libre comercio de Norteamérica y deportar once millones de inmigrantes sin documentos nacidos en Estados Unidos, para lo que sometería a escrutinio público -amañado dentro de la moderna figura de la representación- la construcción de un muro fronterizo por cuenta del erario público de México.


Las dificultades -pese a que a que en su apariencia tienen aspectos muy particulares- no surgen de cuestiones limitadas al comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, sino de aspectos universales ligados fundamentalmente al dominio político, económico y militar en el exterior y a la distribución del peso de las decisiones, que se inician con la salida de Estados Unidos del acuerdo de París y de la exigencia estadounidense de que los países europeos contribuyan a los gastos de la defensa nuclear, sin mencionar los gastos para combatir al terrorismo en los países involucrados en la producción del crudo y sus diferencias religiosas.


“En Roma” -escribía Montesquieu- “le era permitido a un ciudadano el acusar a otro. Es se había establecido según el espíritu de la república, en la que todo ciudadano he de tener un celo sin límite por el bien público; en la que supone que todo ciudadano dispone de la suerte de la patria. . Las máximas de la república perduraron con los emperadores, y se vio aparecer un género un género de hombres funestos, una turba de infames declaradores. Todos los ambiciosos de alma baja delataban a cualquiera, culpable o no, cuya condena pudiera ser grata al príncipe.: este era el camino de los honores y de la fortuna” (Del espíritu de las leyes. Libro Sexto).


Pero lo más importante -citaba Montesquieu refiriéndose a Libanio- “…que en Atenas el extranjero que se mezclaba en la asamblea del pueblo se le castigaba con la pena de muerte. Como que usurpaba el derecho de soberanía. Es esencial la fijación del número de ciudadanos que deben formar las asambleas (que deben asumir las decisiones); sin esto, se ignoraría sí había hablado el pueblo o una parte nada más del pueblo. En la ceremonia se exigía la presencia de diez mil ciudadanos. En Roma, que nació tan chica como para ser luego tan grande,…que unas veces tenía fuera de sus muros a la mayoría de sus ciudadanos y otras veces dentro de ellos a tota Italia y una gran parte del mundo; y ésta fue una de las causas de su ruina” (La referencia se cita entre otras como en la obra: Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y su decadencia).


Hay dos clases de libertad “...una es la libertad que tanto apreciaban los pueblos antiguos: la otras es aquélla cuyo disfrute es especialmente valioso para las naciones modernas…Francia se ha visto importunada con experimento inútiles, cuyos autores, irritados por su escaso éxito, la obligaban a disfrutar de los bienes que no deseaba, y le regateaban los que ella quería. En segundo lugar, por sus resultados al disfrutar de las ventajas del gobierno representativo, único tipo de gobierno que puede proporcionarnos cierta libertad y tranquilidad, fue prácticamente desconocido entre las naciones libres de la antigüedad” Benjamín Constant. Escritos Políticos Ed. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales).


Pero respecto a la expulsión de los inmigrantes mexicanos nacidos en Estados Unidos, al examen del fenómeno migratorio hacia la comunidad europea, y en particular al rechazo de Donald Trump a la caravana hondureña que ser dirige hacia Estados Unidos, también habrá que recordar las ideas napoleónicas sobre el comercio y lo sugerido por el mismo Benjamín Constant durante su peregrinar durante la metamorfosis del imperio de Napoleón.


Hemos llegado a la época del comercio, escribiría Constant, cuando ni siquiera se vislumbraba las dos grandes conflagraciones. “La guerra y el comercio no son sino dos medios distintos de llegar a la misma meta: la de poseer lo que se desea. El comercio no es otra cosa que un homenaje tributado a la fuerza del poseedor por quien aspira a la posesión. Es un intento de obtener de buen grado lo que ya no se espera alcanzar mediante la violencia. Un hombre que fuera siempre el más fuerte no tendría nunca la idea del comercio. Es la experiencia, la que demostrándole que el empleo de su fuerza contra la de otro, está expuesta a diversas resistencias y fracasos, le lleva a recurrir al comercio como un medio más suave y más seguro de incitar el interés de los demás para incitar lo que conviene a su interés” (Cfr. Del Espíritu de la conquista, ed. Tecnos).



« Redacción »
Carlos Ponzio


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