banner edicion impresa

Cultural Más Cultural


Resaca


Publicación:12-01-2020
++--

Desear un buen año es desear que Dios ilumine su rostro sobre ti y te dé la paz, que bendiga tus pasos y que tu vivir bendiga su nombre

Con la cadencia inquebrantable del correr del tiempo, los calendarios nos señalan el inicio de un nuevo año. Las fiestas, las uvas y las exuberantes transparencias de las campanadas han marcado para muchos – como el año pasado y el anterior y el anterior – el compás de un ritual retratado efímeramente en instagram en forma de sonrisa rodeada de rostros cansados al amanecer.

Nos deseamos todos feliz año nuevo con ridículas pelucas y gafas de plástico. Los buenos deseos afloran con facilidad y los anhelos de que las cosas nos vayan bien son compartidos con las personas que nos importan. Parece, por unas horas, que todo va a cambiar en el lapso de tiempo que va de la medianoche a la última copa al amanecer.

Pero, en realidad, a poco que nos paremos, hoy es igual que ayer. Comenzamos el nuevo año como lo terminamos. Pasada la resaca de las cenas interminables y los brindis al sol con cava brut nature, volvemos a la realidad de los problemas cotidianos, las dificultades que afrontar y los desafíos que acometer. Está bien disfrutar con los tuyos y desmelenarte una noche expulsando los demonios de tus agobios y preocupaciones, pero la vuelta a la realidad es inevitable. Muchos lo hacen en forma de propósitos imposibles que duran lo que el hielo en el vaso de güisqui, otros se conforman con seguir tirando como se puede.

No quiero parecer pesimista. Soy de los que disfrutan en nochevieja con la familia y los amigos. Pero me sublevan la inconsciencia y el despelote de una noche que solo acabará con resaca y dolor de cabeza cuando la realidad reclamaría algo más que lo escrito en un guión obligado porque comienza un nuevo año. ¿Y qué? ¿Acaso hoy es diferente de ayer?

Creo que marcarnos etapas y hacerlo con el ritmo que marca un nuevo año es una buena ocasión para tomarnos el pulso y revisar el camino andado. Caer en la cuenta de las inercias que nos frenan y de los recovecos en la piel de nuestra alma nos hacen ser más conscientes de todo lo que nos queda por andar en este camino interminable de reconocernos a nosotros mismos como personas logradas. Los manidos propósitos de volver al gimnasio o aprender inglés deberían dejar paso a los verdaderos retos personales asumidos con realismo y constancia.

Decirnos feliz año nuevo es algo más que un mantra repetido en estos primeros días de enero a todo aquel que encuentras en el ascensor o en el portal de tu casa. Desear un buen año no es tentar a la suerte o dejarnos caer en los brazos del caprichoso azar para ver si los dados nos son propicios. Es desear que Dios ilumine su rostro sobre ti y te dé la paz, que bendiga tus pasos y que tu vivir bendiga su nombre. Solo así, más allá de rituales con las uvas de la suerte y las campanadas de un reloj, nuestra vida puede marcar otros ritmos que no acaben en una mañana resacosa, en la decepción de despertarnos a mediodía comprobando que hoy es igual que ayer o en la resignación de que tampoco este año te funcionará la dieta que empezarte el primero de enero.

Estoy seguro de que el 2020 sea mejor o peor que el año pasado no depende de la combinación de los astros o del caprichoso destino. Depende, sobre todo, de la capacidad de cada uno de nosotros de caminar en la luz; de la resiliencia frente a la adversidad; de la honestidad con la que vivamos la vida; de la tenacidad con la que afrontemos los desafíos; de la confianza en nuestras posibilidades o del compromiso con el que querer darle la vuelta a la realidad.

Yo, a decir verdad, no espero que me toque la lotería o el cupón (aunque no estaría mal), pero anhelo con todas mis fuerzas que las cosas sean un poco mejor para todos. Ufff, tengo resaca mental. Quizás será que este año no acompasé bien las uvas de la suerte con las campanadas de la Puerta del Sol.



« Redacción »