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La familia: el bien más precioso


Publicación:29-12-2019
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La familia es el bien más precioso que cada uno tiene; carecer de ella es la pobreza más extrema.

En la historia de Israel, que coincide con la Historia de la Salvación, tienen un lugar destacado los profetas. Estos son hombres que, inspirados por el Espíritu de Dios, veían la mano de Dios en los acontecimientos. Mientras para una visión humana los hechos son el resultado de la libre voluntad de los hombres, para la visión iluminada de los profetas es claro que quien conduce la historia es Dios y que lo hace según un plan de salvación preestablecido. Ambas visiones son verdaderas, pero operan a distinto nivel; uno es el nivel de los hechos, otro es el nivel del sentido. Los profetas captaban el sentido de la historia. Ellos comprendieron que la historia no tendría sentido si Dios mismo no viniera en persona a salvar al hombre. Por eso anuncian su venida diciendo: “Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor Dios con poder” (Is 40,9-10).

Lo que los profetas no lograban vislumbrar es que Dios se introduciría tan dentro de la historia humana que se haría parte de ella, haciéndose él mismo hombre. Israel se gloriaba de tener a su Dios muy cerca: “¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que lo invocamos?” (Deut 4,7). Pero no podían imaginar que en el designio de Dios esa cercanía sería infinitamente mayor: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gal 4,4); y menos aún podían imaginar la finalidad de ese designio divino: “para que nosotros recibiéramos la condición de hijos... de modo que ya no eres esclavo, sino hijo” (Gal 4,5.7). Esto hacía exclamar admirado al apóstol San Juan: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos ‘hijos de Dios’, pues ¡lo somos!” (1Jn 3,1).

Tanto entró Dios en la historia humana que nació de una mujer, en cuyas entrañas fue concebido virginalmente. No tuvo padre biológico en esta tierra. Los padres de la Iglesia definen su filiación así: “Hijo de Dios según su divinidad; hijo de María según su humanidad”. Y, sin embargo, para que fuera plenamente hombre, debía gozar del beneficio de una familia. Por eso Dios le dio un padre en esta tierra: José. Esta es la misión que el ángel del Señor encomienda a José. Y se la encomienda, no cuando el niño Jesús ya ha nacido, sino apenas ha sido concebido: “No temas tomar tomar contigo a María, tu esposa... Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús” (Mt 1,20). María ya era su esposa. Ahora José recibe la misión de ser padre del hijo que ella dará a luz, pues “poner el nombre” era prerrogativa del padre. El Hijo de Dios hecho hombre nace, entonces, en el seno de una familia. El Evangelio de hoy, solemnidad de la Sagrada Familia, nos muestra a José cumpliendo su rol de esposo y padre. En efecto, es siempre a él a quien se dirige el ángel para darle las instrucciones y es él quien toma las decisiones en esa familia, primero de huir de los designios asesinos de Herodes y después de volver a Israel y establecerse en Nazaret.

Nada podrá ocultar el hecho de que, según la revelación divina, es la familia, entendida como comunidad de vida y de amor fundada en el matrimonio indisoluble, el lugar donde todo ser humano debe venir a este mundo. Jesús nació en una familia, Jesús es miembro de una familia. La familia es el bien más precioso que cada uno tiene; carecer de ella es la pobreza más extrema.



« Redacción »