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Entrad por la puerta estrecha


Publicación:25-08-2019
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En la parábola del sembrador, Jesús había enseñado que sólo una cuarta parte de lo sembrado encontró buen terreno y dio fruto

Una de las características de nuestra época de la informática es que hacemos encuestas para todo. No se comienza ninguna actividad sin hacer antes un detallado estudio de factibilidad con precisas estadísticas sobre el comportamiento de los destinatarios.

Pero a nadie ha podido hacer una estadística sobre cuántos son los que se salvan, es decir, cuántos son los que concluida su vida terrena alcanzarán de la bienaventuranza eterna. Sabemos, sin embargo, muy bien -porque así se nos ha revelado– que la sentencia tendrá estas dos alternativas: “Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el Reino” – “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno...” (Mt 25,34.41). Que se pronuncie una u otra dependerá de cuánto hayamos servido durante nuestra vida a esos “hermanos más pequeños de Jesús”.

Depende, entonces, de nuestra decisión libre? Sí. ¿Se podría, entonces, hacer una estadística? No. Porque la salvación de cada uno es, sobre todo, obra de Dios. En efecto, a la pregunta de los apóstoles: “¿Quién podrá salvarse?”, Jesús responde claramente: “Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible” (Mt 19,26). La salvación es enteramente obra de Dios y enteramente obra de cada uno de nosotros. Ambas cosas son verdad; pero cómo se puedan juntar es un misterio que supera a nuestra inteligencia. Lo más que se puede decir es que la salvación es un don gratuito de Dios que debemos acoger; una obra de Dios con la cual debemos colaborar.

En la parábola del sembrador, Jesús había enseñado que sólo una cuarta parte de lo sembrado encontró buen terreno y dio fruto; el resto de la semilla se perdió, porque cayó al borde del camino o en terreno pedregoso o entre espinas. Ante este resultado –sólo el 25% fructífica– es lógico que alguien le pregunte: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”.

Quien formula la pregunta de esa manera ciertamente espera que Jesús lo contradiga y lo tranquilice. Pero, lejos de eso, la respuesta de Jesús reafirma su pronóstico: “Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán”. ¡Muchos quedarán fuera! Incluso muchos de los que estaban allí mismo escuchando a Jesús: “Veréis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echarán fuera”. La sentencia de Jesús adquiere la forma de una advertencia para los de su propio pueblo, pues en seguida Jesús amplía las posibilidades: “Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios”.

No es posible hacer un cuadro estadístico sobre cuántos son los que se salvan. Debemos, sin embargo, tener en cuenta los datos que Jesús nos ofrece: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha es la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y son pocos los que lo encuentran” (Mt 7,13-14).



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