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Guadalupe Amor, a 20 años de su partida

Guadalupe Amor, a 20 años de su partida
Guadalupe Amor

Publicación:09-05-2020
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En un día como ayer, 8 de mayo, de hace ya dos décadas moría, a los 82 años de edad, la poeta Guadalupe Amor

Una mujer que por su belleza atrajo en su momento a grandes pintores que deseaban desnudarla para capturarla en sus obras… belleza que ocasionara tormentos e insensibilidades en torno suyo desde la adolescencia, elementos que se fueron desgranando con el paso de los años hasta causar provocadoras insolencias que aún hoy en día son recordadas como gracias desquiciadas con un problema central que le pesaba demasiado: el de vivir, decía, “en un país mediocre”…]

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Guadalupe Amor era, y según parece lo fue desde muy joven, una persona insoportable. Siempre quería ser el centro de atención. “Guadalupe era una adolescente y estaba muy lejos de admitir ataduras ?dice Elvira García en su libro Redonda Soledad: la vida de Pita Amor (Grijalbo, 1997)?. Corrían los años treinta. Quería salir a la calle, ir más allá de la colonia Juárez, subirse a un fotingo [carro pequeño de alquiler] y asomarse a otros rumbos, aunque fuese nada más desde el automóvil... También deseaba conocer a los pintores y escritores que su hermana Carolina entrevistaba y con quienes entablaba amistad. En otras palabras, le urgía sentirse mayor de edad, y así ir de aquí para allá. Pero como los preceptos de la casa eran muy estrictos, entonces ideaba la manera de llamar la atención y comunicar que no tenía interés en respetarlos. Se paraba en el balcón, lo cerraba con llave, tiraba ésta a la calle y se desnudaba por completo. Ahí permanecía largo rato, dejándose observar por los viandantes, hasta que un miembro de su hogar la descubría y corría en busca de la dichosa llave que, por supuesto, no aparecía fácilmente. Todos los parientes se abochornaban con esa escena; ella, en cambio, se vestía con toda parsimonia después de haber tomado el sol a los ojos de la ciudad”.

2

          Hoy Dios vino a visitarme

          Hoy Dios vino a visitarme,

          y entró por todos mis poros,

          cesaron dudas y lloros,

          y fue fácil entregarme,

          pues con sólo anonadarme

          en la exaltación que tuve,

          mi pensamiento detuve,

          y al fin conseguí volar.

          ¡Sin moverme, sin pensar, 

          un instante a Dios retuve!

Elvira García supo utilizar la palabra correcta. A Guadalupe Amor le encantaba “abochornar” a los demás, porque nadie le interesaba. Para la poeta, ella era, fue, lo único valioso en esta vida. A los 15 años abandonó la casa paterna para ser sostenida por un rico ganadero: José Madrazo, quien le triplicaba la edad.

     De su departamento en las calles de Río Duero, en la colonia Juárez de la Ciudad de México, que le pagaba el empresario sin vivir necesariamente con ella, se han contado innumerables cosas. De ahí salía después de la una de la tarde, perfectamente maquillada, para recorrer la ciudad en busca de un acompañante. Sus fiestas nocturnas eran interminables.

     “¿Qué hacía Guadalupe, además de correr de un lado para otro de la capital, asistiendo a sus compromisos sociales? ?se pregunta la periodista Elvira García?. No hay testimonios que indiquen que ya escribía o empleaba su tiempo en alguna actividad profesional. Probablemente se limitara a disfrutar su vida amorosa y a frecuentar diversos grupos culturales para saber a cuál deseaba integrarse”.

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A partir de los años cuarenta, y rodeada de intelectuales de la talla de Salvador Novo, Enrique González Martínez, Manuel González Montesinos, Enrique Asúnsolo, Xavier Villaurrutia y Alfonso Reyes, empezó a publicar sus poemas:

      Mi egoísmo se incubó en la soledad,

      quizá entonces no sea tan egoísmo.

      Si mi niñez, más que niñez, fue abismo,

      no es raro que en mi mente sea verdad

      que lo único que vale es el ser mismo.

También fueron famosas, en el momento, sus reuniones con diversos pintores para los cuales, presurosa, posaba, sin distingo de ningún tipo, desnuda (los óleos de Raúl Anguiano, Juan Soriano y Diego Rivera son, tal vez, los más sobresalientes en este aspecto).

     Pero conforme pasaban los años, Guadalupe Amor iría perfeccionando su irascible carácter. “Poseía una inmensa y sorprendente capacidad para transformarse en cuestión de minutos ?dice Elvira García?. Si su plan inicial era ser fascinante, se mostraba seductora, simpática y bromista. Si a mitad de la fiesta se sentía rechazada o lastimada por alguien, cambiaba de estrategia y se preparaba para atacar. Se volvía una pantera sensual, una leona o un áspid, según las circunstancias. Peleaba para conquistar, humillar o acabar con el otro”.

El acabose ocurrió, sin embargo, a fines de los cincuenta cuando, sin quererlo, Guadalupe Amor tuvo un hijo a consecuencia de un efímero amorío con un joven abogado (el pintor Juan Soriano aseguraba que era un primo de Juan José Arreola), que sirvió a José Madrazo, quien aún la sostenía a pesar de las descaradas infidelidades de ambos, para cortar por completo con esa insana relación, asunto que sumió en la locura a la poeta.

     “El niño nació el 19 de diciembre de 1959 ?dice Michael Karl Schuessler en su libro La undécima musa: Guadalupe Amor (Diana, 1995)? y, al escuchar su primer llanto, Pita se dio cuenta que jamás sería capaz de cuidarlo. Su temperamento simplemente no podía tolerar las exigencias de la maternidad. Su hermana Carolina se encargó del bebé, y Pita constantemente lo visitaba y jugaba con él. Un día como tantos otros llegó Pita a la casa de Carito en San Jerónimo para pasar el día con su hijo. Al buscar a Manuelito no lo pudieron localizar en ninguna parte hasta que, finalmente, una sirvienta encontró a la criatura sumergida en una pila de agua. Lo llevaron inmediatamente al hospital, pero ya era tarde: Manuelito estaba muerto”.

      Según Raúl Anguiano, “allí perdió la razón Pita Amor”. Soriano explicaba que dicho acontecimiento no era para sorprenderse, tomando en cuenta las peculiaridades de la poeta: “Pita tuvo un hijo con un primo de Juan José Arreola. Pero Pita lo mismo se hubiera acostado con él que con otro o que con nadie, porque era completamente chiflada de verdad. El ganadero José Madrazo tenía a varias señoras, varias mujeres, a las cuales les regalaba pieles según la importancia de la relación, y Pita siempre estaba peleando la piel que no le había llegado hace un año. Unas relaciones como de puta... de puta de lujo, claro. También cuentan que ella, cuando tuvo el niño, le entró un ataque de veras muy fuerte de locura y quiso matarlo. Entonces Carito se lo llevó a su casa. Esto fue motivo para que Pita empezara a ir todos los días con Carito a llorar, para hacer escenas. Carito estaba verdaderamente hecha pedazos. Para ella fue algo tremendo. La tragedia pasó en un segundo: sonó el teléfono y fue a contestar. Dejó al niño allí con la sirvienta que lo cuidaba. Luego oyó una gritería, salió de la casa corriendo y llevó al niño a una clínica, pero ya estaba muerto. Lo del hijo lo tomó primero muy dramáticamente y todo; pero no era una verdad, tampoco. Era más verdad en Carito; para ella sí fue una cosa tremenda. Pita decía cosas, pero era representación”.

      Por algo, Guadalupe Amor le dijo a su biógrafo Schuessler que no valía la pena hablar del pasado. “Me  molesta la gente que habla del pasado ?dijo la poeta?. Por eso no son felices. Lo único que cuenta es este momento, ahora; esa es la felicidad. Yo soy muy feliz”.

6

El desprecio que sentía Guadalupe Amor por la gente común era natural en ella. Cuando la veían pasar los peluqueros que vivían cerca de la casa del pintor Juan Soriano, le gritaban por su nombre. La poeta, aseguraba Soriano, se volteaba, irritada, para contestar que no le hablaran porque eran hijos de criados e iban a morir siendo criados.

      “Siempre es una aventura, y no siempre agradable, acompañar a Pita durante sus paseos cotidianos por la Zona Rosa ?escribe su biógrafo Michael Karl Schuessler?. Un día le presumió a su sobrina que nunca ha sido tan desgraciada como para tener que subir a un pesero, mucho menos a un camión, ya que viaja exclusivamente en los taxis omnipresentes de la Ciudad de México. Por consiguiente, sus encuentros más frecuentes (y crueles) son con los ruleteros. Atraviesa la calle Bucareli, sin importarle si el semáforo está en rojo, amenazando a todos los conductores con su bastón, parándose de vez en cuando en mitad de la calle, esgrimiéndolo a lo que se acerque, lista para enfrentarse con cualquier coche que se atreva a acercarse. Esta imagen quijotesca termina cuando detiene un taxi, claro, con el bastón, y sube, lentamente, no aceptando jamás la ayuda del chofer quien, para ella, no constituye una persona decente”. 

7

          Amor que te multiplicas…

          Amor que te multiplicas

          cuando en celos te conviertes

          y toda tu esencia viertes,

          pues amenazas, suplicas,

          callas y luego replicas,

          tramas venganzas ocultas,

          a un tiempo imploras e insultas,

          eres víctima y verdugo,

          fabricas tu propio yugo,

          y en tu infierno te sepultas.

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Un día, después de un paseo sumamente desagradable, confiesa Schuessler, “al llegar a nuestro destino, el pobre taxista cometió el grave error de tutearme. Al percibir esta inmensa falta de respeto, Pita lo amonestó: ‘¿Cómo se atreve a tutear a este señor? Es un príncipe y usted es basura’. El taxista dejó de hablar y yo me puse completamente rojo”.

      En el momento de pagarle, el taxista le preguntó a Schuessler si su mano no se ensuciaría con el menor roce de la suya ya que, según la poeta, la tenía “puerca de dinero”. El biógrafo intentó, en vano, explicarle cómo era la señora, pero al oír aquella conversación Guadalupe Amor la interrumpió con una letanía de insultos:

      ?¡Es usted positivamente odioso! ?dijo la escritora al taxista?. ¡Indio rabón, inmundo! ¡Nariz de mango! ¡Hijo de criada!

      ?Ay, seño ?replicó el taxista?, ya no estamos en tiempos de la Conquista.

      ?Menos mal ?respondió la poeta?, porque si estuviéramos ya te habrían matado por indio.

      Las anécdotas no finalizan. En una ocasión le presentaron un periodista a Guadalupe Amor. Ella, soberbia e iracunda, dijo que un periodista no podía ser tan feo como el que le acababan de presentar pero, por cortesía, lo saludaba. Días después, el periodista se la topó casualmente en la Zona Rosa. Se acercó a ella, caballeroso y gentil, sólo para oírla gritar, acalorada e intolerante, que ningún hombre tan feo tenía el derecho de interrumpirla en su camino. También son legendarios sus bastonazos a todo aquel que, en los restaurantes, se negaba a comprarle un poema, que no todos, por cierto, conllevan la maestría que algunos admirados críticos de la diva dicen que poseen. Porque, mujer extravagante al fin (y la extravagancia adquiere relevancia en los círculos de la ociosidad burguesa), lo que, después de todo, se admiraba de ella era precisamente su “locura” y no su plataforma literaria:

      Mi locura es portentosa

      mi locura es de espejismo,

      mi vida de cataclismos

      y es de locura la rosa

      y la alada mariposa

      y mis pensamientos mismos.

      Es de platino mi mente

      y mi locura ascendente.

9

Mujer desprejuiciada, tal como las heroínas mexicanas de mediados del siglo XX (ya en el cine o en el arte, desde una María Félix hasta una Nahui Olín, admiradas por su enjundioso carácter o por su despilfarro corporal), Guadalupe Amor fue amada por demasiados hombres ?pero no necesariamente correspondidos? que la encumbraron, agradecidos, al cenit cultural (al grado de que, por ejemplo, Alfonso Reyes se refiriera a ella como “un caso mitológico” antes incluso de ser convertida en un mito de la urbe por su fragorosa presencia en la Zona Rosa).

      La mujer que jamás se inclinaba de no ser para recoger una pulsera de oro, detestaba México. Como María Félix, esa otra mujer que despreciaba la fealdad nativa mexicana, Guadalupe Amor dijo a Mary Lou Daubdeuh, en 1978, que por México no daba nada: “Es que en México no tiene uno seguridad. La gente es malvada. Es una raza maldita. En la calle te empujan, te roban, te insultan. Y los taxistas, no se diga. Te encierran en el carro y bajan los seguros para que cuando te cobren de más y protestes no te puedas bajar. Es un país de cobardes, un país de imbéciles donde triunfan los mediocres; la gente es sucia; ¿y los hombres? Insultan a las mujeres, no las respetan, es un asco de país. Vivo aquí por necesidad. En París nunca me cobró un chofer de taxi y es que yo era tan bonita”.

   (Estamos ciertos de que Donald Trump jamás la ha leído, ni de que es considerada por la crítica de la mafia cultural como una poeta de ascenso verbal, ni conoce su discurso, para fortuna nuestra, porque podría basar su tesis, la de Trump, en la de ella…)

      Pero ahí están sus letras para el que quiera acercarse a esta mujer edulcorada, cursilona, impetuosamente loca que arrancara más de un suspiro masculino y que, por eso mismo, se confundiera su quehacer poético ?en realidad a punto, ¡ay!, siempre de conseguir la redondez? con su actitud alterada de la vida. Una mujer como Pita Amor siempre va a hacer falta en las noticias frivolonas del comercio del arte.

10

Cuando sucedió el terremoto de 1985, Guadalupe Amor se mostró satisfecha por el percance telúrico. “Fue una poda de nacos”, declaró. Hermosa en su momento ?hermosura que compartiera desgranadamente con hombres que le pudieran servir en sus fines artísticos (hay que recordar que no sólo escribió una veintena de libros y la grabación de un disco que reúne varias de sus poesías, sino también intervino en el cine, el teatro y la televisión, en Canal Once, en el programa La Señora de la Tinta), aborrecía todo lo que consideraba un estorbo en su vida. Se ufanaba de haber escrito 2,000 sonetos y 1,900 liras (cinco versos, tres heptasílabos y dos endecasílabos), que incluían su propio epitafio (que no es propiamente una lira, sino una sexteta con cinco octosílabos y un decasílabo mal puntuados):

      Es tan grande la ovación

      que da el mundo a mi memoria.

      Que si cantando victoria

      me alzase en la tumba fría.

      En la tumba fría me hundiría

      bajo el peso de mi gloria.

11

Hace 20 años dejó de existir la poeta, que a cabalidad nadie sabe de dónde le provinieron la locura y la codicia, ambas condiciones en su momento exaltadas por los varones arrobados de su belleza. Un caso señero de nuestra literatura, en efecto.



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