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Opinión Editorial


Violencia como rechazo del duelo


Publicación:04-08-2020
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La violencia -podríamos decir- es multifactorial. Es decir, puede estar motivada por un sinfín de factores y situaciones

La violencia -podríamos decir- es multifactorial. Es decir, puede estar motivada por un sinfín de factores y situaciones.  Hoy, en estas líneas, abordaremos una forma específica de violencia, que es la violencia como rechazo del trabajo del duelo, aquella que se ejerce y recibe, como efecto da la no correspondencia a un cortejo, del término de una relación amorosa (noviazgo, matrimonio…) padecida tanto por hombres como por mujeres; en relaciones heterosexuales como homosexuales. 

Cuando una persona está intentando iniciar o continuar una relación amorosa, siempre se ve confrontada con la libertad del otro, con sus decisiones y viceversa.  El otro, a quien se ama, puede correspondernos y entonces todo es maravilloso; o quizás en algún momento, decidir no correspondernos y/o dar por terminada la relación; incluso puede realizar algunas acciones en la línea del engaño y la traición, viniendo a menos al acuerdo -escrito o no- que fundo la relación amorosa. 

Amar, en parte, es depender de lo que el otro decida. Por ello -dicho sea de paso- muchas personas prefieren no enamorarse para no exponerse a las decisiones del otro. Cuando sus decisiones nos favorecen, estamos contentos, de lo contrario, sentimos que sufrimos la pérdida de un ser querido. Es parte del misterio del amor: no se puede obligar ni decretar a alguien que nos ame. El amor siempre incluye el respeto a la libertad del otro, y viceversa. De lo contrario la relación se convierte y reduce a formulas desgastadas, a una prisión insoportable. 

Hay quienes, ante la pérdida del amor del otro, del interés y decisión de iniciar y/o continuar con la relación, en lugar de aceptar la pérdida, poder simbolizarla, retirarse a elaborar un duelo (por el otro, por la relación y por aquello que se tuvo con la otra persona) reaccionan de manera agresiva, violenta, convirtiendo el dolor en odio, como una defensa que creen, les servirá para no sufrir tanto. 

En lugar de realizar todo ese doloroso trabajo subjetivo que implica el duelo, para defenderse del dolor, de lo que cala la verdad, reaccionan violentamente hacia el otro, buscando su daño, su control, su destrucción, al extremo de “Si no eres mío/a, entonces no serás de nadie”, o de manera cotidiana, cuando el otro, el enamorado/a, no reacciona como se quiere y espera, cuando se sale del guion que imaginariamente se le escribió. 

La violencia se desata como efecto de la pérdida amorosa: se prefiere la guerra, el daño, el insulto, el golpe, la disputa por el dinero y los hijos al diálogo, al trabajo de duelo, a la pérdida como parte inherente de la vida y las relaciones. Pudiéramos decir que para que sea una verdadera relación amorosa siempre se tiene que incluir la posibilidad de las contingencias, de la pérdida, del cambio de decisiones, del fin. Solo así el amor se mantiene vigente: solo se puede amar si se ama algo más allá del sujeto visto como una “posesión”, su libertad. Que ella, la libertad, pueda incluir la posibilidad de que nos elija o no, y viceversa; pues amar (a una pareja, a un hijo, a un amigo…) siempre implica una cuota de libertad, es decir, ni yo ni el otro somos posesiones o extensiones en espejo del otro, sino personas diferentes, libres. 

Cuando las decisiones (propias o del otro) no nos favorecen, cuando no responden a lo que se desea y se desencadena una pérdida, un dolor por lo que deseamos que fuera y finalmente no fue, tenemos dos grandes opciones: aceptar la decisión del otro sin reivindicaciones, luchas, reclamos o chantajes, sino como parte del amor que se le tiene a esa persona (pareja, hijos, amigos…) a su libertad y movimiento, celebrando el amor y la libertad del otro como parte de la relación misma, pero que ahora marca el comienzo del fin de un proyecto soñado y anhelado, que tendrá que tener un punto final, a fin de poder llorarlo, sufrirlo y, finalmente un día, transitarlo, tramitarlo. La otra opción es terrible: renunciar a aceptar la decisión del otro que no nos favorece, elegir el enojo, el odio, el ataque a quien se amó, justo por no ser como queríamos, vivir eternizando ese momento, no elaborar su duelo, permanecer creyendo que por culpa de esa persona no se es feliz; detener nuestra vida, no poder avanzar a otros horizontes. Inclusive de manera terrible, buscar dañarle, sea de palabra y/o actos diversos, rayando en la difamación y en el crimen; precisamente por no aceptar perder, por no aceptar la libertad del otro. 

En ese sentido, el verdadero amor siempre contempla como valor supremo la libertad del otro. Donde el /la enamorado/a es custodio de esa libertad, siempre, pero sobre todo, cuando ésta no le favorezca. 

Instagram: camilo_e_ramirez 



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