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Opinión Editorial


¿Profesionistas de clóset?


Publicación:27-05-2020
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En el pasado inmediato de la lógica industrial se pensaba que un título académico -junto a su estereotipo asociado- eran organizadores de identidad

En redes sociales se lee un post viralizado por diferentes cuentas: “Los millennials no colgamos el título en la pared. Lo tenemos en una bolsa en el clóset”. Partamos de esta frase, para plantear algunas cuestiones sobre la elección de una profesión y su ejercicio en nuestros tiempos.

En el pasado inmediato de la lógica industrial se pensaba que un título académico -junto a su estereotipo asociado- eran organizadores de identidad. Por lo tanto, no solo se creía que se había estudiado algo, sino que se “era” (ingeniero, médico, contador...) eso que se había cursado. El estudio equivalía o se hacía coincidir con la identidad. “¡Mi hijo quiere ser…” – se decía! De tal forma que el joven, futuro profesionista, decidía su carrera en función de la identidad que quería asumir, es decir, mimetizarse con aquello elegido. ¿Qué quieres ser de grande? - se preguntaba. Bastaba con ajustarse, disciplinaria y moralmente, con el modelo elegido y todo iría viento en popa, futuro garantizado.

Entre los hombres predominaban tres profesiones (medicina, ingeniería y leyes) así como tres oficios-vocación (maestro, sacerdote o militar). A las mujeres se les asignaba, predominante, un rol de cuidado-atención de su señor e hijos:  esposa, madre, ama de casa. Además de oficios, profesiones, tales como institutriz, partera, enfermera, secretaria o religiosa.  Quienes no se identificaban con estos quehaceres, emprendían - ¡y aún emprenden! - un recorrido -la mayoría de las veces, contracorriente- hacia la conquista de aquello que desean. “¡De la casa sales, casada, al convento o muerta!” les espetaban a muchas mujeres durante siglos sus propios padres.

Afortunadamente las vocaciones, profesiones y estilos de vida, tanto para mujeres como para hombres, se fueron diversificando y amplificando. De tal forma que hoy, la elección de los estudios, la profesión, la carrera y la vocación, pasan más por un deseo y elección de vida, que por imposición de un modelo fijo, social y moralmente. Los modelos y referentes, como decíamos, se diversificaron, los viejos organizadores se diluyeron, si no es que ya se han evaporado por completo. Con ello, aumentaron evidentemente las posibilidades de vida, pero también las crisis y las angustias, debido a la necesidad de tener que elegir  cómo ser, qué ser -sin garantías, esas que antes se asentaban en valores piramidales de Tierra Uno, en su pasaje a Tierra Dos (la postmodernidad)- como lo ha teorizado de manera genial Jorge Forbes, psicoanalista brasileño, quedando mujeres y hombres, desbussolados, a la deriva sin puntos de referencia fijos, pero al mismo tiempo con la posibilidad de inventar y responsabilizarse por lo que cada uno desea hacer con su vida.

En la actualidad, la crisis de identidad, esa que sufren muchas personas (sobre todo las de la generación millennials y subsecuentes) se produce por no contar con un organizador, único, ya que existen múltiples. De ahí que se piense que el título profesional ya no sea un elemento dador de identidad: se va la universidad a estudiar, se obtiene finalmente un título y una cédula para guardarlo en el clóset, pues la persona no se siente ni asume como tal o cual profesionista. Ello no solo produce muy frecuentemente que alguien no pueda asumirse como profesionista, ejercer la carrera elegida, continuar su formación a un nivel de expertise mayor, generar independencia económica de sus padres, autorizarse a formar un patrimonio, sino que alguien también se mantenga en un limbo insoportable para sí mismo, ya que no logra inventar un sentido de vida singular en lo que realiza, apareciendo a menudo como deprimido, sin ton ni son. Ya que, al no asumir una identidad, no necesariamente fija -como las de otros tiempos- tampoco se genera una nueva, más flexible y variable, lista para todas las circunstancias, como las de estos tiempos. Por lo que son más susceptibles de “caer” en respuestas comunes y genéricas, como lo son lo políticamente correcto y el consumo de objetos (mercancía, sustancias legales o ilegales) así como el asilarse, amurallándose, protegiéndose de los demás, a quienes se piensa tóxicos, huyendo de cualquier situación que le requiera un posicionamiento, una puesta en acto singular, que responda a ¿Tu qué es lo que quieres?

En ello podemos encontrar la explicación de un síntoma muy frecuente: cambios y cambios de trabajo, profesión, oficios, no necesariamente por una amplificación de un deseo vocacional que desea hacer muchas cosas, sino por referir sentirse encasillado en un mismo trabajo, en un mismo lugar, en una misma relación. Como si el decidirse finalmente por algo o alguien, se asociara con ser reducido al referente, al título (¿Qué somos tú y yo?). Solo que la “liberación” guarda también una mentira, pues el activismo compulsivo, hacer muchas cosas huyendo de los estereotipos, optando por hacer de todo para no definirse en nada (en lo profesional, en el amor, en las relaciones...) salir sin despedirse, para no sufrir el conflicto, la diferencia, lo incompleto de los referentes, tampoco satisface, no porque sea algo pesado en sí mismo, un infierno, sino porque le falta el ingrediente fundamental: el sentido singular, algo que cada uno coloca, inventa y se responsabiliza por ello, independientemente si se trabaja por cuenta propia o para una empresa.

Sigmund Freud, planteaba, que para poder heredar el heredero debe reconquistar aquello que recibe, pues no se da una transmisión directa de sentido; todo deseo requiere invención y amplificación. No es el título -cualquiera que sea, en tipo y cantidad- el que indicará lo que haremos con él, sino el sujeto, uno a uno, el que dirá, finalmente, que hará con el título que buscó recibir. Más allá o más acá, de si el papel se guarda en una bolsa en el clóset o se cuelga en la pared, cuenta el efecto subjetivo y laboral de haber recibido y reconquistado algo; sea que se desee renunciar a él o ponerlo en circulación de manera singular. Las dos decisiones implican una apuesta decidida.

 



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