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Opinión Editorial


La sorprendente muerte


Publicación:27-07-2022
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Si la muerte es tan humana, tan cotidiana y democrática, vigente y presente, es el amor lo que, de cierta manera, produce y amplifica el dolor

“Existo, luego invento por qué existo”

Paul B. Preciado 

Una y otra vez —como desde el principio de los tiempos— los humanos morimos. “Se andan muriendo muchos que antes no se habían muerto”, le gustaba decir a un tío mío a manera de broma. Broma que –como todo buen chiste— si logra impactarnos es justamente por el grado de angustia que genera. “Solo me río cuando me duele” dice Rafael Barajas “el fisgón” en uno de sus libros que lleva el mismo nombre, ampliamente recomendado.  

No obstante, la repetición de tan cotidiana condición inherente a los seres vivos, la muerte continúa siendo sorprendente, siempre fresca y nueva, al mismo tiempo absurda y sin sentido. Un día, vestida de sorpresa, la impávida e imparable muerte, simplemente aparece, irrumpe dividiendo el tiempo de nuestras vidas en un antes y después; instalándose sin retorno alguno. 

¡La muerte es sorprendente! Un acontecimiento irreversible y enigmático. El misterio del origen se continúa en el misterio del fin. ¿De dónde venimos? ¿Qué hay aquí? ¿Qué hay allá? … Las preguntas permanecen abiertas. 

Si la muerte es tan humana, tan cotidiana y democrática, vigente y presente, es el amor lo que, de cierta manera, produce y amplifica el dolor por la muerte de aquellos seres para nosotros irremplazables: la muerte de los seres queridos. Por eso Sigmund Freud decía que en el inconsciente nadie cree en su propia muerte. El amor hacia sí mismo y hacia los demás es el que crea la sensación de sorpresa, ¿qué? ¿cómo que se murió? Es el amor lo que hace que no creamos en la muerte de quienes amamos. ¡No puede ser! ¡No puede ser! Renunciamos a aceptarlo. Luego saltamos al sentido o al menos a intentar construir alguno: ¿por qué? ¿por qué a él/ella? ¿por qué ahora? Como si creyéramos que el amor que experimentamos inmunizara a quienes amamos, como en una especie halo protector. 

Son esas ansias de eternidad las que conducen a que sintamos —aunque sea tan sólo de manera cómplice con nosotros mismos— que no moriremos nosotros, ni tampoco nuestros seres queridos. Es solo pretender, hacer como que para ellos no existe la muerte; imaginariamente nos gustaría evitarles/y evitarnos ese trago amargo, esa pena, ese dolor. De ahí la estrategia que muchas personas —sabiéndolo o no— aplican como escudo: si no me enamoro de alguien no sufriré su partida. Vana pretensión, pues el amor, como la muerte, no surge por un acto de voluntad, sino por un acontecimiento fortuito, accidental, una sorpresa: un verdadero encuentro con lo no calculado; como las mejores cosas de la vida, que son encuentros sorprendentes. Así como no podemos decidir cuándo será el fin o qué soñáremos esta noche, tampoco de quién, cuándo o dónde nos enamoraremos. El amor es una sorpresa, una contingencia, algo que surge y parte el tiempo en un antes y un después. Evidenciando la discontinuidad de los seres vivos, haciendo que el tiempo de vida sea algo digno de ser vivido. 



« Camilo E. Ramírez »