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Opinión Columna


La momia


Publicación:03-04-2019
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Simplemente se trata de la historia de una momia que sigue estando presente, muy a pesar de los vivos.

 

Con estas líneas no pretendo referirme a nadie en específico, ni aludir indirectamente a nadie. Esta columna no tiene ese carácter político que algunos quisieran atribuirle, pues, en realidad, tan solo se trata de una curiosidad histórica relacionada con una momia y nada más. La historia de un personaje que sufría una especie de necedad ínfima, muy específica, relacionada con la idea de que perpetuarse en el tiempo y en el lugar que siempre había ocupado en vida, por mera presencia sostendría las cosas y atribuiría valor a lo hecho y a lo decidido.


Se trata, nada más y nada menos, del filósofo inglés, padre del utilitarismo: Jeremy Bentham. Algunos de ustedes conocerán la historia, otros, posiblemente no.


Por muchos es sabido que Bentham en los últimos años de su vida se encontraba obsesionado con su muerte. Al grado, incluso, de que diez años antes de que muriera, se dice, llevaba un par de ojos de vidrio en sus bolsillos para que, al momento de su muerte, los embalsamadores no tuvieran problemas y se los colocarán de inmediato. Desgraciadamente para Bentham, cuando murió, algo sucedió con su cabeza y ésta tuvo que ser remplazada por una de cera y colocada en su cuerpo ya momificado; cuerpo que celosamente se guarda en una vitrina de la University College de Londres.


Como es de esperarse, la historia de la momia no termina aquí. Ésta, que representa al espíritu del filósofo utilitarista, según sus seguidores, no sólo es una curiosidad turística rigurosamente custodiada por las autoridades universitarias, sino que continúa presidiendo algunas de las reuniones de comités académicos y ceremonias trascendentales de la Universidad. Bentham fue el rector y el fundador de la Universidad que ahora lo custodia. Y muy a pesar de ser el pensador que pregonaba el mayor número de felicidad para el mayor número posible de personas, era bastante quisquilloso con los asuntos académicos y universitarios, al grado, de que en algún momento pensó, que la Universidad no iría nada bien sin él; que era necesario. Al grado de que pensaba que su presencia lograría salvar al claustro académico de su inminente hundimiento. Es decir, una pizca de arrogancia y una cucharada grande de necedad, lo llevaron a pensar en la necesidad de que él siempre debería estar presente; atender todos los comités académicos relevantes y presidir las reuniones universitarias. Esto ha llegado al grado, de que, como podrá constatar el lector, en la actualidad su cuerpo momificado sigue presidiendo muchos comités universitarios.


Hasta qué grado llega la necedad de un hombre para perpetuarse en el lugar que ocupó hace más de 180 años. Sin duda la historia causa curiosidad y deja abierta muchas interrogantes, empero, cualquier escalofrío causado por ella no es producto de una realidad que en nuestro contexto vivamos. Simplemente se trata de la historia de una momia que sigue estando presente, muy a pesar de los vivos.



« Redacción »
Edgar Elías Azhar


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