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Opinión Editorial


Julián Guajardo (1933-2020)


Publicación:05-06-2020
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Julián Guajardo ha muerto. Actor, director de teatro, productor, escenógrafo, maestro y, sobre todo, amigo

Vaya con la muerte. Si no es lotería. Apenas ibanos (es correcto, en castellano antiguo) reponiéndonos del fallecimiento de Rogelio Villarreal, cuando otra vez la carcajada chimuela de la siriquisiaca nos hace llorar: Julián Guajardo ha muerto. Actor, director de teatro, productor, escenógrafo, maestro y, sobre todo, amigo. Compañero de tragos y aventuras culturales.

 Cada vez que un defensor de la cultura, de las ideas, del sentimiento, del arte y la reflexión muere, la ciudad queda inerme, indefensa ante el ataque de los sátrapas del dinero y del poder, de los ejércitos de cangilones que a los artistas e intelectuales les gritan póngase a jalar borrachos, huevones; queda la ciudad a merced de los hampones de cuello blanco con falsas pretensiones de sofisticación. Sin hombres (y mujeres) de cultura quedamos expuestos a las embestidas de los bárbaros: políticos y empresarios, los que menos hacen por la cultura, por la educación, por el arte. Y en cambio favorecen y patrocinan el consumismo, la alienación, lo fatuo, lo fútil. Dan a la gente puras cacallacas, nunca libros, lápices, cuadernos. Y despiertan entre los borregos el encono para los artistas y pensadores, porque es exactamente lo que quieren: que la gente no piense, no sienta, no reflexione.  

 Como todos los artistas en Monterrey y en casi todo México, Julián Guajardo antepuso el arte, el teatro, a la fruslería, a lo intrascendente, al beneficio personal. Es un sino atroz: el artista tiene que padecer la anemia de las carencias para cumplir con su vocación. En otros países no sucede así. En otros estados de México no sucede así. En Nuevo León sí. Incluso los entes culturales oficiales del estado y los municipios esquilman los presupuestos con otros propósitos, no el de apoyar a los artistas. Los funcionarios culturales no quieren los libros, no procuran las bibliotecas. Sí, los hombres de cultura son recipiendarios de homenajes y reconocimientos. Julián Guajardo lo fue. Pero quienes se los brindaron nunca se interesaron por saber de qué vivía, cómo vivía, en qué condiciones. Y más a una edad tan avanzada. Mucho homenaje pero nunca apoyo económico, reconocimiento pecuniario a una vida de sacrificios y angustias. Es el sino atroz del artista en Nuevo León. 

 Nacido en Monterrey en 1933 Julián Guajardo, Lozano de segundo apellido, hizo del teatro su vida. Y se convirtió en uno de los pilares nacionales de este arte. Alegre, simpático, agradecido con la vida, dinámico, Julián forjó varias generaciones de actores. En la década de los 70s el escenario teatral fue de él a la par de otros de igual estatura. Las obras “El Juego de Zuzanka”, en 1976, de Milos Macourek, con música de Carlos Gómez Flores fue un hito, aquí y en el país; “La sonata de Kreutzer” (1977) con Rubén González Garza y Nuria Bages fue otra gran puesta en escena. Y la clásica “Los chicos de la banda”, donde aborda sin sordina el tema homosexual, algo sacrílego en 1979, duró meses y meses en escena y cautivó al público de toda la república.

 Yo lo conocí por mi compadre del alma Erick Estrada Bellman, que nos ve desde el cielo, porque eran amigos. Julián cumplía años, estaba casado por segunda vez con una mujer más joven que él. Ahí estaban sus dos hijos Julián y Juliana. Nos encontramos muy bien. Julián dijo algo que todavía me maravilla: “Tu eres el tal Arnulfo, leo todo lo que escribes”. Yo me quedé de a seis, pensando que nadie me lee y menos alguien como Julián. Vivía en un departamento en unos condominios sitos en Raúl Rangel Frías y Lincoln. Y la noche se hizo corta. Risa y risa. Julián, cacareaba, imitaba, abría unos ojotes, chistaba. Y hablaba en serio. Muy en serio. No pocas veces le dieron con la puerta en las narices cuando presentaba un proyecto. Esos directores culturales de los cuales hablamos. Y más por simpatizar con la izquierda. 

 Después nos veíamos en el Vips de Hidalgo. Le llevaba libros. La revista. Los voy a leer, decía. Y se lo creía. Claro. Quiero que me escribas unas palabras para el programa de mano de una obra, me pedía. Por supuesto, mi Julián. Y yo me esponjaba de gusto como gallina avada. 

 Ok, Julián. Que estés muy bien. Ya estás bien. Nosotros tenemos que seguir bregando, expuestos al ataque de los bárbaros. Aquí, hasta donde dé, cuidamos tu legado a través de la palabra. Me saludas a Erick. Y acuérdense de la raza.



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