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Opinión Columna


Estamos en construcción


Publicación:13-03-2019
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Afortunadamente, eso que siempre escapa a la definición/control, es también eso que resiste y permite que cada uno, mujeres y hombres, sigan creando

 

“Yo soy una mujer como cualquier hombre”


Simone de Beauvoir

Nuestra esencia es vacía: no hay esencia de lo femenino, no hay esencia de lo masculino. En ese sentido, todo referente es cultural, por lo tanto, histórico, contingente a los referentes de cada época y latitud. Investigar en qué nos hemos convertido los humanos, qué nociones pretenden tejer y estructurar las vidas singulares, las políticas públicas, la educación, el trabajo, la salud, el entretenimiento, así como el marco legal que organiza el lazo social más amplio, entre otros, implica, necesariamente, echarse un clavado en tales nociones. Slavoj Zizek, en su muy singular estilo, plantea: la cuestión para los humanos no es si siempre estamos pensando o no en sexo, sino en qué pensamos cuándo lo estamos haciendo.


Nuestra esencia humana es vacía: no disponemos de un único organizador como el resto de los animales, cuyas vidas están dadas por las leyes de sus especies. Nuestras vidas no obedecen al imperativo de las leyes de la naturaleza, de los instintos, sino a la diferencia que cada singularidad porta. En ese sentido, no hay nada natural en el humano, todo es cultural, creado; desde que nacemos la cultura nos arropa con gestos, objetos y nociones. Abordar aspectos humanos buscando un único organizador -la nuda vida, dirá Giorgio Agamben- concomitante al reino animal, con la esperanza de borrar las diferencias y los impases que ellas ocasionan, son sueños dogmáticos propios de las dictaduras y de las tradiciones religiosas, basadas en el control y vigilancia a través de la cocción del miedo.


Si nuestra esencia humana es vacía, ello nos plantea entonces que hay que luchar para arribar al momento donde hombres y mujeres no sean a priori, ni inocentes, ni culpables de tal o cual cosa, sino sujetos libres que deciden y son vistos uno a uno sin ningún prejuicio, juzgados sólo por sus acciones, no por sus géneros, sus intenciones o rasgos, a través del perjuicio de lo que idealmente debería ser/verse/hacer/sentir… una mujer y un hombre. Vivimos tiempos en los cuales el principio responsabilidad requiere ser replanteado como ingrediente fundamental del lazo social, de las formas de convivencia. (Cfr. Jonas, Hans (1995) Principio responsabilidad: ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Barcelona: Herder)


Esencia vacía y legislación sobre la mujer: siempre que se intentar definir (religiosa, médica, jurídica y psicológicamente...) qué es una mujer, se termina cayendo en reducciones, en insultos. Siempre algo escapa. Una mujer existe una a una; aquello que decía Jacques Lacan, “LA mujer no existe”, tachando con un slash el artículo LA, para mostrar que no existe un único referente de la mujer, sino que existen las mujeres, una a una, singularmente, se puede leer articuladamente con Simone de Beauvoir: “Una mujer no nace sino se hace”.


Esa experiencia, de que algo escapa a cualquier definición, asusta a muchas personas, hombres y mujeres, de ahí que se busque a través de definiciones e insultos, iniciativas de ley, degradarlas (bajarlas de grado) fijarlas en algún lugar, capturarlas en una noción a manera de control, deseando que no se muevan de ahí, que no tengan vida singular, sino vida controlada, estandarizada, de acuerdo con ciertos cánones, dogmas y disposiciones, tomando la bandera de la protección y el bien común, que nunca es del todo común.


Afortunadamente, eso que siempre escapa a la definición/control, es también eso que resiste y permite que cada uno, mujeres y hombres, sigan creando una vida singular para sí.

camilormz@gmail.com



« Redacción »
Camilo Ramírez Garza


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