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Opinión Editorial


El peso del nombre


Publicación:13-07-2022
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Recibimos en el nombre un mensaje cifrado que, durante nuestra vida y bajo ciertas condiciones, podremos descifrar

El yo es otro

Rimbaud 

Recibir un nombre para los humanos es un acto inicial que posee las marcas de nuestra condición humana: la filiación. Nadie se autogenera y crea así mismo; existir es, sobre todo, ser hijo de alguien. Durante nuestra vida podemos optar o no por ciertas relaciones (de amistad, noviazgo, maternidad…) pero no podemos renunciar al hecho de la filiación. Para poder vivir alguien tiene que reconocernos, recibirnos y cuidarnos; nuestro estado de indefensión es inmenso. Sólo poco a poco —incluso algunos tardan años— requerimos del apoyo y soporte del Otro.   

Uno de los aspectos más fundamentales de todo este proceso de reconocimiento y cuidado es el recibir un nombre. Así como ninguno de nosotros se autogenera, nadie se nombra a sí mismo, sino que requerimos ser nombrados por alguien. Un Otro nos pone un nombre. Pero, al recibir el nombre no sólo recibimos una palabra, una forma de inscribirnos en el registro poblacional, sino una carga afectiva, una expectativa e historia, un significado, inclusive una orientación, camino y destino, de la que los padres o quienes den el nombre, pueden no estar conscientes y por supuesto, quien recibe el nombre, ni se lo imagina. 

Recibimos en el nombre un mensaje cifrado que, durante nuestra vida y bajo ciertas condiciones, podremos descifrar. Pero, independientemente de que lo sepamos o no, experimentaremos sus efectos. De ahí las preguntas que nos rondan: ¿quién soy? ¿qué quiero? ¿será que eso es lo que en verdad quiero y no lo que esperan los demás de mí? ¿qué me sucede? ¿qué debo de hacer…? Cuestionamientos que evidencian, precisamente, nuestra ignorancia fundamental y estructural, base de nuestra existencia humana. 

Durante nuestra vida iremos viendo desfilar efectos concretos del nombre recibido, por ejemplo, bajo las expectativas que los demás tienen/esperan de nosotros, aquellas cosas que nos llamarán poderosamente la atención en calidad de vocación, profesión, deseos y objetivos, entre muchas otras. Efectos de los más variados, agradables y desagradables, contundentes…que se vivirán como “la realidad concreta y tangible”, lo que se siente y tiene como lo más concreto y verdadero. Por ello, un psicoanálisis también puede verse como una experiencia de investigación sobre los efectos que porta el nombre que se ha recibido, los efectos subjetivos a partir de la mirada que nos dio una identidad, un sentido, marcándonos un “ser”. Para, precisamente, a partir de identificar dichos efectos de identidad, “vaciar” el nombre propio de aquello que la persona no desee, deshacerse de sus efectos e implicaciones a partir de reconocerlos como parte constitutiva, para entonces, elegir de manera más libre. Ya que no es lo mismo estar atrapado en los sueños y expectativas de los demás (padres, familia, cultura, pareja…) a elegir las opciones que cada cual desea asumir en un momento determinado de su vida. Esto que pudiera parecer algo muy sencillo requiere un deseo decidido por conocer la verdad que está en la base de nuestra existencia como humanos, es decir, nuestro “sistema operativo” de seres subjetivos y singulares. Por ello no es lo mismo buscar ayuda psicológica para que nos digan, moral, psicológica y médicamente, qué es lo que nos sucede y qué debemos hacer (base de la práctica psicológica, psiquiátrica y psicoterapéutica) a emprender una búsqueda marcada por el deseo de saber la verdad que está en el origen de nuestra existencia humana, singular y subjetiva (fundamento del psicoanálisis), eso que nos hace a cada uno ser lo que somos y no otras personas; ese ser singular que fue efecto de la mirada (expectativa del Otro) y que crea una condición única de ser en el mundo, lo mismo con posibilidades, que con trampas y laberintos. Para que, al conocer dicha verdad, no solo entendamos mejor nuestras decisiones, problemáticas y síntomas, esa misma “piedra” con la que tropezamos una y otra vez, sino también poder, ya más ligeros y entusiasmados por un deseo singular (ya no impuesto por el Otro), elegir y hacer camino al andar, no sin “la piedra” sino justamente con ella; estableciendo una nueva relación con ella, una nueva alianza. Transitando del peso del nombre a la ligereza del nombre, del síntoma sufrimiento, pasando por el síntoma enigma, al síntoma solución, de la falla y sufrimiento al talento e invención singular.  

  



« Camilo E. Ramírez »