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Opinión Columna


El derrumbe y la restauración


Publicación:20-01-2019
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En cualquier caso, debe evitarse imponer un proyecto de "ganadores" sobre "perdedores", como ocurrió entre 1920 y 1933, cuando se mandó al diablo el maderismo.

La aprobación de la Guardia Nacional por la Cámara de Diputados evidencia el derrumbe de un régimen que cumplió su ciclo. Las decisiones de la impetuosa y apresurada nueva mayoría son el epitafio de un pacto político y su correspondiente régimen, que sucumbieron ante la ingobernabilidad y el malestar general. De 1996 a 2018 el escenario estuvo definido, paradójicamente, por la modificación radical de las reglas para llegar al poder y la conservación activa y pasiva de las viejas reglas para ejercerlo. Esa combinación perversa indujo el caos y la ingobernabilidad, personificados en violencia, crimen, corrupción e impunidad. La dupla presidente-partido, vértice del poder, despareció sin ser sustituida por instituciones para gobernabilidad con pluralismo. El vacío de poder se volvió crónico y ahora el dinosaurio asoma la cabeza y reclama su tajada.

El presidente dijo el primero de diciembre "hoy no sólo inicia un nuevo gobierno, hoy inicia un cambio de régimen político". Nada más atinado y encomiable ante el derrumbe; México lo exige. Cómo lo hará, es una interrogante abierta. Ningún gobierno se atrevió a emprenderlo. Hacía falta una mayoría improbable que finalmente llegó por la omisión de la clase política para poner al Estado a la altura de la democracia. Uno de los mayores excesos de ese desarreglo fue el disparatado comportamiento de los partidos, poderes y gobiernos, federales, estatales y municipales, que llevó al sistema político al grado cero de la incompetencia.


La urgencia por recuperar el monopolio de la violencia legítima revela desesperación. Si el gobierno no rescata al Estado de mayor destrucción, si no puede dar seguridad, si no reduce los índices de criminalidad sería catastrófico y su capital comenzaría a disminuir. Cada medida exhibe un talante de angustia y precipitación. La aproximación del grupo gobernante a la reforma del régimen, si la hay, podría ser también apresurada si no prevalece la prudencia ante el apremio. La mayoría constitucional otorgada por el PRI puede ser la impronta autoritaria sobre las reformas que vienen. Las herramientas para la restauración autoritaria están a la mano: un presidente muy fuerte con mayoría en las cámaras y un aliado que añora el poder puro y duro dispuesto a recuperar su botín a cualquier costo.


La sola voluntad del presidente a propósito de las alternativas de reforma para los cambios cruciales como erradicar la corrupción y la impunidad, pacificar el país o controlar el poder desde las instituciones será siempre insuficiente para garantizar un desarrollo democrático que integre a los ciudadanos a la política. Sólo una verdadera reforma del régimen puede adaptar el sistema político para que realice los valores republicanos que la transición no alcanzó. Esta reforma se puede pero no se debe imponer; para ser duradera necesita un amplio acuerdo de la nación. Si ha de ser genuinamente incluyente y democrático, debe ser un llamado a transformar el sistema constitucional con apego al valor fundamental de la dignidad humana. Está en el Artículo Primero que hace de los derechos humanos el cimiento del Estado. Esos derechos que brillan por su violación sistemática y sistémica son la llave de entrada a la reforma.


Claramente se avizoran dos caminos. Por una parte, el rescate de las instituciones democráticas y la profundización de la representatividad política que incorpore a los ciudadanos a las instituciones del Estado. Por otra, la subordinación del pluralismo a una nueva hegemonía que quizá no sería igual a la que prevaleció siete décadas en México pero la imitaría en lo esencial. Tanto los genes autoritarios como los democráticos conviven en el DNA de la sociedad mexicana. Está por verse qué combinación prevalecerá.


En cualquier caso, debe evitarse imponer un proyecto de "ganadores" sobre "perdedores", como ocurrió entre 1920 y 1933, cuando se mandó al diablo el maderismo.

Debe asumirse como un proyecto nacional, incluyente y democrático. La izquierda, donde se encuentre esa Babel que es Morena debe recordar que puede haber democracia liberal sin socialismo, pero no puede haber auténtico socialismo sin democracia liberal.


Twitter: @pacovaldesu



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