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Opinión Columna


El camino a la autocracia


Publicación:17-03-2019
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No todos los sistemas democráticos sucumben a la fuerza autocrática encaminada a corroerlos, pero los somete a la dura prueba de resistencia

 

El mundo ha retrocedido 40 años en su evolución democrática. De acuerdo con Varieties of Democracy (V-Dem: https://www.v-dem.net/es/), del total de países que eran parte o se sumaron a la comunidad democrática internacional desde 1972, cuando comienza la "tercera ola de la democratización", 24 naciones han dado pasos en el camino a la autocracia. Y lo peor de ello es que, traducido el dato a número de personas gobernadas, resulta que es mayor la población en países en retroceso que en los que avanzan. Entre estos 24 países que han dado pasos atrás están Estados Unidos, Brasil, India, Turquía, Rusia, Polonia, Hungría.


Lo más relevante del análisis de V-Dem es la diferenciación que se hace de avances y retrocesos en distintas variables. Por una parte, se identifican las características de la "democracia electoral" y por la otra, las de la "democracia liberal". Las primeras son elecciones libres, autoridades electas, ejercicio del sufragio, y libertad de expresión y asociación. Las segundas incluyen control del poder legislativo y del poder judicial sobre el ejecutivo y sometimiento de las autoridades al estado de derecho. Las variables más deterioradas según el ejercicio son las libertades de la democracia electoral y todos los controles de la democracia liberal.


De acuerdo con este y otros estudios que van en la misma dirección, las regresiones autocráticas se producen desde adentro de las mismas democracias electorales. El proceso comienza con la percepción social de que las condiciones de vida han empeorado o no mejoran suficientemente, seguido de encontrar en la gestión pública y sus actores, a los culpables de la situación. Normalmente esa percepción tiene fundamento en deterioros de la gobernabilidad y se identifica con el abuso de poder por la clase política. Se crea, así, el ambiente propicio para la ilusión de un gobierno fuerte, eficiente y capaz de resolver a rajatabla los problemas que, supuestamente, los grupos en el poder no son capaces de atender. Con ello el caldo de cultivo para el oportunismo de líderes mesiánicos no se hace esperar. Sean de izquierda o derecha, lo que tienen en común y los hace profundamente retardatarios, es que alientan el resentimiento popular y atacan no sólo a sus adversarios en el poder, sino a las instituciones democráticas. A continuación, el líder explota la carga sentimental de los agravios y la concentra para fortalecer su posición en el camino hacia el poder. Una vez que la fortuna lo inviste le entrega el gobierno arremete contra el estado de derecho, porque le estorban los límites que implica. Debe, entonces, someter o eliminar las instituciones para que se acomoden a su voluntad, que es presentada eficazmente como la voluntad del pueblo agraviado. Toda voz que disienta es colocada del lado enemigo. Con el paso del tiempo, la concentración de poder revela no su virtud sino su íntima perversidad, al volverse contra sus beneficiarios en la forma de decisiones arbitrarias y caprichosas que deterioran la economía pública y los nervios del orden político.


Con esta hoja de ruta, el autócrata disminuye y eventualmente somete al parlamento, a la judicatura, a los gobernantes intermedios, a la administración pública. Dispone directamente de los recursos del Estado y actúa saltándose toda restricción política y constitucional, acalla las voces opositoras, compra o reprime a los medios de comunicación, suprime fuentes de información independientes de su voluntad y, para renovar más cómodamente su dominio, ajusta las elecciones a sus planes de perpetuarse en el poder; por ejemplo, mediante esa parodia democrática que es la figura jurídica de la revocación de mandato.


No todos los sistemas democráticos sucumben a la fuerza autocrática encaminada a corroerlos, pero los somete a la dura prueba de resistencia de sus instituciones y del temple democrático de sus ciudadanos. El caso de Estados Unidos ambos factores van conteniendo al autócrata y emprenden la dura tarea de contrarrestarlo. En otros casos, como Venezuela, la devastación sobrepasa la más truculenta imaginación, y la eventual reconstrucción de ese país será tarea de toda una generación. Debemos ubicar a México en este mapa y preguntarnos si nuestras instituciones y ciudadanos resistirán el embate. Haga usted sus proyecciones.


Twitter: @pacovaldesu



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