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Opinión Editorial


Domingo de Ramos


Publicación:03-04-2020
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Debemos encontrar nuestra rama de olivo o de palma y curarnos; no sólo de un virus vigente, sino de nuestro egoísmo y falta de sensibilidad ante el planeta

Doña Julia, mi madre,   fue una ferviente mujer de fe, creyente de  todos los ritos religiosos católicos; de los primeros recuerdos que tengo de  un Domingo de Ramos, me veo de cuatro  años agarrado de su mano,  entrando a la iglesia junto con Beto mi hermano mayor, quien va a mi lado, mientras que tomadas de la otra mano de mi madre hacían lo propio mis hermanas Paulita y Martha.
Ahí íbamos toda la familia,  en ese entonces de cuatro hermanos,  porque aún no nacían Gabriel y David, los menores.  Por su parte Don Roberto,  mi padre, nos dejaba en la entrada de la iglesia “Nuestra Señora de las Victorias”,  no recuerdo que alguna vez  él  entrara a la iglesia. No sé si papá creía o no en Dios, lo que sí sé es que no era religioso; sin embargo, nunca se opuso a que nosotros  lo fuéramos.
En ese entonces yo en lo personal no entendía nada, sólo me gustaba que mi mamá me diera uno de los ramos que compraba, con el cual yo me ponía a jugar y me la pasaba muy entretenido, hasta que el padre pasaba por el pasillo y nos echaba el agua bendita, en ese momento sentía que mi ramo y yo adquiríamos súper poderes.
Recuerdo que para mis cuatro años esa misa era eterna,  pues al inicio se lee el Evangelio de Lucas, en el que primero narra  la llegada de Jesús a Jerusalén  montado en un burrito;  pero luego viene toda  la pasión que sufre Jesús, desde la última cena, la aprehensión, hasta la crucifixión.
Para mí esos  momentos eran  un  encierro entre  las bancas de la iglesia y el pasillo, por lo que el ramo se convertía en un buen juguete, ya fuese una espada poderosa o inclusive una rama que curaba  por medio de rayos y luz que salían de ella,  los cuales podían sanar a la gente de todas sus enfermedades.
Hoy en día, en este tiempo de nuestro  encierro, de coronavirus, llega el Domingo de Ramos no con un mesías que anuncia las buenas nuevas, no habrá júbilo en las calles de las ciudades del mundo, no habrá gritos de alabanza: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!...
El mundo reflexiona e intenta vivir su propio ritual,  un Domingo de  Ramos diferente  que da inicio a la Semana Santa  y quizá, para desgracia, algunos sufrirán su crucifixión  y muerte,  porque este virus es mortal; pero como sociedad también debemos encontrar la manera  de reinventarnos, de ayudarnos,  de resucitar.
Debemos encontrar nuestra rama de olivo o de palma  y curarnos;  no sólo de un virus vigente, sino de  nuestro egoísmo  y falta de sensibilidad ante el planeta, los animales y cualquier otro ser vivo que hemos destruido u olvidado. Porque esta contingencia pasará, entonces  nos volveremos a dar la mano y un fuerte abrazo con nuestros semejantes y nosotros los católicos nos volvernos a ver en un  domingo de misa.


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