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Opinión Editorial


CDMX…Triste


Publicación:28-06-2020
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“Despiértame cuando pase el temblor”, cuando pase el Covid, cuando pase el atentado, cuando pueda salir de este encierro, cuando termine mi ansiedad

“Despiértame cuando pase el temblor”, cuando pase el Covid, cuando pase el atentado, cuando pueda salir de este encierro, cuando termine mi ansiedad. , Despiértame cuando termine esta pesadilla, cuando puedo abrazarte y no sentir miedo. Así se  murmura, así dicen los habitantes de la antigua Tenochtitlán, la gente de la Cuidad de México.
Hace días estuve en la gran metrópoli, las calles semivacías, pocos peatones, algunos  vehículos, las bicicletas en espera de rodar; el camión pasa lento, no hay prisa, solo cubre bocas y mucho temor en el aire, miedo al bullicio, a la aglomeración que era parte de su vida. La ciudad de la esperanza es hoy un laberinto de soledades.
Me hospedé en el hotel “Fiesta Americana” de Reforma, frente al monumento a Colón. El gran hotel de más de 600 habitaciones, estaba solo, nos comentaron  que  estaban hospedados 30 huéspedes. Mi ventana daba a la  hermosa avenida Reforma que los monumentos, las esculturas, las fotografías y exposición la hace aún más bella, esa avenida que alguna vez Maximiliano junto con Carlota cruzaron en carruaje, en donde han pasado miles de manifestaciones, que forma parte de la vida cultural y económica de la maravillosa CDMX.
El viernes pasado la gran Avenida Reforma siguió acumulando historias. Ésta, sin embargo, triste y dramática. A las 6:35 am se dejó escuchar una lluvia de balas, casi doscientos disparos. Un convoy de  sicarios con armas largas atentaron contra la vida del Secretario de Seguridad Pública de la CDMX, Omar García Harfuch, quien milagrosamente sobrevivió al ataque.
Esta semana fue terrible para la CDMX. El martes los sorprendió también en la mañana un temblor de 7.5 grados de intensidad. El “Quédate en casa” paso al  “Sálvate fuera de casa”. Con esto se acumula mas miedo en sus habitantes, que cerraron la semana con el atentado al hombre que debe de velar por su seguridad casi termina asesinado. 
No me tocó afortunadamente ninguno de los dos acontecimiento en mi estancia en la cuidad, pero en tan solo un par de días que estuve ahí, me encontré con una ciudad  jamás contada en ningún libro de historia, ni narrada en alguna novela, el  diálogo más claro e ilustrativo lo tuve con el taxista que me llevaba al aeropuerto.
Era  un hombre mayor, canoso,  me comentaba  que ni los temblores, ni la inseguridad de la que  siempre han padecido en mayor o menor medida en esta ciudad, los tiene tan asustados como este virus. En un rojo volteó a verme, a pesar de su tapabocas y careta de plástico pude percibir sus ojos cristalinos, tristes, y dijo: “No me da miedo  morir, le temo al  encierro, a no tener un peso en la bolsa, 35 años de  taxista, todos los días en las calles de la cuidad, estuve casi dos meses encerrado en la casa y no me hallo con mi mujer ni viendo televisión”.

Llegué  a Monterrey con una sensación extraña, de no haber estado en la CDMX que yo conozco. Esa del caos vehicular, la de los vendedores ambulantes, de los puestos de tacos en cada esquina, de los parques llenos de niños jugando, la de lluvias cada tarde, la de las cantinas y bares llenos de gente. En la cuidad que no duerme hoy se oyen solo resquicios del temor. “La región mas transparente” me pareció hoy igual que  esa mirada triste del taxista.



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