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La tecnología devuelve el honor a los celtas

La tecnología devuelve el honor a los celtas
Cerro Castarreño donde se ubican los restos del oppidum celta de Olmillos de Sasamónault

Publicación:15-09-2020
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Un equipo internacional demuestra que el pueblo turmogo no se rindió ante las legiones romanas, sino que presentó batalla en los campos de Burgos.

Roma siempre hacía la misma proposición a los pueblos de Hispania que se encontraba en su avance: rendición o muerte. Así que los turmogos —un pueblo de origen céltico que habitaba, entre otras, una ciudad fortificada (oppidum) sobre una colina del actual municipio de Olmillos de Sasamón (Burgos)— tuvieron que decidir. Y decidieron rendirse sin luchar, según ha mantenido siempre la historiografía clásica y se enseña en las universidades. Abandonaron pacíficamente así su oppidum en el Cerro Castarreño y se establecieron en la ciudad romana de Segisamo (actual Ayuntamiento de Sasamón), a unos dos kilómetros de distancia de su otero. Sin embargo, esta historia no es cierta.

Las nuevas tecnologías arqueológicas —teledetección por infrarrojos, imágenes satelitales, reconstrucciones en 3D a partir de drones, radares que penetran en el terreno o el empleo del sistema LIDAR (radiografía del terreno mediante láser)— señalan en otra dirección: los turmogos fueron valientes y ofrecieron batalla a las tropas romanas, posiblemente a las que encabezaba el mismísimo César Augusto, que había desembarcado en la Península para acabar con las revueltas de las tribus cántabras (29 al 19 a.C).

Y es que los romanos solo consiguieron pacificar la campiña de Sasamón, en la comarca del Odra-Pisuerga, a finales del siglo I a.C., y eso que llevaban en Hispania desde el 218, cuando arribaron a Ampurias (Girona) para combatir a los cartagineses. No obstante, su expansión por lo que hoy es el norte de la provincia de Burgos obligó a los indígenas a abandonar sus poblados fortificados y habitar obligados las nuevas ciudades fundadas en los llanos por los hijos de Roma.

La ciudad de Segisamo, fue una de ellas, según recuerda el reciente El oppidum del cerro de Castarreño, historiografía y arqueología de un hábitat fortificado de la Segunda Edad del Hierro, firmado por Jesús García Sánchez, del Instituto de Arqueología de Mérida-CSIC y colaborador de las universidades de Leiden y Évora, y por José Manuel Costa-García, de la de Santiago de Compostela.

La investigación se ha completado con los trabajos de campo que se han llevado a cabo en la comarca (entre el 19 de agosto y el 3 de septiembre pasados) y que buscaban responder a la pregunta: “¿Se trató de una transición pacífica como señalan los textos clásicos para esta ciudad celta?".

Para hallar la respuesta, arqueólogos procedentes de Reino Unido, República Checa, Alemania, Holanda, Portugal, Estados Unidos, España, Bulgaria e Italia han venido estudiando desde 2017 dos campamentos militares romanos próximos (Carrecastro y Santa Eulalia), además del cerro turmogo, así como el subsuelo del actual municipio de Sasamón. En este último caso, los expertos usaron técnicas de prospección geofísica y generaron cartografías a partir de fotografías tomadas por drones.

Con estos datos preliminares en sus ordenadores, según explica Costa-García, los arqueólogos decidieron abrir una trinchera en el espolón septentrional del oppidum celta de 15 por 2 metros y, de esta forma, descubrieron “un potente foso de 2,5 metros de profundidad” acompañado de un talud de grandes rocas. Allí, aparecieron ante ellos cerámicas y numerosos huesos de animales domésticos y salvajes, que han sido estudiados por el grupo de investigación EvoAdapta, de la Universidad de Cantabria, dirigido por Ana Belén Marín. Pero también hallaron objetos de metal turmogos y del Ejército romano –una punta de flecha trilobulada y diversas tachuelas de calzado-, lo que podría indicar que “el abandono del poblado no fue pacífico”, sino que los célticos ofrecieron resistencia, sospecharon los expertos.

Para comprobar esta hipótesis, los arqueólogos del colectivo de investigación Romanarmy.eu, volvieron a realizar otros dos sondeos ya en el interior del oppidum. Los “resultados son concluyentes”: cerámicas indígenas fragmentadas, numerosos huesos animales (incluidos caballos) y las omnipresentes tachuelas de las botas de los legionarios romanos. “Sin duda, restos de una lucha a muerte”, indica Costa-García.

Igualmente, en los niveles inferiores más profundos del yacimiento, se han encontrado restos humanos de dos individuos: un varón y niño que conserva los dientes de leche. El equipo de antropólogos que encabeza Olalla López, de la Universidad de Santiago, ha comenzado los análisis que permitirán conocer qué les ocurrió.

En lo que se refiere a la ciudad romana de Segisamo, en la llanura, adonde fueron a instalarse los supervivientes celtas tras la lucha, los trabajos de fotografía aérea han desvelado “la impronta de sus calles y edificios. Algunos de estos espacios fueron residencias privadas al gusto mediterráneo, con viviendas dispuestas en torno a atrios y pórticos columnados, "mientras que otros edificios serían posiblemente construcciones públicas ubicados en las partes más altas”, se lee en el estudio arqueológico.

Entre el material arqueológico recuperado hasta el momento, se enumeran numerosas vasijas, restos de decoración arquitectónica —hermosos frisos, antefijas, restos de pequeñas pilas de agua …— y un pequeño altar romano relacionado con el culto doméstico a los ancestros y dioses protectores del hogar. “Todas estas evidencias muestran el elevado grado de refinamiento que alcanzó la ciudad”, explica Costa-García.

La intervención de campo de este verano (financiada por la Diputación de Burgos, la Junta de Castilla y León, y los Ayuntamientos de Sasamón y Olmillos de Sasamón) está cerrada, pero se preparan futuras campañas. Aún quedan por excavar sistemáticamente los campamentos romanos que sitiaron a los celtas, la ciudad donde fueron obligados a establecerse tras perder la guerra y seguir explorando el oppidum de los turmogos a los que la tecnología les ha devuelto el honor que nunca perdieron.

por VICENTE G. OLAYA



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