banner edicion impresa

Cultural Más Cultural


Una Iglesia para respirar esperanza

Una Iglesia para respirar esperanza


Publicación:02-05-2020
++--

“La Iglesia, los sacramentos y el Pueblo de Dios, son concretos”. Hoy más que nunca, es tiempo de poner a los empobrecidos en el centro, como sacramento de vida

 ¿Es posible una comunidad eclesial despojada de lo accesorio? ¿Hemos abierto los ojos a las necesidades de nuestro mundo ante el azote de la pandemia? Nos necesitamos. Ahora somos más conscientes que nunca. El papa Francisco avisa: “La Iglesia, los sacramentos y el Pueblo de Dios, son concretos”. Hoy más que nunca, es tiempo de poner a los empobrecidos en el centro, como sacramento de vida.

 

Impresiona. Salir a la calle, impresiona. Ver la plaza de San Pedro vacía mientras el papa Francisco reza, impresiona. Asistir a misa por Youtube y ver a nuestro sacerdote solo, con el templo vacío, impresiona. Pero, sobre todo, impresiona ver a tantos vulnerables, mirar a nuestros vecinos y reconocerlos, acercarnos a nuestra realidad desde la solidaridad que proporciona el silencio de nuestro salón. “Precisamente cuando perdemos algo que dábamos por supuesto, es cuando de verdad lo echamos de menos”, me cuenta Andrés Esteban, párroco de Santa María de la Caridad, en Madrid.

la respuesta de la iglesia a la crisis del COVID-19 no se ha hecho esperar. Aunque más que como Institución, la vemos reflejada en el servicio a los otros en cada rincón de nuestro país y del mundo. La Iglesia, formada por personas que entregan su vida al amor, cree en el servicio y pone a los otros en el centro. Y este don de generosidad se hace presente en un territorio cada vez más abatido por la pandemia. Hoy, rebrota el sentimiento de comunidad entre los ciudadanos, nos sentimos hermanos, cercanos, incluso a través de las múltiples pantallas que se han convertido en compañeras de confinamiento. El 14 de marzo nos arrebataron la distancia física, pero no la social, esa la ponemos nosotros con nuestras acciones. Estamos preocupados. Preocupados por la situación de tantas familias que en la soledad de sus hogares hacen frente a una situación insólita.

Esta guerra a la que nos enfrentamos es diferente a todas las conocidas. Pero al menos, no destruye las infraestructuras. De ellas nos valemos. Las iglesias las encontramos a cada dos pasos en las diferentes ciudades de España, no éramos conscientes de la cantidad de lugares que nos permitían, de manera privilegiada, acercanos a Dios y al otro en un mismo lugar. Son lugares de culto, pero, sobre todo, han sido y seguirán siendo lugar de encuentro, de amistad, de amor, de entrega, de servicio, de voluntariado. Son nuestros templos, que hoy, aunque vacíos de fieles durante los momentos de culto, siguen sirviendo a los otros.

Nos asomamos a la realidad de la parroquia de Santa Anna, en Barcelona, donde unas 250 personas esperan cada día para recibir un desayuno caliente y una bolsa con la comida y la cena. Son personas sin hogar que se resisten a confinarse en los lugares adaptados para ello, por razones que acogemos con el corazón dolido. También familias, que se han visto alcanzadas por una crisis sin precedentes que se contagia rápido, tanto o más de lo que el virus lo hace. “La actividad social de estos días es creciente –nos cuenta Peio Sánchez, el sacerdote que coordina este trabajo–. Tras la emergencia sanitaria viene una emergencia social y como Iglesia tenemos que reconvertirnos para servir en esta crisis. Necesitamos reconvertir nuestros espacios para poder servir en esta crisis y reconvertir las dinámicas en las que estamos inmersos. Por ejemplo, aquí hemos convertido el claustro en una cadena de monatje de bolsas, la capilla en nuestro almacén y la sacristía en el sitio donde se calientan cafés y caldos”. Y continua: “La respuesta de la Iglesia parece insuficiente porque nuestras estructuras aún no son ágiles. Tenemos que trabajar en respuestas creativas”. Respuestas que en el rostro del vulnerable se vuelven urgentes. Ellos son el centro. Siempre han debido serlo. Sin embargo, nuestra vida cotidiana a veces no los dejaba entrar en el interior de nuestros hogares. Hasta hoy. Otra vez. Otro gesto más que puede cambiar gracias o a pesar de esta crisis.  Es el momento de mirar más allá, de asomarnos a la ventana y ver a nuestros vecinos, a las personas que nos rodean, de mirar con los ojos del corazón, de estar al servicio de los otros. Es urgente. Más que nunca.

“El confinamiento genera un movimiento espiritual que descubre nuestra vulnerabilidad, y si lo vivimos como un retiro, en nosotros se producirá un cambio”, nos cuenta Peio. “El compromiso se hará presente y este implica cambiar hábitos, disponibilidades y el uso del dinero en nuestra vida”. “Peio, ¿qué pasará cuando volvamos? –le pregunto interesada–”. Sentencia de manera firme: “Habrá que ver si no solo paseamos el Santísimo y también cambiamos nosotros”.

Desde esta parroquia hospital de campaña en la que Peio sigue atendiendo a unos y otros, también reconoce el gran esfuerzo que está realizando la Iglesia en estos momentos, sobre todo en el ámbito comunicativo: “El esfuerzo comunicativo es muy grande y se puede convertir en un canal de servicio para movilizarnos”, nos dice.

Y es que durante este tiempo de confinamiento, en cuanto a la dimensión celebrativa y espiritual, la Iglesia se ha vuelto más creativa que nunca. Comentarios al Evangelio que nos llegan a través de Whatsapp en forma de audio o vídeo, guías para preparar oraciones que las editoriales religiosas han hecho públicas, materiales para preparar la celebración de la eucaristía de manera más profunda que cualquier otro domingo, misas retransmitidas en directo a través de Youtube, Via crucis, Laudes, adoraciones, responsos, y un sinfín de celebraciones a la carta y a solo un click de distancia.

Hemos vivido una Cuaresma y  una Semana Santa diferente, creativa, que ha perseguido unirnos como comunidad en la distancia. Pero, ¿lo ha conseguido? Mientras el CIS revela que en España ya residen más ateos, agnósticos o no creyentes que católicos practicantes, muchas son las voces que consideran que no puede hablarse de una sociedad secularizada. ¿Ha reactivado la crisis el sentimiento religioso de los españoles?

“Es bueno que hayan aparecido iniciativas de este tipo porque denotan creatividad, tan necesaria en estos tiempos, y un deseo de hacer accesible la Buena Noticia”, nos cuenta Mons. Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, que cada día, desde que comenzó la crisis sanitaria, retransmite la eucaristía desde la Catedral de la Almudena. “Sí parece claro que la presencia digital eclesial ha aumentado –nos dice José María Rodriguez Olaizola sj, secretario de comunicación de la Compañía de Jesús en la Provincia de España–, pero no quisiera hablar de un salto porque ya antes de esta dichosa pandemia la Iglesia estaba muy presente digitalmente”. Y así es, en los últimos años se ha analizado la necesidad de utilizar nuevos lenguajes, nuevas herramientas de comunicación, que se adaptasen a los ya integrados en una nueva sociedad digitalmente globalizada. Este tiempo de pandemia ha servido para realizar unas prácticas aceleradas en este campo.

Es el caso de Andrés. Este sacerdote diocesano, atendiendo una petición de muchos de sus feligreses, decidió comenzar a retransmitir la eucaristía de manera diaria a través de Youtube, aunque nunca lo había hecho: “Cuando comenzó el estado de Alarma no me planteé hacer retransmisiones, porque ya había muchas opciones. Así que celebraba solo a puerta cerrada. Y la verdad es que era duro. Pero los feligreses me decían que echaban de menos su iglesia y su cura, así que abrí una cuenta de Youtube a nombre de la parroquia y me dispuse a empezar. Para mí es una ayuda saber que estoy celebrando con más personas. Nos hemos convertido en una comunidad en la que de verdad se reza los unos por los otros”, nos cuenta. “Esta situación nos ha hecho darnos cuenta de que nos necesitamos los unos a los otros. Y la gente se preocupa, se pregunta, se llama por teléfono. En año y medio que llevo aquí no había sentido tanto espíritu comunitario como hasta ahora”, nos dice visiblemente interpelado, y continua: “Estos días he sentido que entraba en el hogar de los feligreses, en sus vidas. No es lo mismo que ellos hagan el esfuerzo de venir, a que seamos nosotros los que hacemos el esfuerzo por hacernos presentes”.

En este tiempo hemos podido asistir a celebraciones de Francisco en el Vaticano, hemos realizado un viacrucis mundial a través de una iglesia de Madrid, hemos escuchado a niños leer el Evangelio en una Vigilia Pascual online, sin fuego y con una duración bastante inferior a la que estamos acostumbrados, o incluso hemos asistido a una eucaristía en Jerez, en una pequeña parroquia con pocos medios digitales y económicos, pero muchas ganas de contar al mundo la Buena Noticia.

El testimonio de Andrés, como el de tantos sacerdotes y religiosos, jóvenes y ancianos, que estos días se han acercado por primera vez, o de manera recurrente, a las redes sociales para estar cerca de la comunidad parroquial, nos anima: “Dábamos tan por supuesto tener una iglesia cada dos pasos, misas a todas horas, curas diferentes, catequistas o voluntarios, que no veíamos el gran regalo que supone. Cuando volvamos, creo que lo valoraremos más”. Le pregunto: “Pero, padre, ¿volveremos a las iglesias?”. “No olvidemos que las iglesias son edificios donde nos encontramos los creyentes y donde celebramos los sacramentos. Lo importante es el encuentro, poder celebrar nuestra fe en comunidad. Podemos ver la misa en casa, pero de una forma imperfecta, como no es lo mismo hablar con alguien por teléfono que darle un abrazo”, constata.

También Jose María nos cuestiona al respecto: “¿Por qué queremos visitar cuanto antes a nuestra familia o quedar con nuestros amigos cuando pase el confinamiento? No es una cuestión de deber, sino de la manera de ser personas en relación”, por eso volveremos a las iglesias, nos dice.

“Es paradójico que, cuanto más aislados y separados estamos, mayor es la experiencia de comunión que vivimos”, me cuenta Fernando Bueno, coordinador de la Pastoral Juvenil y Vocacional de los Sagrados Corazones. “El día a día esta lleno de ruidos que no nos dejan escuchar a Dios. Ahora que el mundo se detiene, podemos escuchar todo aquello que ha quedado parado en el corazón. Ojalá nos ayude a crecer en una Iglesia del encuentro, en salida, que derroche generosidad y amor”, pide elevando su voz al cielo, al Padre que sabemos que escucha. “Con las nuevas tecnologías –añade– hay algo que queda en el aire, es el lenguaje del tacto. Volver a las iglesias supondrá volver a abrazarnos, a estrecharnos la mano, a darnos la paz”.

Los relatos de Resurrección nos hablan del Señor resucitado de carne y hueso, que come con los discípulos, que porta las marcas de la cruz. Él nos hace mirar a los otros. Él, encarnado en otros.

“No podemos olvidar que la vivencia de la fe no puede quedar reducida a estas retransmisiones, sino que hay otros cauces para seguir pendientes de los fieles que pastoreamos: en Madrid conozco teléfonos de escucha, reparto de comida con voluntarios, catequesis digitales, etc. Como he dicho varias veces en este tiempo, los sacerdotes, religiosos y laicos de Madrid, están siendo un ejemplo”, continua mons. Osoro. “La parroquia es la fuente a la que todo el mundo puede acudir a beber ese agua que sacia la sed... En un mundo muy diferente al que conocíamos, esto va a ser fundamental”, afirma.

Esa fuente a la que todos podemos acudir, que siempre está disponible y que hoy, en medio de la pandemia, sigue con sus puertas abiertas como símbolo de esperanza y acogida, aunque no acuda nadie. La luz que acompaña al Santísimo nos indica que allí se encuentra su cuerpo, el que venció a la muerte y nos enseñó la mejor de las noticias: que el Amor todo lo puede.

“La pandemia está siendo dramática –nos dice el arzobispo-, está destrozando familias enteras que ni siquiera pueden despedir a sus seres queridos, pero, como se nos recuerda en este tiempo de Pascua, los cristianos confiamos en que la muerte no va a tener la última palabra. Es una ocasión idónea para anunciarlo con palabras y obras”. Lo es. A través de Youtube, y sobre todo, poniendo en el centro de nuestras vidas los rostros de aquellos hermanos que más necesitan de nuestro servicio. Actuando. Ahora, y de manera urgente.

“Esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad a nuestras tormentas, porque con Dios, la vida nunca muere”, rezaba el papa Francisco desde el atrio de la basílica de San Pedro, con la plaza vacía, el pasado 27 de marzo. Resuena en nosotros: Con Dios, la vida nunca muere.



« Especial »