banner edicion impresa

Cultural Más Cultural


Regalos de Navidad

Regalos de Navidad


Publicación:26-12-2020
++--

El regalo pedido llegará muy pronto, sea que venga del Polo Norte o de la Patagonia, de la Antártida… O, del cielo. ¡Feliz Navidad!

Calor de hogar

Carlos A. Ponzio de León

      La siguiente casa sería la azul y de ladrillos rojos. A ella entraría Santa Claus descendiendo por la chimenea para dejar una gran cantidad de regalos. Ahí vivía un niño llamado Cruz. Era de esos chiquillos que, durante las vacaciones, se quedaba toda la noche viendo televisión y comiendo frituras. Y ese día, las cosas no serían distintas. La familia había cenado junto al calor del fuego de la chimenea. Un fuego al que Cruz se le quedaba mirando como un manjar de malvaviscos listos para ser devorados. 

      Los padres de Cruz se fueron a la cama, luego de la cena, que había terminado temprano. El niño se acomodó en el sofá frente al televisor, bajo una colcha celeste, con la que lo había tapado su mamá. No te vayas a desvelar, le dijo ella, recuerda que esta noche debemos dejar que Santa haga su trabajo, sin interrumpirlo, sin entretenerlo, sin esperar sacarle alguna plática. Además, recuerda que él es muy tímido, y prefiere no ingresar a las casas donde nota que hay gente despierta. Me iré a la cama temprano, respondió el niño rápidamente.

      En la chimenea de la casa solo quedaban cenizas y algunos leños que el padre de Cruz ya había apagado. Sobre la repisa había un pino de boliche, el cual tenía amarrado un cordón de poliéster, resistente, el cual iba a dar, amarrado por su otra orilla, a un clavito adentro de la chimenea. Así, cuando Santa entrara, con su pie jalaría el hilo sin darse cuenta, y el pino caería de la repisa, dando eso aviso a Cruz de que el invitado estaba llegando. Sería momento de apagar rápidamente el televisor y correr a la cama.

      El padre de Cruz era piloto aviador. Esa mañana había llegado a la ciudad haciendo un vuelo desde Canadá, y como cada día que regresaba, era saludado por Capa, el portero del aeropuerto que había migrado desde el país asiático de Brunéi. A nuestra casa nunca llega Santa Claus, le había dicho un día Capa al padre de Cruz, no sé si es porque nuestras costumbres son otras, o porque somos una familia pobre. No se preocupe, Capa, le respondió el padre de Cruz, este año, en la carta que mi hijo enviará al Polo Norte, incluiremos algunos regalos para sus hijos.

      Por eso, la llegada de Santa Claus era tan importante. Cruz esperaba comiendo papas fritas, aderezadas con una mayonesa combinada con trozos de tocino, mientras veía televisión en la sala. De pronto escuchó un ruido: el pino de boliche cayó en la alfombra. Colocó su plato en la mesita, buscó el control del televisor, apagó el aparato y a oscuras, fue tanteando el camino hasta su recámara. Y así, sin lavarse los dientes, se metió en la cama.

      Desde allá escuchaba cómo el estómago abultado de Santa Claus iba produciendo un ruido al descender por la chimenea, y cómo la hebilla de su cinturón, al raspar con los ladrillos, iba soltando chispas mientras algunas pequeñas piedritas calientes iban cayendo hasta abajo, a los troncos y sus cenizas.

      Una semana atrás, Cruz había acompañado a su madre al supermercado, el que se situaba cada miércoles en las calles de la colonia. Ya, ahí, Cruz dijo: Mami, dame cien pesos para comprar dulces… para la noche buena. La madre, más bien concentrada en la lista que debía completar para la cena, no reflexionó en lo que escuchó y de su bolso sacó el billete solicitado.

      Cruz se dirigió a comprar cohetones para hacerlos explotar en navidad; pero no dijo nada de ello a sus padres. La noche buena, una vez que sus padres se fueron a la cama, sacó sus compras y las colocó entre las cenizas de los leños de la chimenea. Así es que: para cuando Santa Claus ingresaba a la casa, las chispas ya habían comenzado a encender los troncos de leña apagada. Una mecha encendió la otra, y luego la otra.

      El primer cohetón le estalló en las pompas a Santa Claus. Soltó un grito que atravesó el cielo, despertando primero a los padres de Cruz y a los vecinos, y luego a todos los renos que se habían quedado en el Polo Norte. Santa tampoco escapó de las atroces quemaduras de los otros tres palomones.

      A Santa siempre lo han definido sus actos. Tuvo que suspender las entregas, pero solo durante algunos minutos, para que la madre de Cruz realizara las curaciones. Dejó en casa del niño lo prometido y fue comprensivo con él: quien no tardó en reconocer que lo que hizo, no había sido lo más adecuado. Por la mañana, luego de haber concluido todas las entregas, Santa regresó al Polo Norte con frituras y dos botes enormes: llenos de mayonesa con tocino, para ser compartidos con Mamá Santa y sus renos.

      

El mejor regalo

Olga de León G.

      Este año, la familia de Marquito no estaba preocupada por comprar regalos para los hijos, ni siquiera pasaba por el pensamiento de los padres salir de compras. El feroz y hambriento lobo, después de la campaña para acabar con el peligro que representaba, no había sido atrapado y no solo seguía acechando a los habitantes de la aldea, sino que se había reproducido aceleradamente desde el año pasado y en este. Él y su descendencia tenían más asustados que nunca a los moradores del lugar. Con solo abrir sus fauces lanzaban al viento miles de bichos que contagiaban al que estaba cerca y a algunos los mataban al poco tiempo de que respiraran el aire, incluso sin ser mordidos por los lobos.

      Marco había escrito una sentida carta con la misma petición para La Navidad, pero doble destinatario, por si a uno no le llegara o fallara en conseguir lo solicitado, que el otro sí lo lograra y su regalo pedido llegara a tiempo, para Navidad. Al Niñito-Dios: y a Santa Claus: se leía en el frente del sobre.

…Y, se la entregó a su padre para que este la pusiera en el correo con estampilla de “Urgente” y “Entrega inmediata”. El papá de Marco naturalmente abrió el sobre, él más que nadie debía saber lo que su hijo había pedido de regalo.

Y, cuál no sería su sorpresa, al leer:

Querido Niñito Dios, espero te encuentres muy bien de salud y ya puedas hacer milagros. // Querido Santa Claus, ojalá no estés muy viejito ni muy cansado, para cuando mi carta te llegue. A cualquiera de los dos, acudo, porque este año, es un año especial y no quiero nada para mí, ni para cualquier otro niño del mundo, como no sea que nuestros padres y abuelos continúen cuidándose, viviendo y queriéndose mucho entre ellos.

El padre buscó a su mujer y le dio a leer la carta, Cuando ella terminó de hacerlo, él le preguntó: ¿cuál es el regalo que quiere nuestro hijo, tú lo entiendes? Creo que sí. Es uno intangible y no fácil de conseguir, menos para todo el mundo: la felicidad de un niño es contar siempre con sus padres… y con sus abuelos. Y, la esperanza o ilusión de que eso es posible. Vayamos a su mundo de ensueños y fantasías, poblémoslo de duendes, hadas, magia y hechizos. Bien mujer, amada mía, cómo podemos darles a Marquito y todos los niños, tales cosas como regalo de Navidad. Sencillo: pensemos como niños.

      No les mostremos lo que está sucediendo en el mundo, sino lo que ellos vivirán cuando crezcan si desde ahora son mejores niños, eso lo podemos lograr: ¡con nuestro ejemplo! Seamos mejores padres. Leámosles bellos cuentos, juguemos  con ellos, en su propio mundo. 

      Vi, que en alguna parte, también dice:

“No quiero quedarme huérfano ni que mis amiguitos, ni ningún niño más de cualquier parte del mundo, así se quede”. Esta es una preocupación de adulto, no de un niño. Hagamos que viva más intensamente su niñez, no nuestros problemas. Volvamos su mundo hasta donde sea posible, un cuento, una hermosa fantasía, sin que deje de saber que el mundo es distinto.

Bueno, querido Santa / Querido Niñito Dios, -se lee al final de la carta- si no pudieran concederme el regalo que les pido, solo háganmelo saber con tiempo… Se los volveré a encargar la próxima Navidad.

      La mamá inmediatamente secó con su mano las dos lágrimas que rodaban por sus mejillas, y dijo: Los hijos piensan por sí mismos, según lo que han vivido. Qué tristeza me da saber que Marquito puede estar perdiendo la fe porque su petición caiga en el vacío. ¡Cumplámosela! 

      Cuidémonos de no enfermar y cuidemos a los abuelitos no saliendo de casa. Volvamos a los cuentos de duendes, de hadas, de hechizos buenos y de mucho amor entre nosotros.  El regalo pedido llegará muy pronto, sea que venga del Polo Norte o de la Patagonia, de la Antártida… O, del cielo. ¡Feliz Navidad!



« El Porvenir »