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Pequeño homenaje a Quino


Publicación:10-10-2020
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Quino sí supo lo que hizo al dejarte entre nosotros

Mafalda por aquí, y Mafalda por allá

Carlos A. Ponzio de León

      Creo que no volveré a ser la misma, ahora que ha muerto mi padre. Cuando se trataba de astucia contra el mundo adulto y de la política, me daba todo lo que le pedía, así fuera alguna frase caprichosa. Pero cuando en el país hubo rebeldía armada, no me dio nada. No es reclamo, no era algo en lo que yo quisiera contar él, no le iba a exigir que pusiera en riesgo su vida. Primero era mi padre. Pero definitivamente, yo tenía cosas qué decir.

      La herida honda que mi padre me dejó marcada para siempre ocurrió precisamente en esos tiempos, cuando hubo gente que le arrancaba la vida a los periodistas. Pero, por otro lado, su abandono tuvo un lado positivo: el silencio me hizo crecer. Mi padre tuvo otros hijos y mi madre estuvo de acuerdo en ello. No tuvo que formar otra familia. Mi padre vivió su vida sin problemas. Y yo crecí, por mi propia cuenta, en la imaginación del público, con cartonistas que imitaron a mi padre, con memes locuaces en tiempos más recientes. Y yo: descansando. Supongo que tuve la vida a la que todo adulto aspira: recibir un sueldo, sin tener que trabajar.

      Mis padres se conocieron en algún lado que desconozco. Por alguna razón, mi madre nunca hablaba sobre ello. Y aunque yo no fui la primera criatura en la familia; sí fui, la más famosa; con todo y que fui hija sándwich. Fui concebida como resultado de algún interés económico familiar. Pero no soy tan interesada en lo material, no como Manolito. Creo que él, de grande, será financiero o contador.

      Definitivamente fui hija deseada. No me duele haberlo sido: para ser intercambiada en un contrato. Me imagino que es: un poco como se hacían los acuerdos matrimoniales de los reyes en la antigüedad. Y no deja de sorprenderme la habilidad que tuvo mi padre para rescatarme cuando nadie me quiso. Al principio, no era muy guapa; no tan carismática como ahora. Y a pesar de eso, algo me convence del amor que me tuvo mi padre: Me sacó del baúl: me creó un universo y me hizo hablar: me presumió en su propio mundo, aunque su maquinación de intercambio comercial no hubiera funcionado. 

      No todos sus hijos llegamos a convivir. No es que hubiera pleito entre nosotros, es que mi padre andaba de proyecto en proyecto regándonos aquí y allá, con el paso de los años. ¿Qué sentimientos despiertan en mí esos hermanos con los que no convivo? Nada. Debo reconocer que, en parte, debe ser porque me sé: la hija más famosa. Mi único deseo es no herir sus emociones con mi aparente indiferencia, con mi silencio. Ya vendrá alguien que, en algún meme, nos reúna. Pero sí, de vez en cuando, me siento como si fuera la única hija de mi padre. No soy malvada. Sé que todos los hermanos quedamos dentro de la legalidad paterna. A mi padre no le han salido hijos de la nada. ¿Habrá alguno que quiera, así, saltar a la fama?

      Yo no volveré a ser la misma, ahora que mi padre ha muerto. Si hay algún candidato para transformarse, a partir de ahora, soy yo. Es un destino que definitivamente no podré controlar. Estaré en las redes sociales, en las presentes y en las futuras, alimentada por creaciones populares que dirán: Mafalda por aquí, y Mafalda por allá. 

Mafalda y la hormiguita 

Olga de León G.

- ¿Recuerdas el día en que nos conocimos?, Mafaldita.

- Sí, cómo olvidarlo, si casi me apachurra con una de sus enormes patas tu amigo, el elefante azul. Que de no ser porque como tú viajabas sobre una de sus orejas bien asida con todas tus patitas, me viste a la distancia y con un grito de: ¡Cuidado!, amigo elefantito, detente.

- Sí, y él de inmediato se detuvo. Y cuando al inclinarse te vio, quedó prendado de tu bella estampa: tan serena y tan segura de ti misma, con tus cabellos alborotados, ojos muy vivarachos y atuendo de colegiala con zapatitos de charol negro y calcetas con doblez y tira bordada en la orilla.

- Aunque me cohibí un poco, pues no dejaba de mirarme, sin decir absolutamente nada. Entonces, tú saltaste de la oreja a la tierra quedando junto a mis pies, al tiempo que decías y repetías: -¡perdón, perdón, amiga mía!

- ¡Claro que yo no sabía quién eras, y nunca antes había escuchado la voz de un ser tan pequeñito como una hormiguita.

- Yo no entendía qué hacías allí, en medio del camino, sentada sobre una roca.

- Estaba tomándome un respiro, hormiguita. Quino me había dejado ir a la Asamblea de todos los animales del Bosque, a la que ustedes también se dirigían, pero me advirtió que él no asistiría, me dijo que estaba muy lejos. Pero en lugar de  desanimarme, eso me impulsó a ir. Tú sabes que los retos me gustan, y la libertad me enamora.

- ¡Bendita casualidad!, me dije en cambio yo  -para mis adentros- (recuerda, solo para ella misma, la hormiguita).

- Yo sí te conocía. ¡Quién no conoce a Mafalda!, la de Quino. Me leía todas las ocurrencias de tu gran creador, puestas en tu voz de niña y la de tus amiguitos. Siempre me gustó, me gusta y me ilustra, leerte. ¡Eres maravillosa!, Mafalda. El mundo siempre será mejor gracias a tu existencia y la voz que te regaló Quino. Amén de la inteligencia e ironía que de él heredaste.

      Mafalda se sonroja, y su rostro se vuelve una granada sin cáscara. Y, como para disminuir el halago y que no se le subieran vanas ideas a su cabeza, contesta: 

- Contigo también hormiguita, pues aunque sean menos los que te conocen: 

¡Eres única e increíble! Tan pronto andas en Egipto escalando una pirámide, o probando los siglos de vida de algún sarcófago, o en medio del Desierto en algún oasis verde, como en una Convención por la paz o los Derechos humanos, o estás luchando por tu vida y la de tus hermanas, bajo una fuerte tormenta.

      ¿Qué fue de aquella otra gran Convención, a la que me invitaste hace algunos años?, y a la que no pude asistir, ya que en Argentina reclamaban mi presencia en ese momento crucial… ¿Se lograron acuerdos sensatos, justos y democráticos para la paz y convivencia entre los grupos opuestos y divergentes?

- ¡Qué va!, Mafaldita; antes bien, por poco nos linchan al elefantito, la jirafa, el bhúo, la lechuza y otros amigos más, junto conmigo, que estábamos en el Presídium…

- Los hombres adultos suelen ser de lo peor, hormiguita, especialmente los varones: cuanto más parecen crecer, más estúpidos los vuelve la ambición, cáncer de la edad adulta.

- Sí, amiga lo he visto suceder tal: Acaban lo más pronto que pueden con lo mejor de ellos mismos, la infancia. Y creo que tienes razón en tu sospecha: es esa sopita con la que los alimentan de niños que crecen pronto y pronto se vuelven envidiosos y malvados.

- Creo que hiciste bien en evitar, siempre que pudiste, comer la mentada sopita: llevaba veneno: quita la ingenuidad de los corazones de los niños y en su lugar deja un corazón de hierro… ¿para qué quieren los niños un corazón tal?

- Si por cada uno de sus cabellos -hombres y mujeres- tuviesen un buen sentimiento y una genial idea, no desearían peinarse nunca, no sea que se les cayeran… y entonces, en cabeza tan hueca de ideas, para qué sirven los peines… Digo, solo digo Mafaldita.

- ¡Ándale, hormiguita, ves que eres maravillosa! Tú también debes venir de buena estirpe, amiga… ¿Por el lado materno o por el paterno?, heredaste lo de las ocurrencias, hormiguita. 

- Creo que un poco de cada parte… 

- ¿Será? A mí me gusta para que lo tuyo venga de tu madre.

- Mira, por ejemplo, lo de la sopita es un asunto de Libre albedrío… Pero, yo me pregunto, para qué Dios inventó ese concepto, si los hombres ni saben usarlo y cuando lo usan se vuelven más esclavos que antes de las creencias en los fetichismos y otras arañas, como la de “Dale un peso al pobre… Y, Dios te regresará dos” A mí, por ejemplo, ya me debe muchos pesos. O, ¿me habré equivocado de pobre al dar cada peso?

- Puede ser, amiga, con eso de que: “el hábito no hace al monje…”, a lo mejor te equivocaste de pobre…

- Por hoy, aquí dejaremos nuestra charla, Mafaldita, pues tengo que ir al mercado y se me olvidaron mis bolsas biodegradables, y el paraguas por si llueve.

- Ya me acordé de algo importante, sobre nuestro primer encuentro, hormiguita, cuando fui a aquella Asamblea donde tú llegaste con el elefantito azul, y en donde nos conocimos al estar descansando sentada sobre una roca en medio del camino: ese fue el único día en el que a pesar de estar rodeada de auténticos animales, en ningún momento me sentí como Noe en su arca.

- ¡Eres mi inspiración!, Mafalda amiga; cuánto te amo y amaré por siempre.

Quino sí supo lo que hizo al dejarte entre nosotros.



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