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Pequeño homenaje a Oscar Chávez

Pequeño homenaje a Oscar Chávez


Publicación:02-05-2020
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La tarde caía como silbido de pájaro lejano. Había en la oscuridad que se acercaba, un sonido de arpa amarga viniendo de un solo lado del horizonte

Con piedras y palos, desde las montañas.

Carlos A. Ponzio de León

“Yo crecí con el volumen cinco de las canciones políticas de Oscar Chávez”, dijo en voz alta un joven junto a mí, parado en la barra de la cantina, antes de abrir su botella y empujar el líquido de su cerveza con la fuerza de la gravedad. “Nací en la rebeldía, escuchando música de protesta de Latinoamérica”. Y colocó de un golpe el envase de vidrio sobre la madera, de donde saltaron chispas que atrajeron rápidamente fuego a su conversación. “Balazos quiso dar ese cantante a algunos presidentes”, respondió rápidamente un hombre que se encontraba sentado a dos bancos de él.

El joven, vestido en jeans y botas vaqueras, camisa a cuadros y sombrero texano, nos refirió de sus años en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Habló de las noches frías en la montaña como si se tratasen de tormentas de nieve para una manada de leones; de la felicidad de la luz del día: como si allá en Chiapas hubiera logrado una conexión de hermandad con el sol. Y poco antes de pedir su siguiente cerveza, contó que cuando Oscar Chávez apoyó el movimiento en 1994, en la sierra sintieron como si le hubiesen hecho el amor a una mujer luego de años de abstinencia. “Fue como recibir un beso en los labios, por primera vez en la vida a los sesenta”.

La tarde caía como silbido de pájaro lejano. Había en la oscuridad que se acercaba, un sonido de arpa amarga viniendo de un solo lado del horizonte. Los pies comenzaban a enfriársenos y un olor modesto a sopa de ajo y cebolla provenía de la cocina. No éramos muchos concurriendo en la cantina, pero sí una cantidad considerable para las condiciones de pandemia en el mundo. Estar juntos nos hacía sentir como mariposas amarillas que vuelan liberadas.

“Tantas promesas que no se cumplen”, dijo el joven arrojando como ráfaga de palos, su mirada al suelo. El cantinero escuchó el silencio a nuestro alrededor y se dirigió al controlador de la música. Buscó en Spotify, sacándose los lentes para poder ver las letras de su i-pod. “¿Algún disco que deseen escuchar?”, preguntó al aire, como si con ello rociara brisa fresca sobre la plática. De las bocinas comenzó a escucharse la voz aterciopelada de Chávez, cantando: Por ti.

“¡El infierno es amor!”, gritó una voz escondida al fondo de la barra. “Hay humanidades que se pierden en el pasado”, le dijo un viejo al joven, ofreciéndole una palmada en el hombro. El muchacho descansó su vista en el espejo tras el cantinero y alcancé a ver que, en realidad, no era tan joven como yo creía; tal vez sí, se trataba de un traga años. Platicó de sus tiempos universitarios en economía, de su abandono de la carrera por ideales sociales que no vislumbraba en los libros, ni en el gobierno, ni en ninguna otra parte; excepto entre algunos soñadores que solo eso hacían: soñar y cantar. Hasta que ellos se cansaron. “Nuestras ideas no estaban en los tratados, sino en corridos y poemas, en novelas e historias de justicia que inspiraban”. Luego miró a nuestro cantinero y con una sonrisa continuó: “Intentamos sacarles algunas lágrimas a los cocodrilos; pero no pudimos. Solo nos embriagamos con serenatas de protesta.”

Quiso asomarse el silencio en el lugar, cuando comenzó a escucharse “Perdón” en la voz de Chávez: Música a contrapunto de dos voces: Guerrilla y canto, gloria y olvido. Un epitafio para el matrimonio entre sueños y angustias: el matrimonio que pudo haber sobrevivido con un poco de amor. La voz del cantante salía de las bocinas y se pegaba al techo, para luego bajar como fuego que calienta el ambiente.

“Yo conocí a Oscar Chávez”, gritó otra voz ronca desde una mesa donde se levantó lentamente un viejo que se acercaba a los noventa años. “Toqué con él durante décadas y puedo decir que también nos emborrachábamos, entre alcohol y sueños, con lágrimas del alma que, sin embargo, nunca ahogaron nuestros pulmones. Teníamos el corazón y la voz de Oscar para seguir adelante, y las acciones de quienes luchaban con tinta en los periódicos, con monedas y limosnas en las calles, y con piedras y palos desde las montañas”.

Hay amores que…

Olga de León G.

Yo nací un día muy fresco de otoño, algo nublado. Nací cuando la lluvia se estaba yendo de mala gana, eso me dijeron luego, porque iba dejando gotitas pequeñas por doquier. Una tía exclamó al verme: miren los ojos de esta niña, parece que nada quiere perderse del mundo. El médico me levantó en vilo, mientras la enfermera cortaba el cordón umbilical.

Mis padres, felices de haber tenido otra niña. La primera murió cuatro meses antes de que yo naciera. Me habría gustado conocerla, habríamos sido grandes amigas, muy unidas, solo separadas por año y medio…

De dónde me vino lo revolucionaria, me pregunta usted, don Ernesto. No lo sé, ni siquiera sabía que yo fuera eso, revolucionaria… Algunos parientes me decían de chiquilla, terca, rebelde o porfiada y contradictoria, porque para todo tenía una pregunta y no daba por cierto cualquier cosa que me dijeran.

¡Ah!, eso sí, tenían que decirme en dónde lo habían leído o quién se los había dicho… no cualquier fuente es confiable, lo sé por mi padre, desde niña y lo confirmé en la Universidad, desde bachilleres.

La mujer venida ahora cercana a los setenta se fue silenciado, como si la batería del día se le estuviera apagando; aunque apenas eran las cinco treinta de la tarde. Y, es que su mirada se clavó en una nota del periódico que leía en línea: Óscar Chávez ha muerto. Sus ojos se entristecieron y su memoria se alebrestó: tantos recuerdos, tantas canciones, parodias, poemas y corridos. Y una película que la enamoró de Chávez, como el caifán mayor. Su amor fue idílico, platónico y más por coincidencias de ideas, nunca se enamoró del hombre sino de su esencia.

Entonces, don Ernesto –dijo repentinamente, como volviendo del limbo en el que la sumió la triste noticia-, a lo mejor sí soy revolucionaria… Pero una revolucionaria solo de escritorio, de palabra, de letras perdidas y poemas arrancados a las paredes de mi espacio escritos como hojas arrojadas al viento, y especialmente: de coincidencias con los revolucionarios y rebeldes de a de veras, como Chávez.

Eso fue hace tres días… pero, hace cuarenta años, ella era una chamaca enamorada del amor, de la lucha por la justicia y la equidad. Enemiga de la mentira y el engaño. Ella que jamás padeció hambre, ni frío, ni entonces una pérdida grande como la que en cosa de un año habría de sufrir, y que lloraba con las canciones de Chávez, con el poema de “Gracias a la vida”, de Violeta Parra, o que se apasionaba con las lecturas de Rulfo cuando a sus alumnos se las leía…

Ahora lloraba por dentro, pues Óscar Chávez se había ido para siempre. Quién como él se burlaría de las casitas y las casotas, o de los copetes y las manos sucias de sacerdotes y obispos. Quién reclamará al Mal gobierno, quién pedirá: ¡Perdón!, de la forma como él lo pide a su amada, cantando. Quién celebrará los cien años de Macondo, quién mostrará las verdaderas intenciones detrás de los Congresos de la Liberación femenina, de la que nos podemos seguir riendo, las que sí pensamos más allá de cacerolas y calzones. Quién defenderá que no se siga vendiendo México, quién cantará Por ti, con la pasión fuera del corazón y el cerebro.

No tengo duda, lo seguirá haciendo desde la tierra, desde la tumba, desde la nube donde contempla cómo algunos se siguen llevando estatuas, mobiliario patrimonio nacional y reliquias o ríos… para sus casitas, quintas o ranchos...

Hay amores que nos vuelven ciegos, otros matan, amores que liberan, amores que esclavizan, amores que enajenan o estupidizan… Mas, también hay amores que elevan, liberan y engrandecen a quienes así aman.

Y, sin embargo, como el de Óscar Chávez y el mío (que mi marido no se entere) a lo mejor en cien años más puede nacer otro. Quizás aparezca el próximo siglo. Porque cuando se ama al terruño, a México, con toda la sangre, el corazón latiendo y el cerebro componiendo, mientras se tocan las fibras del alma… entonces, y solo entonces, creeré en el cielo y sus ángeles que han bajado a la tierra para cuidar de nosotros, los amorosos desvalidos y olvidados de la mano de… Que el cielo se abra y un coro infernal como los que lo acompañaron siempre, se una para cantar con Óscar Chávez.

Hay amores que…



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