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Los perfumes de la vida

Los perfumes de la vida


Publicación:01-08-2020
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Una sonrisa suya iluminará al mundo de esperanza, y será cual exquisito perfume, elíxir vital

París por segunda vez

Carlos A. Ponzio de León

            Hace veinte años, cuando regresé de mi único viaje a París, me dije: Si viniera una segunda vez, acá fingiría mi muerte. Dejaría que el seguro de vida pagase a mis hijos y yo me perdería en la ciudad: ahogándome en una vida de artista, metiéndome en cada café y visitando museos y galerías. Me ganaría la vida tocando el violín en las calles, recolectando monedas y lanzándolas a las fuentes, pidiendo que se cumplieran todos mis deseos: hasta conseguir una Madeimoselle que me sacara de una posible vida bajo los puentes.

      Y aquí estoy, en París por segunda vez: con dos maletas atiborradas de ropa, con el violín en su estuche y todo mi dinero disponible en las tarjetas de débito, y con las tarjetas de crédito listas para ser llevadas hasta sus límites: Espero, ansioso y con miedo en el cuarto de hotel, el taxi que me llevará de regreso al aeropuerto Charles de Gaulle, donde luego deberé tomar el avión de regreso a México.

      Arribé a París hace una semana. Tuve reuniones de trabajo hasta las dos de la tarde. La compañía me envió a arreglar los asuntos pendientes de la nueva oficina que extenderá el imperio económico hasta el Brasil. En México me esperan tres hijos recién egresados de la universidad; además de mi mujer y mi trabajo de lunes a viernes, de nueve a nueve, redactando notas financieras: una vida árida.

      Las tardes, en París, las tuve libres. Y como en las películas, aquí siempre ocurren cosas increíbles. El lunes por la noche, mientras paseaba por Champs-Elysees, sentí que una joven me seguía. Llevaba sudadera amarilla con cachucha. Si yo me detenía, ella: igual. Cuando andaba, ella continuaba de manera paralela sobre la calle por donde transitaban los autos, pegada a la banqueta. El miedo me obligó a entrar a un bar. Ella vino detrás de mí. Me sonrió y se descubrió la cabeza: labios pintados de azul violeta. Le invité un trago.

      Es checoslovaca, pero tratamos de comunicarnos mezclando francés e inglés. Estudia Historia del Arte en la Escuela del Palacio del Louvre, y tiene una compañera de colegio que ha quedado atrapada en un burdel, donde trabaja por las noches. Quiere ir por ella, a rescatarla, pero necesita a un hispanoparlante para ello. El lupanar fue fundado a mediados del siglo pasado, en honor al poeta César Vallejo, y solo pueden ingresar latinoamericanos mostrando su pasaporte. “Si la traes conmigo de vuelta, haré lo que me pidas”, me dijo robando un trago a mi cerveza.

      Quedamos de vernos al día siguiente, el martes por la tarde, en un café cercano a Trocadero. Al burdel solo podía llegarse tomando un taxi en la esquina de Boulevard St. Germain y Rue Fréderic-Suaton, previa llamada a un celular cuyo número me apuntó en una servilleta. Al taxista debía decírsele que se deseaba conocer la música de Chabuca Granda. El preguntaría si quería escuchar poesía de Vicente Huidobro. “No, de César Vallejo”, debía responder en español.

      Y tal cual, así sucedió al día siguiente, el miércoles. Una vez en el auto, el conductor giró hacia mí y me entregó una pañoleta para colocarla sobre mis ojos. Treinta minutos más tarde, arribamos. Abrieron mi puerta, descendí y desanudaron el pañuelo. “Por aquí”. Entramos a lo que parecía ser un gigantesco palacio moderno, tapizado de pies a cabeza en alfombra guinda, con iluminación tenue y salas atiborradas de libreros. En la recepción me pidieron el celular; lo guardarían hasta el final. “Me gustaría paladear su Blanc de Blanc Le Mesnil”, le dije a la Hostes. Me condujo por las escaleras y subimos un piso. A la derecha, dos puertas más adelante, había que entrar. 

      Encontré una mesa circular, pequeña, con una hielera y adentro: la Champán solicitada, junto con dos copas. Me senté en una de las sillas, bastante cómoda. “Espere”. La Hostes cerró la puerta detrás de sí. A los pocos minutos apareció, de detrás de una cortina, una chica hermosa: de piel blanca, cabello rubio y corto y exceso de maquillaje. “¿Eres Miluska?”. “Aquí, soy Brenda”, dijo sentándose. “Tu familia cree que estás muerta”. “Los administradores son expertos en simular un fallecimiento. Se encargan de todo.

      Le conté de la checoslovaca. No quiso escuchar mucho. Hizo su trabajo y su despedida fue fría: “Tengo lo que necesito”. El jueves por la tarde me encontré nuevamente con su amiga y le conté lo sucedido. “Vuelve a intentarlo”, me dijo, “llévale esta carta”. Así hice el viernes. Ordené lo mismo y me condujeron al cuarto de Miluska. Entregué la misiva. Aunque algunas lágrimas descendieron hasta humedecer la hoja, me dijo: “No puedo”. “Te propongo algo”, le respondí… y le conté mi historia, mis deseos. Luego ella narró su vida en el lugar, en ese castillo lleno de arte y jardines y libros y conversaciones.

      Y aquí estoy ahora, con mi equipaje, esperando el taxi, junto con la checoslovaca. El burdel ha arreglado las cosas para fingir nuestra muerte. Tomaremos el auto, pero nunca llegaremos al aeropuerto. En realidad, vamos al burdel. Los tres viviremos en ese palacio y yo tocaré el violín, arrancando notas pasionales de sus cuerdas. La vida será fantástica.

Una rosa para mi hija

Olga de León

      

      Corté una rosa rosa 

      del jardín de mi casa interior

      y la puse en un violetero.

      Que ha de lucir radiante y fresca

      con agua helada la riego,

      pues hasta el martes cuatro,

      a mi hija se la entrego.

      

      Quiero escribir con alegría. Quiero contar solo historias lindas y agradables. Quiero complacer al lector que sufre, por la razón o sin razón que sea que tiene para sufrir ahora, en este preciso momento… Como si no lo supiera… Como si no sintiera su pesar y no me pesara a mí también. Pero eso no importa, que esto es lo que quiero, y ya veré cómo lo logro.

       Como si los anhelos se cumplieran con tan solo desearlos con mucha fuerza y en ello se pusiera todo el empeño del mundo, así empiezo –o eso creo- a escribir. No sé si brotará un cuento, un poema, o solo el anhelo que no llegará a verse en estas líneas porque a veces escribo entre ellas, pero nadie puede leer lo que verdaderamente he querido decir con el corazón y mis sentimientos. Como que son entes intangibles que no acabo de mostrar con las palabras, sino esconder detrás de otras, que voy dejando sobre la página en blanco y se esparcen como una mancha difícil de entender. 

      Así que lo más seguro es que aquí vaya saliendo apenas si solo una sombra del anhelo o del sueño de un alma que ha caído demasiado en la empatía de la tristeza y la desilusión, por lo que transmitir alegría y entusiasmo para los que sufren, será poco probable: ¡lo siento y lo lamento profundamente! 

      Son los tiempos de la segunda década del siglo veintiuno, año de la pandemia. ¡Las almas sufren hace algún tiempo! Y, aunque nada les falta ni les aqueja físicamente. No obstante, su piel se ha vuelto jardín de rosales trepadores que, cual sauce llorón, va dejando caer su rocío y todo eventualmente lo perfuma de tristeza y nostalgia. 

      ¡Ah!, pero qué fácil es dar consejo y recomendar actividades, lecturas, oraciones, santos y vírgenes a quién se encomienden los otros. Qué fácil es no ver la realidad y refugiarse en el empoderamiento de quién sabe quién, para juzgar y decir al otro cómo se sale de la tristeza.

      No es un juego, tampoco es una receta lo que se necesita. Tenemos que estar en la mente, el corazón y el cuerpo del otro… despojarnos de lo nuestro y comprenderlo desde su interior… Porque hablar desde una posición cómoda, donde todo o casi todo lo tenemos resuelto, es demasiado superfluo y vano; así que no caeré en ese juego.

      Te amo hermana, hermano, sobrina y sobrinos todos, te amo hija de mi alma y mi corazón… de la misma alma, corazón y matriz de donde tu hermano nació unos años antes… Y no he logrado aún dibujarles con palabras el mundo perfecto para cada cual. Porque sus sueños y sus vidas son vuestras y no mías. Eso lo sé muy bien, como que por más que ambos (sueños y anhelos de vida) se parezcan en lo esencial a los míos, son suyos, que a mucha honra se los han ido fraguando desde la infancia hasta su edad adulta.

      Y, es que el mundo lo ignora todo sobre ustedes y cualquier otro. Nada sabe el mundo de su gran corazón, nobles sentimientos y talento ganado no solo en las aulas, eso fue lo de menos, sino lo que han ganado a base de caer y levantarse, cada vez con mayor fortaleza y entereza. 

      Los amo hijos, sobrina hermosa… y me disculpo porque hoy no escribí ni cuento ni poema… ni con alegría o felicidad… Pero sí con mucha ilusión, porque cuento con sus cariños y porque mañana ustedes serán la alegría de quienes los rodean. Una sonrisa suya iluminará al mundo de esperanza, y será cual exquisito perfume, elíxir vital

       



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