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Las ciudades que extrañamos

Las ciudades que extrañamos
Al pie de las jacarandas, una ciudad de silencios

Publicación:11-04-2020
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Extraño las tiendas y los parques, los cines y los museos, las taquerías y los restaurantes, los caracoles de los jueves en La Valenciana

Recogimiento, silencio, estar más cerca de la naturaleza. Mirar las jacarandas encopetadas de morado desflorarse en tapetes luminosos, escuchar los trinos apareados con el amanecer, tomar las binoculares (esos para ir al teatro, de otra época, con su estuchito coqueto) y enfocar la copa del encino, la del fresno, perseguir un revoloteo. Reconocer el pecho ocre de una de las aves que cuando extiende las alas al vuelo repite el color en dos bandas anchas que atraviesan las plumas. Asombrarse con los muy negros de pico amarillo limón, o los pequeños que parecen una fruta tierna con cáscara gris. Tenía una guía de aves de la Ciudad de México que no encuentro, tal vez la página del Instituto de Biodiversidad tenga la información: aves del Ajusco. Birdwatcher es una dedicación de naturalistas amateurs en el mundo. Alguna vez estuve en una casa antigua cerca de Orizaba donde solían ir grupos de observación de aves, también sé que Margaret Atwood, escritora que admiro, gusta de esa oportunidad. Es un rato de quietud, íntimo, hay algo de espionaje y de azoro. De poder nombrar la variedad, lo que se revela en la discreción de nuestra presencia. Este aislamiento obligado es una oportunidad de mirar hasta el follaje de los árboles urbanos de otra manera, es cierto, asombro por la naturaleza a pesar de que también la dispersión de virus, bacterias o patógenos ocurre allí. Darwin a toda potencia con el descaro incuestionable de la selección natural.

Aunque me asombra esa variedad de las aves que pocas veces contemplo, extraño las ciudades. Paso estos días en la orilla de la mía, y extraño mi barrio con banquetas, el ruido de la cortina metálica cuando se abre la panadería y el expendio del café. Extraño un latte de máquina. Extraño las tiendas y los parques, los cines y los museos, las taquerías y los restaurantes, los caracoles de los jueves en La Valenciana. Hago una reverencia a la ciudad: la hazaña humana, la invención de los espacios donde se convive, se sobrevive; el señorío arquitectónico, las eras históricas, los modos de vida de una u otro barrio, la gente. Pero no extraño cualquier ciudad, tengo mis preferencias. Defiendo a capa y espada mi chilanguez y mi inclinación por ciertos barrios. Pero amo Madrid, la ciudad de mi abuela, la niñez trunca de mi madre en el barrio de Malasaña. Yo ya la adopté como mía. Por eso me duele el Madrid vacío, porque su afortunada combinación de desparpajo provinciano y sofisticación cosmopolita es aliada del paseo, del bullicio restaurantero, de las peñas del Gijón con escritores y lentejas, del azoro del arte, de la calle tomada como vereda de arquitectura de distintos tiempos, el café, la copa, la tapa, la risa suelta. Madrid es greguería de Gómez de la Serna. Siempre las voces altas, el arreglo presuntuoso, los autobuses cómodos, el Retiro cuajado de castaños y de paseantes de todas las edades. La ciudad que no para, Mírala, mírala la puerta de Alcalá.

Una ciudad volcada hacia el espacio público, con la música por delante, como revelan sus cantos de balcón, sus videos aflamencados, su homenaje a Aute el día de su muerte. Una ciudad de cielo azul, Pongamos que hablo de Madrid, tan pronto Barrio de las Letras como Rastro hecho centro de arte, una ciudad limpiada de la oscuridad del franquismo que presume su blancura en los edificios de la Gran Vía. Me duele verla vacía. Conozco sus días de abril de clima caprichoso, tan pronto lluvia, o hasta nieve como la reciente, o un calorcillo inusual, y la entrada de mayo con el viento que desprende las semillas de ciertos árboles que caen a la garganta y provocan tos, recordando que pronto será el día de la Villa de Madrid, las fiestas de San Isidro que pondrá el sol, y la banda que cantará el Chotis y que bailarán las chulas con sus pañolones en la cabeza y vestidos ceñidos al cuerpo con sus Pichis de todas las edades con su saco de mascota negra y blanca y sus boinas ladeadas. Llenarán las plazas y los parques por un día, recordando las romerías que Goya pintaba, estrenando cartelera taurina. El 15 de mayo es fiesta en Madrid. Me pregunto si será posible este año, y si no lo es, ¿cómo se llenarán en el ocaso los balcones de la ciudad que mira a la calle? Lo que estoy segura es que el día que se acabe la encerrona, la vida se descorchará en Madrid como un espumoso imparable. Se verterán todas las ansias de calle y abrazo, de café para mirarse, de ciudad para perderse y reconocerse y saludarse: hola Charito, Pepe, Juan, Juani, Federico, Ana, Maribel, Jandro, Lola, Pedro, Manina, María, Álvaro, María José, Juancho, Mercedes, Toscana, Sara, Lupita, Maru, Lenis. Con el "Flaco de Oro" entono: Madrid, Madrid, Madrid, en México se piensa mucho en ti y espero ser parte del descorche.



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