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La vocación al apostolado

La vocación al apostolado


Publicación:28-11-2020
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La Iglesia celebra hoy, I Domingo de Adviento, el comienzo de un nuevo año litúrgico

La Iglesia celebra hoy, I Domingo de Adviento, el comienzo de un nuevo año litúrgico. El tiempo del Adviento, que se prolonga hasta la Navidad, se caracteriza por la actitud de espera de Alguien que por excelencia es “el que ha de venir”. Toda la dinámica del Antiguo Testamento está caracterizada por la espera del Mesías Salvador, como se percibe en la pregunta que Juan el Bautista manda hacer a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir?” (Mt 11,3; Lc 7,19). Asimismo toda la dinámica cristiana del tiempo presente se caracteriza por las palabras de Cristo resucitado con que concluye el Apocalipsis: “Sí, vengo pronto” (Apoc 22,20).

El año litúrgico se cierra con la revelación acerca del fin de la historia humana y con la contemplación del evento que le pondrá fin, a saber, la venida gloriosa de Jesucristo. En este sentido empalma con el I Domingo de Adviento, que nos invita a reavivar nuestra actitud de vigilante espera de esa venida. En el Evangelio de hoy, al comienzo y al final de la lectura, Jesús nos exhorta a mantener esa actitud: “Estad atentos y vigilad... Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!”.

Jesús compara este tiempo intermedio entre su Ascensión al cielo y su venida final con un hombre que se va de viaje y al partir “da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele”. ¿Qué trabajo nos ha dejado Jesús antes de partir? Si examinamos el Evangelio vemos que Jesús nos dejó una tarea muy precisa, de cuyo cumplimiento nos pedirá cuentas. Antes de ascender al cielo encomendó a sus discípulos una misión: “Id y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19). Ningún cristiano puede sentirse eximido de esta misión. Este es el trabajo que a cada uno ha encomendado el Señor y del cual deberemos responder cuando él venga.

Durante este tiempo de Adviento debemos examinarnos para ver en qué forma estamos realizando cada uno este trabajo. A este trabajo se da el nombre de apostolado y adquiere diversas formas según el estado de vida y la situación de cada uno. El apostolado es esencial de la condición de cristiano, como lo afirma el Catecismo: “La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es vocación al apostolado” (N. 865). Si no nos preocupa el hecho de que parientes nuestros o vecinos o colegas de trabajo o incluso tantos hombres de otras latitudes no sean discípulos de Cristo y no estamos haciendo nada por que lo sean, entonces nosotros mismos estamos fallando en nuestra condición de discípulos y no estamos cumpliendo nuestra misión; somos como los siervos que se han quedado dormidos a los cuales Jesús advierte: “Velad, no sea que el Señor al llegar os encuentre dormidos”.

La historia de la Iglesia nos ofrece el ejemplo de grandes santos que han cumplido excelentemente el trabajo que Jesús les encomendó y han ganado muchos discípulos para Cristo. En nuestro país está vivo el testimonio de celo apostólico de San Alberto Hurtado. Que ese ejemplo nos mueva a cada uno a asumir la responsabilidad que tenemos por la salvación de nuestros hermanos en la convicción de que fuera de Cristo “no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros podamos salvarnos” (Hech 4,12).



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