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La venida final de Cristo

La venida final de Cristo


Publicación:08-11-2020
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El fin de la historia humana ocurrirá en el momento que Dios tiene decidido

El capítulo 25 de Mateo es el último de este Evangelio antes del relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. En este capítulo se recoge la enseñanza de Jesús sobre los eventos últimos de la historia humana. Jesús nos revela lo que interesa para regir nuestra conducta actual. El capítulo comienza con la parábola de las diez vírgenes que esperan al esposo, sigue con la parábola de los talentos y concluye con la escena del juicio final.

Este domingo leemos la parábola de las diez vírgenes. Se introduce con la frase habitual: “El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes...”. Pero en esta introducción un detalle nos llama la atención. A diferencia de las demás parábolas del Reino de los cielos, que se refieren a él como una realidad presente, ésta lo anuncia como una realidad futura: “el Reino de los cielos será semejante a...”. La parábola se incluye en la respuesta de Jesús a una pregunta de sus discípulos sobre el evento más futuro de la historia: “Dinos... cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo” (Mt 24,3). Es claro que ambos eventos coinciden, es decir, que el hecho que pondrá fin a la historia humana será la venida de Cristo.

En su respuesta Jesús indica uno de los signos del fin: “Se proclamará este Evangelio del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin" (Mt 24,14). Cuando fueron pronunciadas por Jesús estas palabras eran una profecía magnífica, pues en ese momento nadie podía prever la extraordinaria difusión que tendría el Evangelio y la influencia que tendría en la historia de la humanidad. La proclamación del Evangelio al mundo entero es un signo explícito del fin del mundo, pero no tan preciso como para ponerle fecha. Cada uno podrá discernir hasta qué punto esa condición se haya cumplido y cuán próximos estemos del fin de la historia. En todo caso, rige esta advertencia de Jesús: “Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,44).

La parábola de las diez vírgenes nos enseña que la suerte de cada uno a la venida de Cristo dependerá de su conducta actual y sobre todo de la situación en que esa venida lo encuentre. La parábola presenta a “diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del Esposo”. Desde el comienzo establece una nítida diferencia entre ellas: “Cinco eran necias y cinco prudentes”. La suerte final de cada una dependerá de esto. “Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas”. Todas esperan al Esposo. Pero se da esta circunstancia: “El Esposo tardaba; entonces se adormilaron todas y se durmieron”. Hasta aquí no se notado diferencia entre esas vírgenes. La diferencia quedará en evidencia en el momento crítico, cuando una voz anuncie la llegada inminente del Esposo: “A media noche se oyó un grito: ¡Ya está aquí el Esposo! ¡Salid a su encuentro!”.

En este momento se manifestará la necedad de unas y la prudencia de las otras. Todas las vírgenes se levantaron a arreglar sus lámparas. Entonces las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan”. La medida del aceite de cada una es la medida de su amor al Esposo, y éste es intransferible. El amor lo vive cada uno como propio; no se puede compartir. Esto es lo que indica la respuesta de las cinco vírgenes prudentes a la petición de la necias de compartir el aceite: “No, no sea que no alcance para nosotras y vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis”. Por un breve instante tuvieron que abandonar la espera del Esposo. ¡Distracción fatal! “Mientras iban a comprarlo, llegó el Esposo”. En ese momento no estaban velando.

La llegada del Esposo revela la diferencia entre las vírgenes: “Las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda”. Se anticipa la suerte de las otras cinco con esta frase severa: “se cerró la puerta”. Expresa una circunstancia definitiva que separa a los de dentro de los que quedan fuera, a los que gozan del banquete de los que son excluidos. Es una sentencia que cada uno se dicta a sí mismo, como resultado de su propia necedad. El carácter definitivo de esta sentencia queda expresado en la continuación del relato: “Llegaron las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, Señor, ábrenos!”. La respuesta es inapelable: “En verdad os digo que no os conozco”.

Todos los oyentes de la parábola han tomado partido a favor de las vírgenes prudentes y contra las necias; todos están de acuerdo en que unas hayan entrado al banquete y las otras no. Hasta aquí la parábola. Lo grave es que esta misma diferencia se dará en la realidad; se verificará al fin del mundo entre los hombres. Por eso Jesús concluye con esta recomendación: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora”. Debemos vivir en la amistad con Cristo por el cumplimiento de su palabra, de manera que cuando él venga entremos con él en banquete del cielo.

El fin de la historia humana ocurrirá en el momento que Dios tiene decidido: “nosotros no sabemos ni el día ni la hora”. Para cada uno el fin de la historia es el momento de su muerte, a menos que Cristo venga antes. En la muerte se producirá la misma diferencia que describe la parábola. La expresa San Francisco de Asís con su estilo propio y característico en el Cántico de las creaturas: “Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. ¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal! Bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad, pues la muerte segunda no les hará mal”.



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