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Hagase tu voluntad

Hagase tu voluntad
En la cruz ambas líneas se tocan: está muriendo condenado como un malhechor, pero sobre su cabeza está escrita su verdadera identidad

Publicación:04-04-2020
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El Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén introduce la Semana Santa

El Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén introduce la Semana Santa. El sacerdote camina rodeado por los fieles con palmas en las manos hasta el altar donde se hará presente el mismo misterio de la muerte y resurrección de Cristo que él, entrando en Jerusalén, iba a consumar. Por eso, en la liturgia de la Palabra se proclama la Pasión. 

"Cuando se aproximaron a Jerusalén...". Esta es la meta del camino. Aquí tiene que concluir Jesús su misión, que consiste en ofrecer su vida en sacrificio por la salvación del género humano. Pero no entra en Jerusalén de cualquier manera, sino entre aclamaciones. Era necesario aclarar que esa muerte que él iba a padecer era una entrega voluntaria; que la asumía movido por su amor al Padre, a quien iba a ofrecer satisfacción por todos los pecados del mundo, y por su amor a todos los hombres y mujeres, que así quedaban reconciliados con Dios. Entre todos los sacrificios antiguos ofrecidos a Dios este es el único que le fue grato y que obtuvo su perdón. Es lo que explica la epístola a los Hebreos: "Es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados. Por eso, Cristo, al entrar en este mundo, dice: 'Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad!'" (Heb 10,4-7). 

"¡He aquí que vengo...!". Viene no sólo al mundo, sino a Jerusalén, donde su decisión de "hacer la voluntad de Dios" iba a alcanzar su punto culminante. El relato del ingreso a Jerusalén menciona el Huerto de los Olivos. Desde aquí Jesús mandó a dos de sus discípulos a traerle un asna y su pollino para entrar montado en ellos. Entra a Jerusalén poniendo un signo claro. En efecto, así estaba anunciado que entraría el Rey esperado, el Hijo de David: "He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino...". Por eso, a su paso la gente lo aclamaba: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!". Según el Evangelio de Mateo, Jesús entraba por primera vez a Jerusalén. Por eso, algunos preguntaban: "¿Quién es este?". Y los que habían oído hablar de él respondían: "Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea". 

Muy distinta fue la situación pocos días después en ese mismo Huerto de los Olivos. Allí sufrió Jesús su lucha más dura. Después de haber anunciado sacramentalmente su muerte como sacrificio redentor: "Esto es mi cuerpo entregado por vosotros... esta es mi sangre derramada por vosotros", debía cumplirlo. Esa misma noche se dirigió al Huerto de los Olivos y "rostro en tierra, suplicaba así: 'Padre mio, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú... Padre mio, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hagase tu voluntad'" (Mt 26,39.42). También esa noche entró en Jerusalén viniendo desde el Huerto de los Olivos, pero esta vez no iba escoltado por gritos de júbilo que lo aclamaban como Rey y profeta, sino por un grupo de guardias armados de espadas y palos que lo tratan como a un malhechor. 

En la cruz ambas líneas se tocan: está muriendo condenado como un malhechor, pero sobre su cabeza está escrita su verdadera identidad: "Este es Jesús, el Rey de los judíos" (Mt 27,37). El que ofreció su vida en sacrificio es de condición divina, es el Rey prometido a Israel, pero "se despojó de sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz" (Fil 2,8). En estos días santos veremos cómo ocurrió este misterio de amor y cómo "Dios lo exaltó y le concedió el 'Nombre sobre todo nombre'" (Fil 2,9). 



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