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Haced discípulos de todos

Haced discípulos de todos
Los cristianos no tenemos la misión de imponer nada, sino sólo de anunciar a Cristo; él, una vez conocido, se impone por sí mismo

Publicación:23-05-2020
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Jesús los quiere a todos como discípulos suyos: “Haced discípulos de todos”

Este domingo, solemnidad de la Ascensión del Señor, leemos los últimos versículos del Evangelio de San Mateo que nos presentan las últimas palabras de Jesús resucitado. Estas palabras son claramente una despedida.

El mismo día que Jesús resucitó se apareció a las mujeres que fueron al sepulcro y, por medio de ellas, convocó a sus discípulos a Galilea: “Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (Mt 28,10). Las mujeres cumplieron fielmente su misión, pues “los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado”.

Jesús se les apareció y las palabras que les dijo son las que fundan la misión universal de la Iglesia: “Me he sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Toda la historia de la Iglesia consiste en el cumplimiento de esa misión.

Jesús los quiere a todos como discípulos suyos: “Haced discípulos de todos”. ¿Cómo se puede pretender esto en una sociedad pluralista y relativista? Jesús lo pretende, porque él es la verdad y lo propio de la verdad es que, una vez conocida por el ser humano, lo cautiva. Los discípulos de Jesús saben que han sido mandados a una sociedad pluralista; pero están convencidos de que la verdad conocida no puede ser rechazada. Esto es claro en el orden natural. Se podrían citar miles de ejemplos, pero baste uno. En un tiempo existía la convicción unánime de que la sucesión de día y noche se explicaba por el giro del sol en torno a la tierra; hoy día nadie es tan relativista que siga insistiendo en eso y todos sabemos que la explicación del día y la noche es el giro de la tierra en torno a su eje en 24 horas. Esa explicación nos ha cautivado, porque es la verdad.

Jesús era más consciente que nadie del pluralismo que enfrentarían sus discípulos, hasta el punto de advertirles: “Llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios” (Jn 16,2), es decir, pensará que hace algo bueno. Este pluralismo Jesús lo considera normal: “Os he dicho esto para que no os escandalicéis”. Lo importante es la explicación que él da de esa conducta: “Esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí” (Jn 16,3). ¡No han conocido la verdad! Es la explicación que da a su misma muerte en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Jesús declaró: “Yo soy la Verdad” (Jn 14,6) y como tal está convencido de que una vez conocido, debe ser amado y seguido. Por eso tiene pretensiones de universalidad. Los que conocen a Jesús están convencidos de lo mismo. San Pablo era uno de los que, matando a un discípulo, pensaba estar dando culto a Dios, como lo demostró en el martirio de San Esteban. Pero conoció a Cristo y entonces dice: “Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida... ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor” (Fil 3,7.8). Alguien puede ser relativista sólo mientras no ha encontrado la verdad, porque el error es múltiple; pero no puede seguir siendo relativista una vez que ha conocido a Cristo. Los cristianos no tenemos la misión de imponer nada, sino sólo de anunciar a Cristo; él, una vez conocido, se impone por sí mismo.



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