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Fragmentos de una vida

Fragmentos de una vida


Publicación:28-11-2020
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Sé que inexorablemente pervive, no sólo por lo que no dudo en llamar "su genialidad", en sus amigos, que no somos pocos...

Carlos Warman no es, no puede ser el desconocido de la foto. Se murió en tiempos del virus, pero no fue una víctima de la peste. No necesitaba de morirse para que su nombre incitara anécdotas, provocaciones, ideas imposibles, proyectos, ímpetus creativos, evocaciones, remembranzas insólitas.

En los años 80 del siglo pasado creó una escenificación de Suicidio en si bemol de Sam Shepard, cuando Shepard era conocido por algunos iniciados, en el foro del Centro Universitario de Teatro de la UNAM (CUT), donde estudiaba. Uno de sus grandes amigos, el director de teatro Rodrigo Johnson, recuerda que Carlos Warman había estudiado con Juan José Gurrola en el Estudio G antes de integrarse al CUT, donde montó Del daño que hace el tabaco de Chejov, en cuya escenificación introdujo video "cosa muy novedosa en la época". Dirigió asimismo La historia del zoológico de Albee con Alfonso Ortiz y David Olguín y mucho después, en los 90, concibió una producción muy compleja e ingente en el antiguo Teatro del Bosque que ya se llamaba Julio Castillo: Entre piernas, de Michael Frayn, traducida por Flavio González Mello.

También era un músico imaginativo que ensayó el punk cuando parecía una provocación que podía resultar creativa. Se confabuló, entre otros, con Illy Bleeding (Jaime Keller), Walter Schmidt, Carlos Robledo, Dean Styllete en The Size...

Piro Pendás había armado otra banda punk: Dangerous Rithem, que luego se convirtió en Ritmo Peligroso para ensayar otros ritmos que coqueteaban con el trópico, a la que se incorporó Warman con mucho más que su oficio, su sagacidad, su inteligencia lúdica, su generosidad creativa.

En Cenizas de mi padre, Claudio Isaac rememora que cuando se enfrentó al primer corte de Mariana, Mariana, el film que dirigió su padre, Alberto Isaac con guión de Vicente Leñero procedente de Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, contrató a dos amigos suyos "con quienes en unos cuantos días desarrollamos el modo de abordar la musicalización de la película. Una flauta baja, un piano y una cama de cuerdas creando la atmósfera requerida"; uno de esos amigos era Carlos Warman que, me dice Johnson, también compuso la música para la puesta en escena que concibió Juan José Gurrola de Baal de Bertolt Brecht y de Ay mi vida qué tragedia y Aplausos para Mariana de Carmina Narro.

"Nuestra vida es una obra de arte que trabajamos incesantemente", escribió Julio Torri. La gran creación de Carlos Warman fue Carlos Warman. Con su saludo se abría su mirada y su sonrisa hospitalariamente entusiastas. Poseía una erudición lúdicamente insólita que no prescindía del número de tanques que se enfrentaron en la batalla de Kursk, de The War Poets, del Rugby, del fervor escocés. Su creatividad parecía infinita como su generosidad que lo incitaba a regalar ideas cuando sus amigos le confiábamos algún despropósito. En su casa convergíamos una diversidad de personas que de otra manera no nos hubiéramos amistado. Quizá como Torri, como Salvador Elizondo entendía que el proyecto en estado puro, que no se realizaba, era más prodigioso y sugerente. Johnson me dice que lo último que dirigió fue Pimpinela Escarlata, uno de los monólogos de Criaturas del aire de Fernando Savater. Quería montar una obra de Beckett, escribir una novela gráfica, hacer música creando atmósferas sonoras. Sé que inexorablemente pervive, no sólo por lo que no dudo en llamar "su genialidad", en sus amigos, que no somos pocos...



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