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El virus son los otros

El virus son los otros


Publicación:16-05-2020

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Caraco no fue leído, al contrario, se le consideraba un ave rara y negra de la especie humana

El escritor Albert Caraco llamó mi atención por tres motivos, dos de ellos personales. El primero es que nació en Constantinopla en 1919 (desde 1930 la ciudad cambió su antiguo nombre por el de Estambul, ciudad que yo visité hace treinta años y que detesté por razones que alguna vez contaré). El segundo motivo es que Caraco nació un diez de agosto, como lo hiciera mi padre; el tercero deriva en que Caraco anunció que se suicidaría un día después de que su padre muriera, promesa que cumplió el 7 de septiembre de 1971 estando en París. ¿Por qué los suicidas me hacen sonrojar? Lo sé bien y no deseo detenerme en ello. Ahora bien, las tres razones que describí antes no tienen gravedad alguna cuando pienso en la helada amargura y en la lucidez que emanan de su Breviario del caos (Sexto Piso; 2004), un libro que me obsequiara mi amigo Eduardo Thomas hace varios años y que leí en unas cuantas horas sin advertir el peligro que ello representaba. Hoy en día existe una sociedad de lectores de Albert Caraco, mas según mis noticias este escritor es poco conocido en México. Una buena parte de su obra se encuentra en la editorial suiza L’Age d’Homme.

Para que sopesen de qué y de quién estoy escribiendo, y no les parezca la mía una ocurrencia de anticuario cito, para comenzar, algunas líneas de Breviario del caos, muy oportunas en estos días. "La salvación de la especie se hará contra la masa. La masa es el caos que ha tomado rostro humano y que ocultaremos en el abismo de sus obras futuras, ya no habrá más que personas, las multitudes se habrán desvanecido llevándose el mal". "A la hora en que cada uno tiene razón, todo está perdido, todo se vuelve permitido y posible, es la hora trágica por excelencia y es la nuestra. Estamos en medio de personas de buena fe, que morirán por su causa aceptando inmolarse, sabemos que su causa es un malentendido en la mayoría de los casos, pero no sirve de nada informarles de ello, se negarán a creernos y especialmente teniendo en cuenta que ahí se encuentra su razón de vivir".

Me detengo, pues además de que el libro de Caraco es la consecuencia de una vivencia irrepetible y también la huella de una constante premonición, quiero traer su mirada justo a este momento en que somos testigos de la conducta de una masa bastante dócil que ha sido víctima del miedo desmesurado, el cual la masa misma no logra explicarse. Lo sé, hay opiniones que pueden resultar insoportables y que uno de inmediato rechaza, por prejuicio, intuición, o porque no había pensado en ello antes de esa manera. Tal es el asunto de la ética y la moral; el lenguaje de la ética es más complejo que el de las matemáticas y mientras ponerse de acuerdo en que tales series o teoremas son verificables, los juicios acerca del bien y del mal pueden enfrentar a muerte a los seres humanos.

Aprender que los demás son extraterrestres y que sus opiniones nos pueden parecer vomitivas es justo una de las formas como la tolerancia se hace presente. He dicho opiniones y no acciones, puesto que las segundas lastiman físicamente de forma más obvia y limitan la libertad de movimiento, tránsito, privacidad y otras garantías humanistas que se han ganado con tiempo, sangre y paciencia. Hace dos o tres días, en una de mis largas caminatas por la Ciudad de México, leí un cartel que decía la siguiente barbaridad: "Si sales de casa suceden dos cosas: o te contagian o contagias" (la publicidad era de origen privado). En ese momento pensé que de cualquier virus uno puede salir adelante incluso muriendo, pero de ese tipo de consignas, opiniones, o letanías cerriles no se sale nunca. Quien apruebe la sentencia del cartel citado es peor que cualquier virus, es la nada encarnada y el reduccionismo violento. En cuanto leí dicha consigna pensé: "El virus son ustedes, carajo". Y aún lo creo, pues aquel enunciado es un latigazo verbal para amansar y alimentar a la masa a partir de prejuicios personales o provenientes de colectivos de cierta clase que bien podríamos llamar sectas de la aldea global. Sin embargo, en una sociedad que goza de libertades hay que soportar, como dije, incluso lo que nos parece vomitivo, bárbaro e imposible de sostener éticamente. ¿Qué pasaría si les dijera que el virus no es el SARS-coV-2, sino la masa acrítica, medrosa y que con buena voluntad está dispuesta a cavar su propia tumba si se lo ordenan? Me deplorarían, con razón, y me mostrarían gráficas, datos duros, sumas de millones de muertos, además de que me narrarían un relato moral acerca de la supervivencia de la especie y otros cuentos de ciencia ficción (para que la ciencia se vuelva ficción sólo hay que situarse en un lugar o perspectiva que ella no contemple como ortodoxa); después me insultarían y descalificarían sobre el supuesto de que ellos están "vivos" y de que su opinión es certera, verificable e indiscutible. Caraco no fue leído, al contrario, se le consideraba un ave rara y negra de la especie humana. Pero, gracias a escritores como él, he podido reconocer el otro rostro de la muerte física; el peor desde mi punto de vista: el del eclipse absoluto de la inteligencia humana.



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