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Cultural Literatura


Cuento frágil y poema sin poesía

Cuento frágil y poema sin poesía
Así pasaron los días y meses, y años…

Publicación:15-02-2020
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Solo la perturbaba y atrapaban su atención los días muy fríos o lluviosos, sea que la lluvia cayera fuerte y por tiempo corto o prolongado, o si solo lloviznaba

Futuro incierto

Entró en un estado de abandono tal, que poco le importaba saber si era de día o de noche, si iniciaba la semana o estaba por concluir. Solo la perturbaba y atrapaban su atención los días muy fríos o lluviosos, sea que la lluvia cayera fuerte y por tiempo corto o prolongado, o si solo lloviznaba, pues a pesar de no ser amigables con su salud, a ella le encantaban. 

Esos días en cama, bien abrigada, con un libro en mano, y escuchando y viendo la lluvia por el cristal de la ventana a un lado suyo… era un tiempo que la vida le estaba regalando. Ocho meses ya… cualquier eventualidad del clima: sol brillante que hacía lucir al día alegre, o nubes grises y llovizna o de plano un techo de lluvia fuerte, cual paisaje invernal, ¡eran una maravilla!, si se les veía con esperanza o ilusión. Así pasaron los días y meses, y años… 

Hasta aquel día, cuando entró en el gran salón sin prisa por estar allí ni con el deseo de retirarse hasta el final, preferiría irse pronto, si bien esto solo ella lo sabía, no debía decírselo a nadie. El tiempo había dejado de ser importante para Ana, ahora. 

Treinta años atrás, en cambio, el tiempo lo era todo en su vida: tiempo de levantarse por las mañanas, tiempo de preparar el lonche para sus hijos y para ella, tiempo para ir al trabajo, tiempo de ir por los hijos a las escuelas, tiempo para preparar la comida, tiempo de comer, tiempo de volver a las clases, tiempo de regresar a casa para no volver a salir sino hasta la mañana siguiente. ¡Ah!, y finalmente, tiempo para dormir… al menos seis horas y media (mera ilusión)… cuando mejor le iba en ese renglón del descanso.

Adentro de la gran sala, todo el mundo parecía muy entretenido y feliz de estar allí. Cada pequeño grupo de tres, cuatro o cinco personas se ocupaban en tener la razón sobre lo que discutían, sin que pretendieran llegar ni llegaban nunca a consenso alguno. De esa forma, todos eran dueños de su propia verdad, y no admitían que alguno estuviera equivocado. Extraña manera de lograr algo: convivir sin involucrarse ni distanciarse: ¿será eso un punto medio justo y equilibrado?  O, una norma de conducta aséptica y fríamente calculada para evitar roces…

Mientras Ana iba abriéndose paso entre la multitud, repentinamente tuvo conciencia de algo: no sabía por qué estaba en ese lugar con tantos a quienes o no conocía o apenas si los había visto una o dos veces en su vida. Fue en ese instante cuando su nombre se escuchó por el micrófono y todos guardaron silencio y se fueron acomodando en sus mesas asignadas. Y, ella entendió, iba a recibir algo que no buscó ni deseaba tener. 

¿A quién podía importarle lo que entonces pensaba? No. No sería grosera, aceptaría la ofrenda, aunque no eran esos los eventos a los que habría buscado asistir nunca en su vida. Las multitudes le incomodaban, la asfixiaban… Pero eso había quedado en la memoria y un poco en el olvido. 

Luego fueron otras las circunstancias que la rodearon: dolores, medicamentos, debilidades motrices… Su vida dio un giro inesperado. Los días empezaban tarde y las noches se prolongaban en vigilias casi hasta el amanecer. Ningún médico daba un diagnóstico exacto y solo le enviaban a más análisis, terapias físicas y medicamentos nuevos. Su cuerpo se fue debilitando, y con él su espíritu parecía apagarse, hasta que llegó a no ser ni la sombra de lo que había sido apenas cuatro años antes.

Ana estaba ya tan afectada por su padecimiento, que hasta comenzó a pensar en consultar con otro tipo de médicos o curanderos. Se le había metido una idea absurda, una gran duda afectaba su cerebro, su claridad, y no podía quitársela de la mente: ¿alguien le habría hecho algún trabajo de magia negra? ¿Por qué de pronto enfermó de algo y luego de otra cosa, y otra…? Y su caída, y el día que casi se ahoga, ¡en la bañera! Seguro alguien no la quería en este mundo y deseaba ayudar a que se fuera pronto al más allá… Pero, ¿quién?

Para su fortuna, esas ideas y pensamientos se los fue quitando de su mente poco a poco, hasta que los cortó de tajo, simplemente se los arrancó: ¿acaso había dejado de ser inteligente? No podía pensar en arañas y brujas o mujeres que practicaran la hechicería y quisieran lastimarla.

Así que cuando escuchó su nombre, al mismo tiempo que estaba repasando los años idos, no se emocionó, era como si ya nada le importara. Solo algo podía regresarle la alegría de vivir: poder caminar como hasta cuatro años antes lo había hecho, sin la ayuda de una silla de ruedas empujada por su marido, sobre la que ahora iba, abriéndose paso entre la multitud que discutía sobre la trama, algunos de los conflictos de su novela, y sobre si el final era este o aquel, o qué significado tenía que terminara sin terminar del todo…

El esposo se inclinó y le susurró algo a su oreja izquierda… A Ana se le dibujó una gran sonrisa en el rostro, y ante el asombro de todos, se levantó de la silla y caminó hasta el podio, apoyada solo en el brazo de su amor de tantos años. Y a ella se le olvidó que ambos ya tenían más de sesenta, se sintió mujer joven y radiante: ¡podía caminar! 

Una vez que estuvo en el podio y ante el micrófono, con desenvoltura y la fluidez que la caracterizaba, una sonrisa en el rostro y con luz especial en su mirada, empezó su discurso, diciendo: 

- “Nada es lo que parece. Desconfíen hasta de su sombra, cuando se trate de un evento acerca de textos de ficción”… Buenas noches, queridos amigos y púbico asistente. “Un futuro incierto” puede ser lo único real y verdadero; por ello, hoy como ayer…

- De pronto, el telón cayó, la iluminación desapareció, el silencio reinó en el entorno y su espíritu prisionero entre la inmovilidad y el invierno de su cuerpo, tomó una delantera y salió antes de escuchar los aplausos para su última lectura, como lo había deseado, la lectura final de una vida de escritura y creación que le dio vida, hasta a su propia muerte.

Preámbulo a un Poema: gústame de la poesía más su libertad que la sujeción a la norma, mas nadie podemos negar que desconocer las reglas más elementales de la rima, el ritmo y la métrica, solo podrían suplirse con una cadencia superior a ellos, y eso no es asunto de mortales, seamos aprendices o  avezados poetas. Mas quien pudiera, en su sano juicio y desprendido espíritu de toda envidia o recelo, negarle al que crea arte que no intente producir versos que pareciendo frívolos o ásperos, llevan en su numen todo el calor y candor de lo nuevo, nacido de las perlas antiguas que el mar ha arrojado a las playas de arena virgen. Para que otros, sigan su propia vía y un día puedan ver la belleza que las ostras antiguas, encerradas en páginas de mar, cielo, fuego y tierra, fueron guardando por los siglos de los siglos para los limpios de corazón o ingenuos, y atrevidos poetas. He aquí, pues, una breve y modesta contribución; ignoro si estoy entre los primeros o los últimos (que no miden con exactitud las consecuencias de sus actos, en materia de creación o de atrevimiento absolutamente irresponsable e ingenuo). Me gusta lo diverso, lo contradictorio,  y lo que rompe paradigmas…

Poeta de la luna enamorado

Luna que te escondes entre las sombras

y enciendes la flama del amor

no te apagues en las noches

aunque el viento con desdén amenace,

frívolo y retador, el sonoro silencio

de tus versos sin igual creación y arte.

Cada rayo que se filtra entre 

las montañas y los cerros de mi pueblo,

es prístino destino de sueños 

en versos muy tristes o muy alegres.

Apareces a ratos entre algodones 

blancos y grises, para luego sonriente, 

y coqueta entre las ramas te ocultes, 

cobijada por árboles enormes.

El mar iluminado por tu luz te presume

Y el río es el espejo del candor

…que me regala tu imagen 

como a un toro enamorado del amor.  

Luna, lunita mía, diosa de mis cantos, 

si me arrullas mientras duermo, 

una mejor alabanza te ofrezco

que me saque de este letargo.

La luna avispada y segura solo sonrió.

Conocía mi alma y un regalo me dio

a la vuelta de justo siete días.

En lugar de una enorme luna, 

un cacho en forma de anillo 

quebrado y radiante, me dejó. 

Quiso, así, mirar desde el cielo,

la luz primera de mis versos.

Déjame mostrarte lo que tu rostro,

inspiración fue para mi poema más sabio.

¿Por qué pretender del sino adelantar

lo desconocido, si la belleza 

de la vida, antes y después de muertos,

está en el misterio que encierran?

La poesía, por fin, se quedó muda

y el poeta cumplió su promesa

 …a la luna.



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