Esta no es una columna para mujeres. Es una columna para hombres. Para los que se sienten bien hombres. Muy hombres, no payasos. Hombresotes. Machos, no pedazos. Bien machos de su machismo. Orgullosos de su machedad. Es para los bien machos-machitos-machotes viva México. Es para ellos, porque la mujer que hoy escribe esta historia, su propia y breve historia cotidiana, que es la de muchas mujeres más, la de miles y cientos de miles de mexicanas más, soy yo. Yo, en mujer mexicana…
Me despierto adolorida. Muy adolorida. Me duelen los brazos de los puñetazos de anoche: es que yo me tapaba la cara.
Me duele el abdomen de las patadas que me dio cuando me tiró al piso. Aquí, estas costillas. Y las piernas, los muslos. También la espalda, muy adentro. Es por la punta de sus botines con placas de acero.
Me duele la cabeza por los jalones de pelo que me dio cuando me arrastró por el piso. Me duele la nariz. Sangré mucho. Me duele el pómulo izquierdo. Es por la inflamación del trancazo que me dio. No veo bien, tengo el ojo cerrado, amoratado. Parezco boxeadora. La Jackie. O la Barbie.
Me duele la vagina. Me duelen las nalgas. Me volvió a violar. Horrible. Me duele todo. Tengo miedo. Eso duele más. El terror duele más que todo. En la noche me va a pegar otra vez. Me va a violar de nuevo.
Y las niñas oyendo todo. ¿Cómo van a ser ellas de grandes? Se van a topar con una macho igual y van a pensar que eso es lo normal. ¿Qué hago? ¿Me las llevo? Me mata si me encuentra. Siempre me cela y me grita. Puta, me dice. Que me quiero ir con otro. Te voy a matar un día de estos, cerda. Quiero llorar todo el día. No tengo paz, respiro, alivio. Vida.
¿Qué hora es? ¿Cómo voy a ir a trabajar así? Unos lentes oscuros y digo… ¡que nos asaltaron en el micro! Que me resistí. Sí. Con eso. La verdad, ya ni me creen. Todos saben que me madrea cuando se le pega la gana. Ay, Dios mío. ¿Por qué? ¿Por qué todo esto? ¿Cómo le hago para escaparme? Me va a buscar al trabajo y me mata. Tendría que irme de aquí. Para siempre. Pero… ¿a dónde?
¿Qué hora es? Ya me voy a bañar. ¿Qué me pongo? Esta blusa me encanta pero no, el escote. Me van a intentar toquetear. Esas miradas lascivas a mis tetas. Esas miraditas puercas. Aish. Y luego, los dos jefes. Qué asco me dan. Ven por favor a mi oficina. Guácala, ¿no se dan cuenta lo espantosos que están y su apeste? Falda no, porque otra vez los piropos sucios sobre las piernas. Todo el tiempo lo mismo. Ay, qué bonitas piernas tienes, con todo respeto. Agggh. Y la cantaleta. Cierra la puerta, por favor. Tienes mucho futuro, si tú quieres. Yo te puedo ayudar. Eres talentosa, inteligente, muy guapa. Solo tienes que dejar fluir las cosas. Pinches acosadores. Nefastos.
Diosito. Por favor, no quiero regresar en la noche. Qué me va a pasar. Voy a ser una cifra más. Otro feminicidio. Y las niñas se van a quedar solas, con él. A su merced. Me duele todo. Me duele la vida. Pinche país macho, misógino. ¿Por qué nadie hace nada, carajo?
Y a ustedes, hombres tan machos, orgullo de la patria suya de macholandia, ¿les gustaría vivir así todos los días, como la historia de Valentina, que es la de miles y miles y miles y decenas de miles de mujeres mexicanas? ¿les gustaría ser golpeados, pateados, escupidos, violados en su propia casa con sus hijos oyendo? ¿Les gustaría que los torturaran mentalmente hasta dudar de su propia lucidez y raciocinio? ¿Les gustaría ser humillados, vejados, menospreciados, sancionados económicamente en su propio hogar? ¿Y en el trabajo? ¿Estaría padre que los chantajearan para que se dejaran sodomizar a cambio de conservar su trabajo?
Este México canalla que cada día violenta a las mujeres es francamente un asco. Una vergüenza colectiva. Habla pésimo de todos nosotros como nación, pútrida nación. Este jueves 25 de noviembre mejor quedémonos callados, y si hablamos, que sea para reconocer esta lacerante realidad, para rogarles perdón a las mujeres como parte de una sociedad machista que no detenemos ni mucho menos extinguimos…