Con datos del Global EV Outlook de la Agencia Internacional de Energía, en el año 2010, el mercado de autos eléctricos alcanzaba el tímido número de 17,000 unidades. Nueve años después y con crecimientos anuales (pre pandemia) de 40%, el mercado registró 7.2 millones de autos eléctricos, de los cuales China contribuyó con casi la mitad. Y es que el gigante asiático igualmente produce la mitad de todos los autos eléctricos del mundo y el 99% de los autobuses de cero emisiones. No hay vuelta atrás, el mundo entero se mueve en esa afortunada dirección.
Abonando a ello, justo la semana pasada leía una nota donde Ford tenía pensado lanzar 40 vehículos híbridos o totalmente eléctricos tan pronto como el siguiente año. Igualmente, BMW planeaba tener 25 modelos eléctricos para 2023 y otros 30 por parte de Audi en 2025. Como parte de su plan estratégico a mediano plazo, la japonesa Toyota, anunció que la mitad de todas sus ventas mundiales serían de vehículos eléctricos tan pronto como 2025. Honda y VW han hecho la misma predicción, pero para 2035. Quizás el anuncio más audaz lo dio GM al decretar que el 100% de sus autos serán eléctricos en el año 2035. Parece ser que los autos de combustión han alcanzado el punto de no retorno.
Ahora bien, nadie está peleado con su dinero y sería absurdo que las armadoras siguieran una estrategia de convertir su producción de no ser por un aumento en su rentabilidad. Los escépticos, que siempre los hay, dudan de las proyecciones ya que, a costos actuales, el precio promedio de los autos eléctricos es USD$19,000 mayor que el de sus pares de combustión interna. Cierto, pero ello se debe, entre otros factores, a que los eléctricos apenas suman el 3% del mercado mundial de autos, la tecnología es aún incipiente y la mayoría son de lujo. Sin embargo, entre subsidios a la investigación, incentivos a la demanda y prohibiciones a la emisión de CO2, se dará el esperado salto cuántico en la demanda acompañada por su respectiva economía de escala. Todo ello obliga a cuestionar el futuro de la industria que soporta el parque vehicular actual, la refinación.
Veamos, en 2019, la capacidad instalada de refinación en el mundo fue de 101.3 millones de barriles por día, aunque su producción real fue de 83 millones. El país de los 50 estados es el mayor refinador del mundo con cerca de 19 millones de barriles diarios. En términos generales, las 135 refinerías en EUA producen una mezcla de 49% gasolina, 25% petróleo destilado, principalmente diésel, 25% otros y 1% de combustóleo como merma.
Pues bien, con datos de la US Energy Information Administration, los vehículos ligeros: autos y camionetas consumen, el 92% de la gasolina que se produce en el vecino país del norte. Con ese dato en mente y tomando en cuenta la reducción en la demanda de gasolina en proporción al incremento de autos eléctricos, se pudiera inferir que el 75% de la producción de las refinerías está en la rienda floja. Caray, no se puede justificar la operación de una sola refinería trabajando a 25% de su capacidad instalada, subrayo, ninguna.
Teniendo como causa primaria la pandemia, el año pasado se quedaron solo como tanques de almacenamiento, se reconvirtieron a energías renovables o cerraron en forma definitiva cerca de 2 millones de barriles diarios en capacidad instalada, más del doble de lo que México refina. En adición, solo en EUA, Royal Dutch Shell anunció que cerrará su mayor refinería y Marathon Petroleum, principal refinador, clausurará sus operaciones en Martínez, California y Gallup, Nuevo México. En Australia, British Petoleum bajó la cortina de su refinería, lo mismo hizo Eneos Corp en Japón y Royal Dutch Shell en Filipinas. Por otro lado, la francesa Total está reconvirtiendo su planta de Grandpuits a biocombustibles y bioplásticos. Parece ser que el mundo ha interpretado perfectamente bien las señales en el cielo y prefieren “tapar el pozo antes de que el niño muera”, no al revés. Mientras tanto en el México surrealista vamos a contraflujo.
En el caso mexicano, el endeble sistema de refinación instalado en sus 6 complejos es de 1.55 millones de barriles diarios, mientras que su tasa de utilización es de 40% en promedio. Más aún, con datos del Sistema de Hidrocarburos de la Secretaría de Energía, la producción promedio en los complejos es 31% combustóleo y solo el 25% gasolina. Un caso extremo es una refinería de Oaxaca donde se produjo 42.4% combustóleo y solo 19.5% gasolina. Pues sí, por el daño ecológico al quemarlo, el apestado desperdicio no se puede exportar y el gobierno no tiene dónde almacenarlo, así que una salida alegre es que lo queme la CFE. Por inverosímil que parezca, esto explica en parte, la patética contra reforma energética recientemente aprobada por el Senado. Pero, aún hay más.
Al financiero y medioambientalista complicado estado del arte de PEMEX refinación, habría que sumarle la empantanada y costosa refinería en ciernes de Dos Bocas. Esta obra está proyectada para concluir entre 2024 y 2026, justo cuando las grandes armadoras mundiales estén en pleno apogeo en su transformación hacia la producción de autos eléctricos. En forma inexorable, más de uno se preguntará si será demasiado tarde y otros clamarán ya para qué.