Hoy ocho de marzo es Día de la Mujer y quien menos reconocimientos recibe es, precisamente, la mujer, porque la inercia marca solo felicitaciones y regalos que, como en el día de la madre, son planchas y burros de planchar, licuadoras y trapeadores. El sistema empresarial-comercial, adoctrinó a las mil maravillas a los mexicanos a rendir tributos a la reina del hogar mediante adminículos sacados en abonos en las tiendas departamentales. El amor a la madre se demuestra regalándole una batidora para que ya no sufra lampreando con un tenedor.
Los hijos están felices y la madre también, ese es el resultado del adoctrinamiento capitalista. Y lo peor: te sientes de lo peor si no cumples con esa consigna. Y te ven mal tus hermanos y tu madre y tu padre. Hijo mal agradecido, no es capaz de reglarle un cepillo de dientes, tanto que se ha sacrificado por ti. Y aunque no se crea, esa situación sigue imperando, a pesar del avance teórico en la concepción de la mujer.
Pero sí. Grandes esfuerzos y no pocos sacrificios ha costado a la mujer demoler ese concepto abarrotero del amor maternal. Y a no pocos hombres (escritores e intelectuales, sobre todo) que se han empeñado en develar las verdaderas causas de ese concepto: la acumulación centavera de los empresarios y grandes comerciantes. El afán de lucro. El billullo, harbano.
El movimiento de liberación femenina tomó propulsión en la década de los sesenta y maduró en la siguiente década, los setenta. Kate Millet, Gloria Steinam, entre otras norteamericnas, y Simone de Beauvoir en Francia idearon los primeros esbozos de un pensamiento feminista, distante de las herencias y de los clichés sonantes. Y se centraron en el enemigo a vencer: el hombre. Causa y efecto de todo mal femenino.
Pero con los años, el pensamiento se retrajo. No, no era el hombre el culpable, que si bien lo era hasta cierto punto, sino el sistema capitalista que ultraja a los dos. La mujer al liberarse encuentra trabajo y poco a poco va escalando posiciones dentro de los corporativos empresariales. Pero oh, desilusión, son la parte nueva de la explotación laboral. Los patrones aplaudían el momento: nueva mano de obra más dedicada y detallista, características de la mujer. Y por ser mujer les pagaban menos.
Ahora el movimiento de las mujeres se mira con otros ojos. Unos ojos inclusivos: la culpa no es del hombre. Del macho, del gañán, aunque en buena parte sí. Los feminicidios siguen a la alta en casi cualquier estado de la república. La opresión laboral. El acoso sexual en la calle, en las rutas urbanas, en las escuelas y universidades, en los centros de trabajo, en el atrio de la iglesia, es cosa de todos los días.
Algunas mujeres se enojan: tiene razón. Comprobar ante la autoridad una violación sexual es vejatorio y vergonzoso para la mujer. Y las autoridades se hacen de la vista gorda ante las denuncias. Tienen razón las mujeres: ¿cuántas de ellas han desaparecido en lo que va del año en Nuevo León? Hay que apoyar a las mujeres en su lucha. Y mostrar solidaridad. Hay que acudir a la marcha hoy.
Y le puse Viejerío a mi editorial porque así se llamaba (o se llama) un suplemento del periódico La Jornada elaborado por mujeres periodistas. No vaya a ser que una ultra feminista me la haga de bronca.