Algo que a menudo se escucha en el consultorio de un psicoanalista es a alguien decir: "me siento solo/a, muy solo/a, me gustaría encontrar a alguien".
A primera vista nadie se atrevería a poner en duda el sufrimiento de quien padece semejante situación de soledad, deseándole lo mejor. La ventaja es que un psicoanalista, cuando trabaja bien, se dedica a simple y sencillamente a escuchar. Esto implica que lo haga fuera de lo comúnmente esperado, que no suponga, sino escuche y pregunte el por qué de todo lo que el paciente (analizante) dice. "¿Ah si, y cómo es eso?... ¿Por qué le gustaría encontrar a alguien?" –podría recibir el paciente en respuesta de un buen psicoanalista.
Algunos profesionales "psi" (psicólogos, psiquiatras, psicoterapeutas, incluso, alguno que otro psicoanalista ingenuo) no dudarían en bombardear a la persona con recomendaciones lugares-común: que si es necesario aumentar la autoestima, que si es importante hacer un plan para conocer a más personas, enumerar las características de la persona ideal que anda buscando, bajar alguna aplicación, bajar de peso, levantarse más temprano, mejorar sus técnicas de conquista y un largo etcétera.
Todas y cada una de ellas –aunque quizás cargadas con las mejores intenciones—están condenadas al fracaso, a repetir una y otra vez ese "algo" que no has ido nombrado hasta ese momento: el reverso que esa queja posee, cuál es el contexto, las funciones que cumple ese sufrimiento en la vida de quien lo padece. Ya que el problema no es tanto no encontrar a alguien, esa frase se fabrica y repite una y otra vez para plantear un sentido aparentemente lejano que nada tienen que ver con el que la repite, que a la vida le falta "algo" (una pareja, tiempo, dinero...) y que, si tan solo se pudiera tener "eso", entonces la vida sería mucho mejor. Y como eso que se busca nunca se encuentra del todo, se vuelve a empezar con la queja, muchas veces aumentando su intensidad y la lista de los culpables roba-felicidad. Esa queja trasciende los tiempos y distancia, por lo que se puede colocar en el pasado, presente y futuro. Su estructura y lógica es la misma: "si yo tuviera x, entonces podría y; como nunca se consigue del todo x, entonces nunca será posible y" Ese ciclo es eje de muchas vidas organizadas bajo la misma clave: "soy infeliz, luego busco algo/alguien a quien culpar"
Una de las cosas que nos muestra el psicoanálisis es que, a menudo, las personas no quieren realmente lo que declaran desear, sino su reverso. Mientras que por un lado alguien puede lamentarse de sentirse solo/a, decir que busca el amor, por el otro, crea verdaderas fortalezas impenetrables contra el mismo; que el verdadero terror no es tanto no encontrar el amor, sino, precisamente, un día encontrarlo. ¿Cómo es eso?
Amar implica sorpresa y exposición. Por ello amar no es –como insiste en demostrar un cierto fantasma consumista perverso—controlar al otro; amar no es reducir al otro a una simple mercancía, a una cosa a ser intercambiada infinitamente por una versión más reciente, por un objeto, alguien a quien esclavizar, sino exponerse y recibir la libertad más radical del otro, a su decisión. El milagro del amor es una sorpresa, así como un fracaso para jugar. Fracaso de lo ideal, ni el otro ni yo somos lo que idealmente se esperaba, pero eso no importa ya, porque lo que se está creando es mucho mejor. Y es una sorpresa, en el mejor y en el peor de los sentidos, en el mejor porque nadie sabe por qué y cómo comenzó, y peor/mejor porque, así como algo inicia puede acabar. En eso radica su misterio, amamos infinitamente lo que es, por principio, finito. Amar sin declarar la apropiación del tiempo y del otro es la clave.
Lo que muchas veces se encuentra como reverso del lamento amoroso es un pavor de entrar en contacto con la libertad de la persona a quien se ama, con la posibilidad de sufrir su pérdida, el cambio de sus direcciones. De ahí el reclamo a los cambios de la pareja y la relación, como si lo que se esperara fuera vivir encapsulados en el pasado, en una feliz repetición eterna. En ese sentido, la queja de no encontrar el amor sería más bien una defensa de "ojalá nunca lo encuentre", como quien busca trabajo deseando realmente no encontrarlo, así la persona no quedaría expuesta a la libertad del otro y a su posible finitud, viendo a lo lejos, desde una comodidad-incomodidad, la vida pasar. Como esto sería muy absurdo e inaudito de tolerar, se cae en crear una narrativa más aceptable: "No encuentro el amor, me siento solo/a" obteniendo –dicho sea de paso—la lastima algunos. Cosa que es más terrible que la propia muerte, porque no es una muerte en sí, sino un apagamiento de la vida ¡dentro de la vida misma! Es estar vivo, pero renunciando a cualquier dinámica de vida, encuentro, responsabilidad y creación. De ahí que surjan síntomas de todo tipo, psicológicos, físicos, amorosos, económicos...intentando gritar cada uno a su manera que algo está cambiando y necesita ser reconocido.