Un orador

En las prisas de la modernidad y las nuevas herramientas no hay tiempo que perder y sin tiempo es difícil articular un discurso que mueva emociones

Con admiración y respeto para Edui Tijerina, destacado escribidor de textos, por su destacada labor.

Concluyen hoy las campañas, termina el periodo para pedir el voto ciudadano tanto en el proceso federal como en los estatales y municipales; se acabó el tiempo de la arenga y las promesas, entramos a ese vacío de la "veda electoral" previo al día de los comicios.

Pero, ¿qué nos quedó?

Al final, termino con una sensación de intranquilidad porque todas y todos, de todos los cargos y todos los partidos, me acaban dejando un sabor exactamente igual, que bien podría definir como nulo o como besar una bolsa de plástico, que no sabe a nada.

Sí, nací en otra época, en esa en la que un discurso pronunciado con vehemencia tenía un efecto en las masas a las que no sólo convencía de acudir a votar, sino que les dejaba la urgente necesidad de ir a las urnas para mostrar su apoyo.

Aquellas piezas de oratoria que no requerían del "teleprompter" o el "apuntador", sino que eran escritas de manera cuidadosa, midiendo los tiempos y las emociones, partiendo de hipótesis para plantear después soluciones y explotar en un clímax cuya única finalidad era el conseguir el convencimiento y la adhesión de las masas.

No miento cuando digo que en más de una ocasión fui testigo de la manera en la que un orador fue capaz de convencer a muchos indecisos de votar por ellos, como también modificar el pensamiento de quienes antes de escucharles tenían otras opciones de voto, pero a través de las palabras y la voz, de su actitud escénica y proyección, fueron capaces de que cambiaran de opinión.

Y no eran ningunos improvisados, detrás de todos ellos había casi siempre un genio creativo, un redactor que daba forma a las ideas e imprimía emociones en las palabras, que conducía el discurso a fin de conseguir el propósito final. Sí, parecía que aquel orador improvisaba, pero lo cierto es que siempre había alguien detrás.

En las prisas de la modernidad y las nuevas herramientas no hay tiempo que perder y sin tiempo es difícil articular un discurso que mueva emociones. Hoy reinan las ocurrencias y por encima de ellas las desacreditaciones a los contendientes, más que las ideas y las propuestas.

Prometen resolverlo todo, pero nunca dicen cómo, ni cuándo. Dicen tener soluciones que no son capaces de explicar a detalle, son tan vacíos como la bolsa de un sabalito derretido por el calor y con un agujero.

Tuve la fortuna de escuchar a muchos políticos que con un discurso convencían a cualquiera, como también la oportunidad de aprender de muchos maestros capaces de imprimir en una hoja en blanco cualquier cantidad de emociones, base primigenia para modificar la forma de pensar del ser humano.

No, no vi a una o uno que fuese capaz de despertar una sensación, un sentimiento. Los tiempos cambian, pero los seres humanos no y es ahí donde deberían aplicarse, porque al final les hacen falta redactores creativos que les muestren el camino para llegar más al corazón y menos a la mente de los votantes.