Isabel de la Trinidad, mística y religiosa francesa, decía: “a la luz de lo eterno se ven las cosas en su verdad”. Siendo así, tendría todo el sentido que el mundo y nosotros mismos, aprendiéramos a mirar la vida desde la meta y que esa meta fuese empírea. Quizás sería prudente tomar en cuenta que lo que no tiene valor al final, tampoco lo tendría ahora.
El Papa Benedicto XVI invitó a un nuevo orden mundial donde la humanidad se uniera en contra de la pobreza, el terrorismo y los desastres naturales. Igualmente, el Papa Francisco exhortó a reconstruir un nuevo pacto educativo global dándole forma al futuro de la humanidad moldeando individuos maduros que puedan superar la división. Ambos papas hablaron de unión y alertaron de la división. Pero, ¿Hacia dónde vamos?
La semana pasada uno de los principales diarios alemanes, Bild, publicó una factura por $149,000 millones de Euros que China debería de pagar por daños colaterales del COVID19 a Lufthansa, a las PYMES y a la industria del turismo. Obviamente era solo una nota un tanto cuanto irresponsable y no una advertencia oficial de parte del gobierno teutón. El periódico, sin embargo, soportó su publicación en una declaración del presidente Trump donde alertaba que habría consecuencias para China si se demostraba su responsabilidad voluntaria en la pandemia del “virus chino”. El presidente norteamericano de igual forma espetó en contra de la Organización Mundial de la Salud acusándola de ser cercana a China y ha dicho que dejará de fondearla. Las acusaciones, los dimes y diretes y los insultos entre los dos grandes sumos son solo frutos de árboles cuyas raíces profundas denotan celos, temor y una férrea competencia por la hegemonía mundial.
Unos días antes de que el mundo conociera del “bicho” en Wuhan, el “Financial Times” (FT) publicó un artículo titulado “¿Cómo los EE.UU. debería lidiar con China?”. El artículo rezaba que el país de los 50 estados estaba totalmente determinado en impedir que China lo aventajara en lo económico, militar y comercialmente. El FT afirmaba que el poder del Dólar Americano mantendría a raya a China y que la trepidante corrupción endémica del país asiático impediría un progreso innovador. Como colofón el artículo decía que China jamás llegaría a ser el poder hegemónico mundial simplemente porque los Estados Unidos nunca se lo permitiría. Pues bien, en la era post COVID19, todo pudiera cambiar.
Una de las tantas frases que le adjudican a Einstein es haber dicho: “nunca pienso en el futuro, llega demasiado pronto.” Pues al día de hoy, el número de personas infectadas por el Coronavirus en EE.UU. se aproxima al millón con cerca de 60,000 muertos, un 60% del total de los fenecidos estimados por el director del Instituto Nacional de Salud, Fauci. En lo económico, de acuerdo a la Reserva Federal de San Luis, el número total de empleos perdidos pudiera llegar a 47 millones y la tasa de desempleo podría llegar al 32%. En ambos rubros, el principal cliente internacional de México saldrá severamente vapuleado. Ahora resuena con ironía la frase del filósofo romano Boecio; “el colmo del infortunio es haber sido dichoso”.
Aunque el pasado no siempre puede usarse para predecir el futuro, lo cierto es que durante los primeros 14 siglos después de Cristo, la mayor economía del mundo se disputó entre India y China, y no fue hasta las Guerras del Opio en el siglo XIX cuando el país asiático se desplomó como potencia. Hay cuatro caracteres escritos por doquier en China que claman “wu wang guo chi” (nunca olvidar la humillación nacional). Debido a la estulticia de la narrativa peyorativa de parte del timonel yanqui, el presiente vitalicio Xi Jinping no duda en recordar que su nación tiene 5,000 años de historia y que, ante la ofensa, China nunca doblará su rodilla delante de EE.UU. El país asiático con sus 1,393 millones de habitantes tiene un PIB de USD$13.61 billones y se enorgullece de haber crecido su economía 64 veces desde 1978 y 450 veces desde 1949. Más allá del milagro económico que representa el crecimiento de su mercado interno, China tiene un plan.
Sus dos principales armas son el proyecto de la nueva ruta de la seda “One Belt, One Road” con un estimado de USD$8 billones de inversión potencial en más de 68 países del mundo y la tecnología 5G de Huawei valuada en USD$12 billones. Quien paga manda y China claramente ve oportunidades donde otros no ven, llenando los vacíos de poder. Con su programa de ayuda e inversión está alineando las voluntades de 68 países aliados para que utilicen su plataforma tecnológica, consciente de que el puntero controlará al mundo.
Para el año 2049 China pretende ser el “pionero en influencia global” y para ello requerirá también de Europa, quien será la que incline la balanza. “Xi Dada” como le dicen cariñosamente al mandamás chino, propone crear junto con Europa un nuevo orden internacional económico y financiero (Xinhua) y quizás el COVID19 sea la llave que le abra la puerta.
Ante la contingencia, la oportunidad, naturaleza y cantidad de ayuda económica, médica y humanitaria será determinante en el posicionamiento en el nuevo orden mundial, y China está lista, dispuesta y lleva la delantera. Mientras Europa y EE.UU. están ocupados con su propia tragedia sanitaria y económica, China está donando en especie en Azerbaiyán, Paquistán, Palestina, África, Europa Oriental, a la Organización Mundial de Salud y hasta en el Vaticano. Concluyo como comencé, pensando que China en definitiva parece haber aprendido a mirar la geopolítica actual desde la meta de influencia global.