No es una barca, ni atraviesa un río. No es, precisamente, la Parca que se lleva la vida. Es la velocidad de más de mil kilómetros por hora, de una bala que atraviesa el aire, llegando como una ráfaga. Y entonces la Parca se convierte en balas, que paran una vida, entre el cemento, la avenida, que congestiona el tráfico de las calles de Monterrey, de la metrópolis de Nuevo León, mientras la gente enloquecida suena sus claxon, pidiendo que quiten el cadáver, para continuar.
Entonces, los regiomontanos nos convertimos en máquinas para avanzar, para seguir, a nuestro trabajo, a nuestra casa. Dejamos de lado las lamentaciones, el horror que debería causar la muerte de un ser humano que deja, quizás, huérfanos, una familia, una esposa en lamentos y llanto. Mientras nosotros solo vemos esa camioneta atravesada en medio de la avenida con los casquillos tirados y el cadáver, quizás, ya cubierto con la sábana blanca.
Y en medio de ese tráfico, de largas filas de vehículos, con claxon gritando a la muerte que ya se vaya, hay un momento de calma, algo de tensión o quizás de morbo. Todos sacan sus celulares, deteniendo más el tráfico, para la mejor foto, el mejor video, tratando de reportar en las redes el asesinato, la balacera, y qué mejor si vemos el rostro del muerto.
Así comenzó la semana, con una camioneta atravesada, llena de agujeros y su muertito estorbando el tráfico en Eugenio Garza Sada y avenida Las Torres en Monterrey. A mitad de semana, otra vez la inseguridad invadía las calles, de nuevo a plena luz del día, pero ahora en avenida Morones Prieto y Jiménez en San Pedro. Una mujer, como si besara el suelo para despedirse de la tierra, con dos disparos flotando hasta su cabeza. Y los ojos de un hombre mirando al cielo, como queriendo alcanzarlo, volar como un pájaro hasta las nubes, mientras su cuerpo es ya solo un bulto entorpeciendo el tráfico.