La violencia genera más violencia. Este axioma, aunque simple, encapsula una realidad compleja e invariable que ha marcado la historia humana. En el ámbito político, la violencia no solo se perpetúa sino que se amplifica, creando una espiral ascendente que puede culminar en actos extremos como el magnicidio. Un ejemplo reciente e inquietante es el intento de asesinato del expresidente Donald Trump. Este evento, lejos de ser un acto aislado, es el resultado de un ciclo de violencia que él mismo ayudó a perpetuar durante su mandato.
Donald Trump, durante su presidencia, fue una figura polarizadora que no dudó en utilizar la violencia retórica y simbólica como herramienta política. Desde el uso de un lenguaje incendiario y divisivo en sus discursos hasta la implementación de políticas que muchos consideraron violentas y opresivas, Trump cultivó un ambiente de hostilidad y confrontación.
Un ejemplo claro es su manejo de las protestas de Black Lives Matter, donde en lugar de buscar el diálogo y la conciliación, optó por una respuesta militarizada y represiva. La utilización de la Guardia Nacional y la insistencia en calificar a los manifestantes como "terroristas domésticos" contribuyeron a una escalada de la violencia.
Otro punto crítico fue su manejo de la pandemia de COVID-19. Su desdén por la ciencia y su retórica contra los expertos y la prensa no solo socavaron la respuesta nacional al virus sino que también fomentaron una atmósfera de desconfianza y enfrentamiento.
Dice sabiamente el adagio popular: "El que la hace, la paga". Fueron muchos los agravios y ofensas cometidas por el expresidente Trump. Alguien trató de hacer justicia por cuenta propia, pero por escasos milímetros falló en el intento.
El reciente intento de asesinato de Trump debe entenderse en este contexto de violencia perpetuada y amplificada. El francotirador, en su intento de acabar con la vida del expresidente, no solo buscaba justicia por las múltiples violencias ejercidas durante su mandato, sino que también pretendía detener su posible regreso a la Casa Blanca.
El magnicidio, definido como el asesinato de una figura política prominente, suele ser visto como un último recurso en contextos de extrema polarización y violencia. La teoría de la violencia política sugiere que cuando las vías democráticas y pacíficas se perciben como ineficaces o bloqueadas, algunos individuos o grupos pueden recurrir a la violencia extrema como medio de cambio.
Aún no sabemos mucho sobre el fallido magnicida; probablemente tenía entrenamiento como francotirador y sintió el deber de llevar a cabo esta acción homicida, que también era suicida, ya que murió en el intento.
Podemos conjeturar que en este caso, el francotirador puedo haber sentido que el sistema democrático había fallado en contener a Trump y que solo mediante un acto extremo se podría prevenir un daño mayor. Esta percepción, aunque errónea y peligrosa, es un reflejo de cómo la violencia engendra más violencia, creando una espiral de retaliación y desesperación.
Las teorías de la violencia política, como las propuestas por Hannah Arendt y Frantz Fanon, nos ofrecen marcos para entender estos fenómenos. Arendt argumenta que la violencia surge cuando el poder se ve amenazado y las estructuras institucionales fallan. Según ella, la violencia es un medio para restaurar el orden percibido, pero inevitablemente conduce a un mayor caos y desconcierto.
Fanon, por su parte, ve la violencia como una respuesta a la opresión sistémica. En su obra "Los condenados de la tierra", Fanon argumenta que la violencia de los oprimidos es una reacción a la violencia estructural ejercida por los opresores. Esta perspectiva puede ayudarnos a entender cómo algunas personas pueden ver el acto de violencia extrema como una forma de justicia y la única manera de liberarse de la opresión.
En el caso del intento de magnicidio de Trump, estas teorías sugieren que el francotirador podría haber visto su acto como una respuesta a la opresión y violencia percibida durante el mandato de Trump. Sin embargo, esta lógica, aunque explicativa, no justifica la violencia. En cambio, resalta la necesidad urgente de romper el ciclo de violencia mediante el diálogo, la reconciliación y la justicia social.
La espiral de la violencia en la política contemporánea es un fenómeno preocupante y destructivo. El intento de asesinato de Donald Trump no es solo un acto criminal aislado, sino un síntoma de un problema más profundo y sistémico. La violencia política, cuando no se aborda y se detiene a tiempo, puede llevar a consecuencias desastrosas para la sociedad.
Es crucial que como sociedad nos enfrentemos a la violencia no solo condenando los actos extremos, sino también abordando las raíces de la violencia estructural y simbólica. Esto implica una reevaluación de nuestras prácticas políticas, la retórica utilizada por nuestros líderes y las políticas implementadas.
El caso de Trump y el intento de magnicidio deben servir como una llamada de atención, pero sin duda, son un mal presagio de los tiempos políticos que vivimos y de los que nos esperan.
Para cerrar podemos concluir que la violencia genera más violencia, y en el ámbito político, esta realidad se manifiesta de manera trágica y clara. El intento de magnicidio contra Donald Trump es un recordatorio de los peligros de una política basada en la confrontación y el odio. El expresidente sembró vientos por doquier y ahora recoge tempestades.
En esta ocasión, se salvó, pero siempre habrá un magnicida dispuesto a intercambiar su vida por la de su víctima. A raíz de este suceso la ira del expresidente se incrementará de manera descomunal, deseando llegar al poder para ejercer venganza contra sus enemigos. Su odio se esparcirá por todo el tejido del Estado. Su populismo navegará en dirección al totalitarismo norteamericano, acotado por los diques propios de un sistema democrático robusto, aunque no indestructible.
Por lo pronto, el astuto expresidente tratará de aprovechar esta agresión sufrida para arengar más a sus masas y llevarlas al frenesí del autoritarismo, representado en la figura fuerte de su líder.
En esta dinámica de resiliencia política, Trump aprovechará para hacerse con el control del partido y luego del Estado. Las posibilidades de convertirse en un dictador pueden seguir creciendo, apuntaladas en el inenarrable deseo que posee el expresidente por ser un emperador más que un presidente.
Probablemente a Biden no le alcance el ímpetu para detener al energúmeno político que tiene como adversario. Es tiempo de que el presidente tome conciencia de la situación y ceda la estafeta a Kamala Harris, tomando en cuenta que el tiempo juega en contra de los demócratas y es urgente un ajuste emergente de la estrategia política para mantener el poder.