Trump: narcisista maligno

Recientemente se publicó en el New York Times un desplegado de un conjunto de expertos en salud mental.

Recientemente se publicó en el New York Times un desplegado de un conjunto de expertos en salud mental, que dieron a conocer el diagnóstico clínico del futuro presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Explicaron que no era su deseo determinar una etiqueta psiquiátrica sin tener un contacto clínico previo con el paciente. Esta práctica es conocida en el medio como psicoanálisis silvestre.

Realmente como profesor de secundaria, de escuela formadora de docentes y del nivel de educación superior universitario, el concepto de narcisismo maligno no era uno común, ni siquiera el de trastorno de personalidad. Se decía de los políticos eran megalomaníacos o ególatras, y con eso era suficiente en cuanto a un esbozo descriptivo, especialmente al hacer referencia al culto de personalidad muy frecuente en líderes autocráticos.

Además, durante la era de la Guerra Fría, donde participé como líder estudiantil, magisterial, sindical y universitario, el tema de la personalidad de los dirigentes políticos era una nimiedad, realmente no tenía importancia para el análisis político, nos parecía una tendencia burguesa para desacreditar el movimiento social que dirigíamos.

Así que, para opinar al respecto, me informé lo mejor que pude entrevistando a la figlia Estefanía que es médica internista, y obviamente ha tomado cursos, diplomados y ha realizado rotaciones en el área de psiquiatría, tanto de adultos como infantojuvenil. La invité a tomar un té, llegó apurada después que terminó la guardia en el Hospital Universitario. Afortunadamente este nosocomio se encuentra cerca de mi casa, y fue así como acudió puntualmente a las cuatro de la tarde del pasado viernes.

Me comentó que un trastorno de personalidad implica un desajuste con respecto a la vida social y emocional del paciente. Me propuso una dinámica para comprender el trastorno lo que me pareció interesante. Tenía que asignar un número de acuerdo con la escala de Likert respecto a qué tanto coincidía con esa afirmación, siendo uno y dos una opinión en desacuerdo, tres más o menos de acuerdo, cuatro y cinco muy y totalmente de acuerdo.

Procedimos a la encuesta:

"Tienes un sentido grandioso o pomposo de la propia importancia (exageras logros y talentos, esperas ser reconocido como superior sin tener logros proporcionales". Mi respuesta fue uno. Sí me siento importante, pero es de acuerdo con mis logros.

"Estás absorto en fantasías de éxito poder, brillantez, belleza, o amor ideal ilimitados". Le respondí el número dos. Y aclaré que actualmente no me interesa nada de eso, pero cuando joven sí tenía hambre de éxito y poder, me obsesioné con ser secretario de Educación, y dediqué mi carrera política a ese propósito.

"Te crees «especial» y único, y que sólo puedes ser comprendido por, y sólo deberías juntarse con, otras personas especiales o de alto estatus personal o institucional". Le respondí que dos, realmente mi difunta madre María Luisa, ella me profesaba un cariño único, y siempre se sentía muy orgullosa de mi desde pequeño, creía y estaba segura que yo era un niño extraordinario. Eso influyó de manera muy positiva en mi autoestima y seguridad personal. 

"Requieres excesiva admiración de parte de otros". Allí anoté un dos. En la política la gente te adula cuando tienes un puesto, luego te acostumbras a la lisonjería, aunque sabes que es fake, pero es parte del tratamiento especial para los jefes.

"Eres muy pretencioso y te sientes merecedor de tratos favorables especiales o privilegiados de manera exagerada y no equitativa de tus propios derechos". No entendí bien la pregunta y la figlia Estefanía, aclaro: "Piensas que se te debe todo y que otros deben cumplir automáticamente con tus expectativas". Respondí con uno.

"Eres explotador en las relaciones interpersonales. Te aprovechas de los demás para conseguir tus propios fines (esperar que se te dé todo lo que deseas, sin importar lo que ello suponga para los demás, y puedes asumir que los demás están totalmente interesados en tu bienestar)". Por supuesto que no, afirmé con fuerza, no soy ningún explotador.

"Careces de empatía y eres reacio a reconocer o identificar las necesidades y sentimientos de los demás". Siempre he sido alguien que escucha a los demás, he dedicado tiempo al diálogo, y por supuesto que reconozco las necesidades de mis interlocutores y he procurado darle respuesta a ello. Le di un uno.

"Eres a menudo envidioso de los demás o crees que los demás te tienen envidia (puedes llegar a denigrar a personas que hayan recibido una felicitación al pensar que ellos son más merecedores de la misma)". Claro que no soy envidioso, al contrario, he sido objeto de envidia toda mi vida. Un uno.

"Muestras actitudes y comportamientos arrogantes y altivos o prepotentes". No, siempre he procurado ser modesto en mi comportamiento, especialmente en condiciones de poder, porque un puesto te puede volver loco, la hybris del poder es real, y ser prepotente es una fragilidad que puede expresarse inmediatamente. Igualmente respondí con un uno.

La figlia Estefanía hizo números de acuerdo con las respuestas dadas. Y me comentó que definitivamente no era yo una personalidad narcisista, aunque algunos rasgos son necesarios para despeñarse en la política, y eso lo había asumido de manera pragmática.

Luego vino la lección: "Imagina- me dijo con tono sapiente- que Donald Trump, en tu lugar, hubiera respondido con una calificación máxima de cinco para cada uno de los reactivos.  Eso se considera una personalidad narcisista, pero, además"- y aquí viene la segunda lección: "el próximo presidente norteamericano tiene rasgos psicopáticos, paranoides y sádicos".

-Baraja más despacio- insistí. La figlia galena demostró su capacidad didáctica en su explicación: "rasgos psicopáticos hacen referencia a la necesidad de manipular a los demás, a realizar actos que transgreden las leyes y las normas establecidas, y una ausencia de culpabilidad por el daño ejercido a otros. Los rasgos paranoides nos hablan de que puede entrar, en momentos de estrés, en estados delirantes donde se siente perseguido y amenazado, por lo que puede responder de acuerdo con este sentimiento de persecución, donde se altera su capacidad de juicio y se siente víctima de un complot en su contra. Los rasgos sádicos representan una tendencia a ser cruel en el trato con los demás, obviamente sin sentir remordimiento por ello, al contrario, pueden gozar con el sufrimiento ajeno".

Después de escuchar lo anterior, comprendí lo que significa el concepto de una personalidad narcisista maligna, y quedé perplejo, traté de reflexionar cómo es posible que una persona así esté sentada en el trono más poderoso del mundo, en la silla presidencial de la oficina oval.

Y más irracional me pareció el pensar que millones de norteamericanos se han identificado con un líder autoritario, mentiroso, transgresor de leyes, que ha hecho del odio el centro de su discurso político. Hay sin duda una idealización del líder carismático, pero a la vez una identificación por parte de las multitudes de ciudadanos norteamericanos, con este personaje y su conjunto de valores marcados por el racismo, la xenofobia, la misoginia, la intolerancia, el acoso, la prepotencia y la arrogancia total.