Un día, en retrospectiva, los años de lucha te parecerán los más hermosos
Sigmund Freud
Una de las propuestas del mercado que ha estructurado y organizado la vida en casi todos sus contextos y niveles es pensar las relaciones humanas en función de la sola necesidad. Te necesito, me sirves. Entonces te quiero en mi vida. No me sirves, bye, next. Cambio de producto. Otra de sus variantes es considerar que todos, en cierta forma, somos vendedores o clientes. Y que el mundo se reduce a un gran mercado de intercambio de bienes y servicios; que la vida política y la gobernabilidad consisten exclusivamente en hacer negocios, en lucrar a toda costa. El fin justifica los medios, "Haiga sido como haiga sido".
Por más simple y práctico que pudiera parecer, definir a los seres humanos como seres de necesidades es reducirlos a un organismo que busca la conservación, despojarlo de su humanidad, de su subjetividad. Es decir, de aquello que constituye lo humano: la singularidad y la diferencia, la falta que emprende la búsqueda. Con la propuesta prefabricada que dicta que si se cubren todas las necesidades entonces se conseguiría en automático la tan anhelada felicidad. Por supuesto que cubrir las necesidades básicas es algo fundamental –hay quienes carecen de lo fundamental y luchan por conseguirlo– los primeros peldaños de la famosa pirámide de Maslow, pero las personas no tendemos a quedarnos ahí, una vez satisfechas las necesidades subvertimos el orden de las necesidades por el de los deseos. La vida humana no es solamente cubrir necesidades, permanecer en una identidad que tiende a la estabilidad, sino a los movimiento múltiples, erráticos, a la trascendencia, crear, lograr, diferenciarse, destruir para producir algo mejor, algo que todavía no es del todo completo, pero que está porvenir, pero que ya marca un cierto ritmo del camino.
En la necesidad no hay cambio, movimiento, perspectiva, deseo, proyecto... ¡Deseos! Una vez satisfecha la necesidad queda en evidencia que ella por sí no basta para realizar una vida. Los paraísos nunca fueron suficientes en las cosmovisiones religiosas para dar cuenta de las vidas humanas, estas buscan infernalizarlos, poner algo en movimiento, en riesgo, en límite, precisamente para introducir algo nuevo y diferente. Por ello, esperar que la pareja sea alguien que simple y sencillamente cubra nuestras necesidades es condenarle a la conservación y a la igualdad, a la repetición, cansancio y fastidio, algo que está condenado a precipitarse en el vacío. ¿Dónde quedaría el deseo, la transformación, la diferencia, el proyecto, la búsqueda, la lucha? ¿Dónde quedaría el maravilloso milagro del amor: desear salir de lo mismo para crear lo imposible, simple y sencillamente porque sí, por puro gusto, en un acto arriesgado con la sola apuesta del deseo?