Una característica de los humanos, a diferencia de los animales, es que la existencia precede a nuestra esencia. En última instancia, ésta última ¡es inexistente! Los humanos somos el efecto de lo que decidimos, lo que hacemos a partir de dicho vacío estructural (vacío de la regulación instintiva, de un control natural) a partir del cual se genera nuestra existencia.
A lo largo y ancho de la historia, desde la prehistoria, el totemismo, los mitos, pasando por las filosofías occidentales y orientales, los sistemas religiosos, el desarrollo de la ciencia y tecnología, la invención de los sistemas masivos de comunicación, el pasaje de los lazos sociales verticales (antigüedad, edad media, modernidad) hasta la postmodernidad, los tiempos de la TerraDois, como le ha llamado Jorge Forbes, con un lazo social horizontal, múltiple y diverso, es posible localizar diferentes formas de respuesta ante este vacío estructural. Entre las que encontramos las respuestas religiosas, moralistas, disciplinares y racionales, que respondían a un lazo social vertical, con un agente y objeto en la cúspide: naturaleza, Dios, razón, ofreciendo dicho orden previamente establecido para todos los órdenes debajo de la pirámide.
El lazo social de la postmodernidad se caracteriza por ser un lazo social horizontal, diverso, múltiple, flexible e instable, que está sujeto a las contingencias. Esto plantea no sólo dificultades teóricas y prácticas, en comparación del lazo social vertical que se vivía hasta no hace mucho tiempo, basado en la uniformidad y la seguridad en los patrones y procedimientos, sino además surge de la pobreza-riqueza de la red, de la adaptabilidad de sistemas y referentes, donde ya no opera un único referente, sino múltiples.
En este contexto de cambios y múltiples opciones, mucha gente entra en crisis y busca resguardarse en referentes viejos, que, si bien cumplieron una cierta función en otra época, no logran hoy solucionar los diversos pliegues del mundo actual en el que vivimos. En dicho contexto, ante los riegos, se corre el riesgo de resucitar el sueño del dictador: pensar que las cosas (la familia, escuela, el trabajo, la sociedad en general) pueden funcionar mejor bajo la mirada permanente/paranoica de un dictador. Esto se puede verificar de lo micro a lo macro: de la política internacional, nacional y local, hasta los lugares de trabajo, las escuelas y la sociedad en general, el barrio, el edificio y el fraccionamiento, operando bajo la siguiente lógica: se sostiene que solo estaremos más seguros cuando estemos más vigilados y controlados.
Definitivamente dichas posturas simplistas ignoran la lógica que a mayor seguridad se incrementa la inseguridad, que el reverso de la seguridad es la inseguridad; entre más se busque la seguridad, más se evidencie la inseguridad, el vacío en el que se sostiene la existencia humana.
Las mejores respuestas ante el vacío, si podemos hablar en esos términos, son aquellas creativas, aquellas que se pautan en el entusiasmo y la invención, más que en el miedo y el supuesto de la tragedia anticipada como prevención del riesgo.
Mucha gente decide que alguien más decida sólo para que esa persona funcione como el depositario de tal o cual cosa o función que se le supone, sea para echarle la culpa de todo, para creer que esa persona garantice una cierta función. A ese tipo de personas "críticos" también les fascina la idea de que una sola persona o referente se haga cargo de todo, es decir, un dictador/a que se cree traería la estabilidad tan deseada, una forma básica de la realización del sueño del dictador.
Lo más traumático –decía Wilhelm Reich—no fue sólo que aconteció el fascismo, sino que la masa deseó, exigió, demandó, sostuvo... el fascismo.