Balbuceando, sin idea de qué responder, claramente incómodo. Así se vio a López Obrador en su mañanera del miércoles al ser cuestionado por los viajes del Secretario de la Defensa Nacional. En el reportaje de Mexicanos Unidos contra la Corrupción publicado por este diario, se da cuenta de los viajes que ha disfrutado el Secretario junto con su familia, hospedándose en hoteles de lujo en distintos países, en aviones del ejército y, además, organizados por el propio personal del ejército incluso en las ocasiones en las que el Secretario no acudía.
Ante la imposibilidad de responder a los cuestionamientos, lejos siquiera de poder desmentir, acudió a su estrategia favorita, echarle la culpa a la oposición, al neoliberalismo, a la prensa vendida. Ante la imposibilidad de responder ante lo evidente, el presidente solo atinó a soltar un "¿Y qué? ¿Cuál es el problema? ¿Y Loret de Mola?".
Quizá el presidente de México debería voltear al sur y estudiar lo que pasó en Bolivia con el expresidente Evo Morales y el ejército. Desde su llegada al poder, Evo se dedicó a transformar a las fuerzas armadas, hacerlas más fuertes, con más recursos, con más dinero y con más privilegios que cualquier otro grupo social en el país.
Evo les dio dinero del presupuesto público a manos llenas, con lo que las élites militares se enriquecieron y empezaron a disfrutar una vida privilegiada como nunca habían visto y les regaló una buena parte de la administración pública, antes en manos de civiles. Desde la construcción de obras hasta la aeronáutica civil, pasando por puestos diplomáticos, la administración y la entrega directa (en muchos casos en efectivo) de los recursos de los diversos programas sociales del gobierno y un largo etcétera.
Los militares aceptaron a cambio ser utilizados por la retórica populista de Evo.
El resultado, como sabemos, fue desastroso. Empresas quebradas por mala administración, obras de infraestructura inconclusas o mal hechas. Pero más grave aún fue el posicionamiento político que llevó a las fuerzas armadas a convertirse en la bisagra que forzaría a Evo a renunciar y a abandonar el país. Luego del intento reeleccionista de Evo, el ejército, jugó su carta política con todo el poder acumulado.
Quizá Evo pensaba que había logrado comprar la lealtad de los uniformados. Que al convertirlos en una nueva élite en el país, contaría con su apoyo para eternizarse en el poder. Pero los generales tenían otros intereses y nuevos incentivos. Suficientes para hacer a un lado a Evo y defenestrarlo.
Durante años los generales manifestaron su apoyo abierto a Morales, compusieron la "Marcha Evo Morales" que se entonaba cada día en los cuarteles. Ni eso salvó a Evo de la traición.
Andrés Manuel ha encumbrado al ejército, le ha dado a ganar a manos llenas permitiendo que los militares ocupen posiciones que deberían ser ocupadas por civiles. En el caso de los viajes del General, ha demostrado estar dispuesto a acusar a otros, a mantener privilegios y a permitirle al ejército la opacidad e incluso mentir quizá pensando que con eso compra su lealtad.
Sabemos que las mañaneras son un espacio en que el presidente puede mentir sin mayor reparo. Sobre la supuesta austeridad, sobre los ministros y ministras de la Corte, sobre los órganos autónomos como el Inai o el INE, oculta datos, detesta la transparencia y hace oídos sordos ante acusaciones de corrupción.
Pocas cosas destruyen más a las democracias que la mentira y la normalización de esta. En particular las que se dicen y sostienen desde el poder. Encumbrar al ejército y darles privilegios es otra de ellas. El presidente juega con fuego al jugar a los soldaditos.
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