¿Sin perspectivas hacia el futuro?

Uno de los síntomas que encontramos con más frecuencia en personas jóvenes que inclusive puede aparecer camuflado bajo diversas expresiones es la depresión

Uno de los síntomas que encontramos con más frecuencia en personas jóvenes (adolescentes y adultos) que inclusive puede aparecer camuflado bajo diversas expresiones consideradas normales, es la depresión. Sea vinculada al ensimismamiento protector del exterior o a la imposibilidad de generar y/o perder un sentido de vida. Lo que los lleva a experimentar nulas perspectivas hacia el futuro, del más inmediato al más lejano. 

No es casualidad que las principales causas de muerte de este grupo poblacional sean precisamente los accidentes automovilísticos, vinculados al consumo de sustancias y el suicidio. Formas veladas -si las vemos a detalle caso por caso- de autoagresión. No solo por una cuestión psicológica y psiquiátrica interna, como frecuentemente se le quiere ver desconectadas del colectivo, sino precisamente en relación con los malestares que se generan en el lazo social más amplio, que implica a la sociedad, las instituciones, al campo educativo y laboral; plasmándose de manera inmediata en cada familia. ¿A qué nos referimos específicamente? 

Las instituciones sociales (escuelas, empresas…) y la familia, han fracasado en el dotar de sentido al mundo, más allá del dominio, la explotación de recursos y la simulación, en suscitar el interés en algo que pueda ser conquistado por niños, jóvenes y adultos, a través de la curiosidad, de la realización de un anhelo, de un deseo de vida, basando en la legitimación de su singularidad, articulándola con las de los demás. En cambio, políticos, maestros y padres de familia, se han encargado de retroceder o permanecer en formas de funcionamiento anterior, basadas en la sola disciplina, el sacrificio, la moralidad y cumplimiento del deber. Posiciones cada vez más huecas y limitadas para poder inyectar sentido y deseo de vida, para generar creatividad, investigación e innovaciones tecnológicas, inclusive para promover el desarrollo económico. ¿Piensa usted que exagero?

Imaginemos una persona joven atravesando este trauma universal de la pandemia por el coronavirus, que, dicho sea de paso, ha venido a poner en jaque todos los órdenes sociales, costumbres y hábitos, viviendo en una familia cuya única cantaleta día y noche sea el cumplimiento del deber, el orden y las calificaciones. Creyendo que así se tendrá una garantía en el futuro, un trabajo, una fuente de ingresos, porque todo está cada vez más caro. Defendiendo a capa y espada, el regaño, los gritos e incluso los golpes, pues hay que forjar el carácter. Imaginemos cómo esa situación va escalando, además de ofrecer un rostro terrible sobre la educación y el trabajo en torno al sacrificio, el cumplimiento del deber, la esclavitud, sin contar los innumerables sermones desde el púlpito del deber ser, de quien cree tener la última palabra sobre la vida y la muerte: “Yo a tu edad…”, “Lo que tú necesitas hacer es…” Sin posibilidad de error, sin cambios o ajustes de dirección, seguimiento de sus intereses y curiosidades, con el riesgo que ello implique. 

“¡Es que son una generación de cristal que no aguanta nada!” “¡Deben saber aguantar y sacrificarse!”, “¡No saben cómo es la vida!” “¡Deben de aprender!”, “En las empresas nadie te va a hablar endulzándote el oído!” – exclama más de uno. 

No hay que perder de vista que, precisamente, la mayoría de las personas que sostienen esas posturas, son las mimas personas que tienen baja tolerancia a la frustración, para todo reaccionan con enojo y violencia, carecen de pensamiento creativo y flexible ante las adversidades, con rigidez mental y operativa; algunos de ellos son incapaces de dialogar y mediar para llegar a acuerdos y, en cambio, rompen familias y empresas al conducir sus peleas a juicios de años por problemas de dinero, terrenos, divorcios y violencia familiar. Esos que se jactan ser la generación del “carácter forjado en el crisol” ven el trabajo como sacrificio, solo un medio de dominación para generar dinero y tener estatus, y quizás un día poder descansar; que viven con altos índices de estrés, migrañas, problemas digestivos y de insomnio, padeciendo impotencia, infartos súbitos, alto consumo de sustancias, con familias y relaciones destrozadas…Que mientras pueden proferir los más intensos insultos, tiemblan y se quedan desarmados ante la posibilidad de decir a sus hijos un “Te amo”, “Te extraño”, ni que decir de pedir perdón. ¿Será acaso que verdaderamente lograron forjar su carácter a base de los que declaran haber sido sus más grandes “psicólogos”: la chancla, el cinto, el golpe y el insulto? ¿Será acaso que son esos adultos, sea que estén en las familias, las escuelas o las empresas, los que nos enseñan, verdaderamente, la alegría de vivir? ¿Quiénes con su testimonio de vida, nos transmiten que en la vida puede existir un sentido, la realización a partir de responder responsablemente a un deseo de vida, a la vocación que se ha elegido? ¿Serán acaso que esos adultos, malhumorados, tristes y hartos del mundo insoportable que ellos mismos han construido y del cual creen que no es posible salir o modificar, los que fungirán como referentes, como GPS de vida para niños y adolescentes, mostrándoles el camino de que en la vida pueden inventar y sustentar un sentido? ¿Será acaso que aún existe en ellos algo del orden del entusiasmo, la curiosidad, el deseo y la búsqueda de un presente diferente, mejor para sí y los suyos? ¿Será que todavía ellos pueden responder a los deseos y proyectos que los habitan, dotar a su vida de nuevos mundos e intereses, de lo no conocido, lo no realizado, lo que está por nacer? ¿Será que pueden responder desde el amor y el sentido de vida, no como algo abstracto y lejano, sino cercano y eficaz, capaz de despertarlos del pesimismo en el que habitan y arrastran a los suyos hacia un espiral cada vez más obscuro, revirar el camino? ¿Será?

Instagram: camilo_e_ramirez