¿Ser objeto o sujeto? –ese es uno de los dilemas básicos de la experiencia humana. La vida se debate en ubicarse en uno u otro lado. Si se decide el primero, ser objeto, entonces se decide que alguien o algo más decida la definición de ¿quién soy? y ¿qué debo de hacer? Entre otras muchas cosas. La idea es colocarse como objeto de amor/afecto/deseo de alguien más, buscar llenas sus expectativas, que sea eso lo que norme la existencia. Entonces se piensa que no habrá error: "si me baso en lo que el otro quiere de mí, entonces siempre seré amado/a" –es la premisa. Con la salvedad (trampa) que si se decide que sea alguien o algo (dogma religioso, político o ideológico) lo que dicte quién se es y qué se tiene que hacer, se estaría renunciando a ser sujeto –con todo lo que ello implica– renunciando a ser sujeto de libertad, con derecho a decidir, derecho a la pérdida, a no saber, a simplemente no tener que agradar a los demás en todo tiempo y lugar, sujeto a decidir el propio sentido y camino de vida.
Por otro lado, si de decide la posición de sujeto, entonces no solo se renuncia al confort/disconfort de vivir bajo la expectativa de los demás, con la seguridad que conlleva tener que "dormir en los laureles" de los sueños de los demás, sino, más bien, buscar conocer lo que se desea y encaminarse a conseguirlo. Esto último no muchas personas desean hacerlo ya que requiere asumir el peso de la libertad, de la posibilidad del error, de la falla, de la pérdida. Pero, se cree, que nada comparado al derecho de decidir, de caminar el propio camino. Esa es la verdadera emancipación, la verdadera desalienación: elegir y vivir el propio camino sin pedir permiso o reconocimiento de tal o cual cosa que se piensa, desea o hace.
Los humanos deseamos garantías, que alguien o algo nos ahorre el peso de la libertad, el riesgo de decidir. Por eso preferirnos seguir tendencias y modas. ¡Vana pretensión! Nunca existirá nadie, ni nada que deshaga la angustia de vivir y elegir. A lo mucho podemos reformular nuestra posición ante el vacío que implica asumir la propia libertad. En lugar de responder con posturas genéricas (enojo, tristeza, desesperación, queja hacia el otro que no dio lo seguridad absoluta...) inventar una salida creativa, sin transformar lo más extraño e insoportable de sí y del otro, en sufrimiento.
Vivir atrapado en los sueños (expectativas) de los demás es reducirse a ser objeto de la fantasía del otro, dejar de decir y explorar la propia vida. Luego vendrá a "tocarnos a la puerta" nuestro propio deseo bajo diferentes disfraces (tristeza, depresión, estrés, cansancio, angustia, insomnio, ataque de pánico...) a reclamarnos el por qué nos escondimos en lo que los demás deseaban de nosotros, en dejar que fueran otras personas las que dijeran quiénes somos y que deseamos hacer, recordándonos que esa es una respuesta que nadie puede dar por nosotros; que eso es en sí en términos amplios la salud mental y la realización: asumir una posición activa, de sujetos de nuestra existencia, con todo lo que ello implica.