Somos monólogos articulados
Jorge Forbes
Con mucha frecuencia un número cada vez mayor de personas refieren sentirse solas. No obstante, estar rodeadas de amigos y familiares, tener trabajo, pasatiempos, múltiples actividades, redes sociales, expresan sentirse vacías, solas, sin motivación; inclusive algunas de ellas comienzan a presentar síntomas físicos, como fatiga, dolores permanentes en diversas regiones del cuerpo, dificultades para conciliar el sueño, comer o ir al baño o, por el contrario, un exceso de energía que sienten debe gastarse día a día saturándose de actividades, porque únicamente creen que valió la pena su día si se llenan de múltiples tareas, un exceso de actividades que raya en la manía; a pesar de todo eso, exclaman sentirse solas. Entonces, ¿a qué tipo de soledad se refieren?
Por un lado, como lo comentó Octavio Paz en El laberinto de la soledad, en los humanos existe una cierta soledad irreductible, esa dimensión en la que nacemos solos y nos vamos solos, no existe nadie que nos acompañe interiormente, por decirlo de alguna manera, no hay alguien adentro de nosotros sintiendo y pensando lo que nosotros sentimos y pensamos. Esto nos arroja de lleno a la lógica de la interacción e interdependencia, a la alternancia entre presencia y ausencia, cercanía y lejanía, los vaivenes necesarios de la vida, tal como lo vivimos todo el tiempo y, de manera especial recientemente, como lo fue la pandemia Covid-19, nadie se salva en soledad, todos participamos del contexto social más amplio. Por otro lado, existe una solead que surge como efecto subjetivo de algo perdido o nunca vivido, que está a la espera de ser reconocido y realizado: desprenderse del vivir atados a las expectativas de los demás para poder emprender un viaje singular, se trata de una soledad que surge al no estar habitado por los propios deseos, sino de relaciones donde se está conectado, en línea, pero ajeno a todo y a todos, sin ningún tipo de satisfacción; una soledad que si bien busca ser reconocida por la clasificación de trastornos psiquiátricos, con su etiqueta y medicamento asociado, insiste, no cambia, no desaparece, sino, inclusive parece intensificarse ante cada nuevo intento, situación que desespera aún más.
Se trata de una soledad que surge de un vacío fundamental, en el cual la vida de la persona está, precisamente, vacía de lo propio: aquello que podría estar en grado de otorgarle algún tipo de realización a través de una lucha, una conquista, no de un objetivo prefabricado por los demás, la cultura, la familia, sino de algo singular, genuino, único en cada persona, que pueda emplear para sustentar su vida.
Algunas problemáticas o sintomatologías que se padecen, que a menudo funcionan como un "grito desesperado de ayuda" para, justamente, procurar ese camino singular son tan básicas y evidentes como el fastidio y el aburrimiento, como los ataques de pánico o la angustia generalizada, síntomas físicos como fatiga, sueño, procrastinación, simple y sencillamente sentir que se vive sin "ton ni son" ... Todos ellos son, de alguna manera, formas de expresión de que la persona se está aproximando a un cierto límite en su vida, que necesita un cambio, una nueva orientación, que, muy probablemente, las formas en las que estaba viviendo hasta ese momento, si bien le funcionaron en una época, ya están llegando a su fin. Es importante recordar que buscar ayuda ya es el inicio del camino y del cambio.
Un psicoanálisis puede ofrecer la posibilidad para que cada persona encuentre ese camino, su camino, singular y creativo, reconociendo e inventando una forma particular de existir sin que por ello se pierda el contacto con los demás, con la familia y los grupos sociales más amplios, sino todo lo contrario, articulando y compartiendo las diferencias, ya que la singularidad no excluye la posibilidad de la interconexión, la colaboración entre personas, sino es su pasaje necesario, su cosecha vital, aquello que es para la persona la evidencia que fue ella la primera persona en reconocer eso que quería, pensaba y sentía.